Opinión Nacional

La corrupción madura

En lo que pudiera ser considerado como una coincidencia, pero que no lo es porque en Venezuela sucede demasiado seguido, Nicolás Maduro, sumándose a una continua campaña oficialista, sale con unas estrambóticas acusaciones de corrupción contra la oposición (¡!) justo en el momento en que uno de los próceres menores del 4F, pero prócer al fin, Rafael Isea, teniente retirado, exministro de Finanzas y exgobernador de Aragua ­expresión en ambos casos del alto aprecio que le tenía Chávez­ huye del país forrado en dólares, denunciado por algunos de sus propios compañeros como un pillastre de altos quilates. No es, desde luego, el primer caso de corrupción de estos tres lustros sino uno más, pero la coincidencia de las declaraciones de Nicolás Maduro con la fuga de Isea pone de bulto no solo el alcance del robo de los dineros públicos sino la enorme hipocresía que caracteriza al régimen en esta materia ­y en otras también. Escurrir el bulto, no admitir nada, no investigar nada, garantizar la impunidad ha sido la norma.

Lo de Isea es la excepción que confirma ésta. Quién sabe qué factura interna le están pasando.

Que Maduro hable de corrupción es exactamente el caso de quien nombra la soga en casa del ahorcado.

Solo una opinión pública tan anestesiada como la nuestra, quizás porque ya nada llama la atención, puede haber conocido de la larga lista de tropelías contra los dineros de la nación, permaneciendo impávida ante esta lista (recortada) de casos: las confesiones-denuncias del magistrado Aponte Aponte, las vagabunderías del fugitivo magistrado Luis Velásquez Alvaray del TSJ, las aventuras y desventuras de Makled, el caso del gordo Antonini Wilson y su maletín para Cristina Kirchner, las marramucias con el Fondo de Pensiones de Pdvsa y en otras instancias de la estatal petrolera, el tristemente célebre episodio de Pudreval, las hiperraterías en las empresas básicas de Guayana, las tracalerías con las notas estructuradas del Ministerio de Finanzas y, la guinda, las propias denuncias del ministro Giordani (quien, dicho sea de paso, ni renuncia ni anuncia medidas, lo suyo es platónico). Esta «listica», que deja fuera otras decenas y decenas de casos similares, comenzando con el primero, en orden cronológico, el del Plan Bolívar 2000, allá por 1999, configura un triste y lamentable currículum del régimen chavista. Mucho de eso ha sido sacado a la luz pública por la propia gente del gobierno.

Que Maduro obvie todo esto y sin el más mínimo asomo autocrítico, en una tentativa infantil y tonta trate de echar sobre el lomo de la oposición la carga de la corrupción luce cuando menos cínico e inadmisible. De hecho, eso lo hace, objetivamente, cómplice de ese saqueo y, en todo caso, encubridor. Tiene la presidencia y la oportunidad de plantear ese debate. Es dudoso, muy dudoso, que lo haga, como no sea a través de ese subterfugio necio de asociar a la oposición al tema. Un truco torpe para no agarrar ese toro por los cachos. Pero, otros, estamos ante la oportunidad de desarrollar aún más un debate sobre la corrupción en Venezuela. Que nuestro país figure, en lugar destacado, entre los seis más corruptos del mundo, tendría que ser, y de hecho lo es, un motivo de vergüenza nacional. Pero, sobre todo, tenemos que impedir que paguen justos por pecadores.

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