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Francisco, el «bacán» que unió a todos

Por: David Barrera

El Papa Francisco se llevó de Colombia un baúl lleno de regalos –y un ojo morado–. Quizá, también le quedaron buenos recuerdos, sonrisas, y la idea de que la gente de este país es alegre, cariñosa, amable y con mucha fe; sobre todo eso: gente de fe. Y más allá de la fe, que no se reduce solamente a católicos o protestantes, el mensaje de Francisco logró tocar una fibra muy íntima, incluso de aquellos que no profesan credo alguno. Me incluyo. La esperanza, el perdón, el amor, la reconciliación, no son solo cuestiones de gente religiosa; son, más bien, una especie de lenguaje universal que debería hablar todo mundo.

“Francisco tiene algo” fue lo que más oí en medio de la romería de gente que asistió a verlo cuando pasaba en el Papamóvil o en los distintos eventos en los que estuvo. Y no era de los creyentes de los que salía esa frase, sino de los curiosos o los ateos que salieron, más por salir que por esperar tener cerca al Pontífice.

Su mirada de abuelo amable; su forma de hablar con acento porteño; la potencia de su discurso; su humildad, su sencillez; la asombrosa resistencia física que mostró en las maratónicas jornadas en Colombia; y una ternura que ablandó hasta a los corazones más escépticos. Me incluyo otra vez.

“Francisco tiene algo”

Más por curiosidad que por fe, me vi siguiendo todos los movimientos del Papa en Colombia. Incluso tenía una pantallita que mostraba el recorrido del ‘Pastor 1’ desde Roma. Cuando el avión cruzó la frontera con Venezuela, le dije con emoción a uno de mis compañeros: ¡Ya está en Colombia! ¿Y por qué me emociona algo así? –me pregunté en silencio, para mis adentros–. Tendría la respuesta un par de días después, cuando Francisco subió al vuelo que lo regresó al Vaticano.

La primera impresión positiva fue que, atento al televisor, esperaba verlo bajar del ‘Pastor 1’. El carreteo que hizo el avión por la pista de Catam se me hizo eterno. Me imaginaba su cara, su sonrisa. No sentía algo así desde el día que vi bajar a los miembros de Iron Maiden del ‘Edforce 1’ cuando dieron su primer concierto en Bogotá, el 28 de febrero de 2008. No hay punto de comparación; sólo las sensaciones que fueron parecidas. ­

El papa Francisco (c) oficia una misa en el área portuaria de Contecar, en Cartagena/ Foto: EFE
El papa Francisco (c) oficia una misa en el área portuaria de Contecar, en Cartagena/ Foto: EFE

Asombraba y enternecía la inmensa cantidad de gente que acompañó al Papa en su recorrido por la 26 rumbo a la Nunciatura. Se habla de cerca de 400 mil personas; cifras aproximadas: fácilmente pudieron ser más, muchas más. Y entre esos miles, muchos no eran católicos. Es que “algo tiene Francisco” que sacó a todo el mundo de su rutina, creyentes o no. “Yo quiero ir a ver al Papa –me dijo un conocido, incrédulo consumado–, porque me parece un Papa distinto. Y repitió la frase: “Francisco tiene algo”. Y allá estuvo. Como pudo me mandó un par de fotos que tomó del Papamóvil entre ese mar de personas.

En la Nunciatura, un poco cansado, pero sonriente siempre, Francisco dio un discurso simple, directo, pero contundente. Y ni era un discurso, sólo algunas frases: “Muchas gracias por el camino que se han animado a realizar. Eso se llama heroísmo…. ¡Sigan adelante! ¡Sigan adelante así!… No se dejen robar la alegría, que nadie los engañe. No se dejen robar la esperanza”. Esperaba algo diferente.

A partir de esa noche, ya no por simple curiosidad, sino por admiración y respeto, empecé a seguir por televisión, radio e internet cada uno de los movimientos del Papa. Esperaba, con cierto nivel de ansiedad, que volviera a soltar una de esas frases rotundas que me habían tocado profundamente. Y no sólo a mí: como la conversación de esos días no podía ser otra, entre mi círculo cercano, compañeros de carrera, conocidos, colegas, llegamos a una conclusión que no esperábamos –y así lo dijo un amigo–: “Francisco es un bacán”.

Una segunda oportunidad sobre la tierra

Lo volvió a hacer. El Papa, dentro del maletín que carga a todo lado, además de un libro y una máquina de afeitar, debe llevar un selecto repertorio de frases bonitas y que sabe soltar en el momento preciso. Frases, que, valga aclarar, no llevaba con él en un lujoso Alfa Romeo, sino en un sencillo Chevrolet Sail, como el que tendría cualquiera, y en el que hizo algunos de los desplazamientos en Colombia. Una sencillez que enternecía.

En las palabras que dio en la Plaza de armas de la Casa de Nariño, Su Santidad usó una referencia a García Márquez que no sólo aterrizó su discurso a la realidad del Macondo que es Colombia, sino que lo dotó de una belleza casi poética, propia de los genios de la literatura.

Señoras y señores, tienen delante de sí una hermosa y noble misión, que es al mismo tiempo una difícil tarea. Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García Márquez: ‘Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida’. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera.

“¡Si viste –me escribió a Whatsapp, emocionado, un colega fanático de García Márquez, ateo, además–: el Papa citó al ‘Gabo’… ¡al Gabo! Qué maravilla de hombre. Como que me dieron ganas de convertirme sólo por eso”. Otro más al que tocaba el mensaje de Francisco.

Papa Francisco en su visita a Colombia
Foto: EFE

En el balcón del Palacio Cardenalicio, Francisco se vio más natural, directo, porque ahora le hablaba a más de 20 mil jóvenes. “Quise venir hasta aquí como peregrino de paz y esperanza. Vengo también para aprender de ustedes, de su fe, de su fortaleza. Han vivido momentos difíciles y oscuros pero el Señor está cerca de ustedes. El Señor no es selectivo. El señor abraza a todos. Y todos somos importantes y necesarios para Él”, dijo.

Francisco convenció

No sé de qué me convenció, en realidad, sólo sé que sentí adentro una fuerza increíble que me animaba a soñar más allá de todos los límites posibles. Y jamás imaginé que ese poder pudiera venir de una Papa. Jamás.

Y así, como quien reparte caramelos en una fiesta, el Papa Francisco fue dejando por donde iba, y por la Colombia que lo vio de lejos, un repertorio imborrable de sentencias profundas, que ojalá nadie olvide nunca. Y a medida que iba y volvía, que salía y saludaba, que sonreía y hablaba, conmovía esa fuerza que reflejaba. ¿Cómo hacía, a su edad, para resistir esas jornadas? Detrás de él debe haber una fuerza sobrehumana.

Y no sólo que no se olviden, sino que se pongan en práctica que es, al final de cuentas, el objetivo de haberlas dicho. Porque parece que el Santo Padre no dice nada porque sí. Y porque “basta una persona buena para que haya esperanza, y cada uno de nosotros puede ser esa persona”.

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