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Nuevo urbanismo marginal* de Caracas las invasiones, los asentamientos, el colonialismo, la democracia, el capitalismo y la adoración del demonio

El uso común del término «tierra baldía» para denominar un sitio que fuera primero abandonado por desuso y luego descartado a causa de su contaminación, surge de las llamadas economías post-industriales de occidente –o quizás más precisamente nórdicas-, de poblaciones en franca merma y centros urbanos vueltos obsoletos debido a la expansión por el uso del automóvil. En este contexto, una tierra baldía re-desarrollada se convierte en un actor dentro del vasto ambiente social. En las regiones del mundo donde las ciudades de diez millones de habitantes o más continúan creciendo a un ritmo acelerado y donde la industria está explotando, las estrategias y aún hasta la definición de la tierra baldía cambian.

Carlos Brillembourg describe en qué manera los sitios extremos y los que los habitan le dan hoy forma a la estructura espacial de la capital de Venezuela, Caracas.

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Más de 400 años de invasiones y asentamientos

Por cerca de 130 años, desde la época de Cristóbal Colón hasta la conquista de Barbados en 1625, la monarquía española gobernó toda la América del centro, norte y sur con la excepción única del Brazil portugués. Durante la conquista y colonización del Nuevo Mundo, una retícula centrada en una plaza principal fue el patrón escogido
para aplicarse sistemáticamente al trazado de las calles. De esta forma se convirtió en la representación del rol de la iglesia y del estado ante la vasta población preexistente indígena. La estructura de la ciudad fue así un calibrado instrumento capaz de representar los deseos del rey y de facilitar la violenta transformación de una sociedad iletrada (en su gran mayoría) y animista, en una sociedad monoteísta católico-romana bajo la égida absoluta del rey de España.

Aunque estos parámetros urbanos tenían claros antecedentes civiles, en este caso en particular fueron trasmitidos mediante edictos. Los nuevos centros urbanos sirvieron para ejecutar la conversión en masa de los amerindios a la fe católico-romana. Una vez que la barbárica conquista fue ejecutada, un sutil y relativamente pacífico sistema político continuó prosperando y desarrollándose por los siguientes 300 años. Durante 1700 y a través de 1800, los grandes centros urbanos de Lima, Cuzco, Antigua, Bogotá, Quito y Caracas crecieron a plenitud, con la única interrupción provista por los grandes desastres naturales, en particular los terremotos.

(%=Image(1386906,»L»)%)En Caracas la retícula es calificada a través del uso y de la proximidad al punto de origen. Este origen es la intersección de las dos calles mayores, Norte-Sur y Este-Oeste, donde también se ubica la torre de la catedral. La torre funciona como un hito, similar a los minaretes en las ciudades andaluzas de España, orientando a los ciudadanos hacia la plaza. La retícula se ajusta a una plaza que es menor que la cuadra típica. Desde arriba, todo se lee como una cruz, con la plaza al centro, en medio de un vasto damero. Las direcciones no se dan en función de los nombres de las calles; en cambio, se usa una nomenclatura basada en los nombres de las esquinas. Así, por ejemplo, la dirección para el edificio de la Cancillería es «de Principal a Monjas». Este sistema de nomenclatura transforma la naturaleza abierta de la retícula en un sistema cerrado de información.

La nueva fe es el origen de esta retícula. Los edificios que sirven a la iglesia ocupan el lado este de la plaza y la mitad del lado sur, en este caso con el Palacio del Arzobispado. El Ayuntamiento por su parte ocupa la esquina suroeste. Es muy importante diferenciar esta trama colonial ideológica del tipo de trama de «ubicación espacial» usada más tarde en América, por ejemplo, en la ciudad de Nueva York. La retícula colonial urbana implicaba una tipología especial de vivienda y de monumentos, pero fue lo suficientemente flexible como para adaptarse al inevitable cambio de uso surgido con el mercantilismo del siglo XIX, logrando mantener su tectónica urbana activa hasta los años 1940s.

