Opinión Nacional

La esencia de la democracia

En el contexto complejo que signa el presente venezolano, caracterizado por la ausencia de certezas en los campos del diario trajinar del venezolano, existe una segura afirmación cuya unanimidad ciudadana no se podría objetar, a saber: ¡la Democracia! Todo líder político, así como los ciudadanos en general, hacen uso verbal del término para justificar acciones, discursos y omisiones por la inmanente connotación positiva que dicha palabra posee. Desde Hugo Chávez, y sus simpatizantes, hasta las palabras de Carlos Ortega u Orlando Urdaneta, y demás personas de la oposición, hacen un uso excesivo del término para legitimar las prácticas de cada cual, por más dispares que puedan ser, contradiciendo el ordenamiento jurídico, así como la historia de las ideas políticas venezolanas contenidas en el justo lugar de Simón Bolívar, entre otros, haciendo del uso un abuso verbal del mismo, convirtiendo en rutina este error y mentira, que en consecuencia, hace que se acepte este abuso con el mismo respeto que el correcto uso.

Ante esta realidad, para los que no notaron el artículo la que antecede al sustantivo democracia, en la frase que titula este escrito, significa la necesaria existencia de una idea base del término que estamos discutiendo. Una idea que constituye la esencia del término, aquello sin lo cual la palabra dejaría de tener sentido y vigencia práctica, pasando a ser y significar cualquier otra cosa menos democracia.

La imagen simbólica de esa esencia es de todos conocida, a saber: La Atenas de Clístenes, Solón y Pericles. El significado de esta imagen, el cual constituye la definición de la esencia es: la democracia, es una forma de convivencia en la que todos los ciudadanos participan discursivamente (con la práctica de esta manera de participar) en los asuntos comunes como medio indispensable para alcanzar el completo desarrollo como hombre y como ciudadano. Como vemos, la democracia no es sólo una forma de gobierno (elecciones periódicas, etc.), necesaria mas no suficiente, sino esencialmente una manera de convivencia en la que todos los ciudadanos (no algunos ni unos pocos) participan en los asuntos públicos. Pero no es cualquier participación, sino sólo aquella que se centra en el diálogo (participación discursiva) y la discusión en torno a los asuntos públicos (no individuales ni grupales), donde los sujetos, considerados a sí mismos como iguales en su derecho y en su deber, llegan al consenso a través del disenso. Por consiguiente, no es una participación democrática las movilizaciones, concentraciones, ni los discursos retóricos de los líderes ante una muchedumbre. Eso lo hace Fidel Castro y lo hizo Hitler. No caigamos ante el abuso pragmático, y no democrático, de los términos.

(*): Politólogo

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