Opinión Nacional

Exilio interior

Hay algo peor que sentirse extranjero en su tierra y es sentirse doblemente extranjero en su propia tierra.

En enero del 2002, Finita –caraqueña, hija y nieta de caraqueñas, y de padre puertorriqueño nacionalizado venezolano-, fue al correo de Carmelitas a “ya no voy a renovar el apartado”. Devolvió la llave y se le desmigó el corazón. Esa cajita postal había sido la primera “pertenencia” de su papá, quien había llegado a Venezuela tras la Segunda Guerra Mundial (en donde se le habían muerto sus dos hermanos menores: uno en acción heroica y otro en acto desesperado).

Arrastrando su alma, Finita se dio una última vueltica por las calles y rincones que le recordaban a sus progenitores, su infancia feliz, su vida tan bonita. ¿Y cómo no iba a estar llorando, si no podría volver nunca más?

Todo había empezado en diciembre de 1999. Iba Finita a poner unas cartas, cuando decidió hacer un alto en el edificio “La Francia” para preguntarle al Sr. Fernández –amigo y joyero-, por la salud de su esposa.

Al pasar por el Capitolio, vio que había un tenderetico con souvenirs del nuevo presidente: chapas, afiches y hasta un cuadro pintado a la carrera. Los vendedores, a esa hora de la mañana, estaban con una guachafita y se caían de la rasca. Uno de ellos vio en la dirección en la que se aproximaba Finita, señaló con el índice y abucheó: “¡¡¡Oligalllca, Cúpula Podrida, Adeca de Mielllda!!!”. Y a Finita le dio como risa, pues su mamá –Admiradora Mayor del General Medina Angarita- siempre ha dicho: “Esos adecosdemierda, y los copeyanos que vinieron después y lo hicieron peor, porque al menos ellos tenían instrucción”. Pero el borracho seguía babeando guarapita y bilis, y vociferando irascible. Así que Finita se volvió para ver hacia atrás. ¡¿Quién vendría detrás de ella?! ¡¿Blanca Ibáñez?! (¡Susto!)… Pero no venía nadie. El desenfreno del chavista era con ella. ¡Sí, con ella, que ni a palos votaría por un adecopeyano! Entonces Finita hizo algo que jamás había hecho en público, ¡y mucho menos a un desconocido! Confrontó a su “odiante” y le rugió tan desconcertada como ofendida: “¿¡Yo, GüeBón!?”… Y el engendro ese ahí mismo bajó la guardia; soltó una carcajada y un eructo, y le dijo a sus panas revolucionarios: “¡Nojoda! ¡Ésta es camarada!”; y le peló la sonrisa desdentada a Finita, quien siguió de largo pensando: “Camarada tu madre” (pero no lo manifestó, pues eso de espetar “GüeBón” por primera vez en su vida y, encima, a viva voz y a un extraño, había terminado siendo demasiado vergonzoso para ella).

“Extranjera en mi tierra… yo, que soy venezolana por nacimiento y elección”, porque a los 21 años ella tuvo la opción de decidir. Muy bien se ha podido embojotar en la bandera de los EEUU y declamar: I pledge allegiance to the flag of the United States of America and to the republic for which it stands, one nation under God, indivisible, with liberty and justice for all. Pero Finita decidió seguir siendo venezolana.

Ahora, por ser blanquita y saber leer y escribir, estaba experimentando lo que miles de venezolanos antes que ella –por ser negros, por sobrevivir en un barrio, por no tener acceso a la educación- habían sufrido. Muy malo esto de que no lo reconozcan a uno como venezolano y que nadie lo quiera en su Patria.

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