Colonialismo, democracia, capitalismo

En la segunda mitad del siglo XX la expansión de Caracas siguió los patrones internacionales de la forma urbana. La tipología urbana inicial basada en la calle fue confinada al centro histórico. Con la tecnología moderna vino la expansión en el valle de Caracas de urbanizaciones satélites conectadas a través de un sistema de autopistas inter-urbanas. Esta transformación de la ciudad tradicional «de los techos rojos» en una utopía moderna de rascacielos con techos planos diseminados entre los árboles y alimentados por las autopistas, fue exaltada por el gobierno de Pérez Jiménez (1948-58), cuyas vertientes ideológicas abrazaban una nueva forma de positivismo.

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El sector privado se unió a la transformación cultural, y esto pronto dio como resultado una ciudad tropical moderna. Grandes proyectos de arquitectos extranjeros como Oscar Niemeyer, Roberto Burle-Marx, Wallace Harrison y Gio Ponti, continuaron construyendo la vanguardia arquitectónica iniciada en los 1940s por los arquitectos venezolanos Carlos Guinand Sandoz, Luis Malaussena, Cipriano J. Domínguez, Carlos Raúl Villanueva, Martín Vegas Pacheco, José Miguel Galia, Moisés Benacerraf y Graziano Gasparini.

Un ejemplo de una gran renovación urbana, El Silencio (1941-45) de Villanueva, llevada adelante por el gobierno de Medina, marcó un ejemplo que durante el gobierno de Pérez Jiménez se convertiría en la norma. La excelencia en arquitectura fue promovida por los gobiernos pagada por el estado, como en el caso de la Ciudad Universitaria (1944-70), del Parque del Este de Burle-Marx (1956-62) y del desarrollo del 23 de Enero de Villanueva para el Banco Obrero. Los nuevos espacios urbanos de la ciudad proyectaron una imagen de progreso que fue compartida tanto por el sector público como por el privado.

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Esta creencia en el progreso a través de tecnología y arquitectura modernas continuó durante los regímenes democráticos de Venezuela hasta la administración de Carlos Andrés Pérez (1989-93), inclusive.

Con la remoción de Carlos Andrés Pérez del poder, sobrevino una nueva visión distópica de la sociedad. En opinión del arquitecto y escritor Federico Vegas: «el balance entre el centro y las márgenes se rompió, y lo marginal pasó a ocupar el centro en política, en cultura, y por supuesto, en la ciudad». Inmediatamente, durante el ínterin de un año de duración de la administración de Ramón J. Velásquez (1993-94), una coalición de múltiples partidos dirigida por Rafael Caldera (1994-99) perdonó la sentencia de cárcel dictada contra Hugo Chávez por haber dirigido un golpe el 4 de febrero de 1992. El actual gobierno de Chávez, a pesar de haber sido electo a través de medios democráticos, viene desmantelando todas las instituciones del estado y estableciendo una dictadura de facto caracterizada por una estrategia demagógica que argumenta representar a los pobres aunque lo que ha hecho en realidad es aumentar la pobreza cerca del 25% desde 1999. La utopía moderna de los 1950s resultó ser demasiado costosa y demasiado difícil de regular, y no es accidental que los ranchos inter- urbanos aparecieran como un fenómeno marginal conjunto en la era de la ciudad moderna. Los pormenores ideológicos de esta visión contemporánea pueden trazarse en retrospectiva hasta la adoración del demonio, iniciada en la época colonial como contraposición a la fuerte ideología católica de las clases dominantes y como un intento por alcanzar algún tipo de justicia.

Adoración demoníaca

El sistema contemporáneo de la vivienda urbana auto-construida (ranchos), que actualmente alberga a más de la mitad de la población de Caracas, está construido sobre terrenos topográficamente riesgosos. Estos enclaves se inician sobre los bordes de un elemento natural -como por ejemplo una quebrada- o sobre terrenos que no pueden ser utilizados por los sistemas urbanos o por la agricultura: pendientes inestables, ríos secos, espacios residuales entre autopistas o barrancos. El urbanismo horizontal basado en el uso automovilístico de los 1950s es reemplazado por un sistema vertical peatonal que se ubica adyacente a las autopistas o a los centros urbanos existentes. El espacio público se minimiza, y las principales vías de circulación pública se prolongan con 45 grados de inclinación por cientos de metros sin ningún rellano. El material de construcción de estos barrios es bloque de ladrillo cerrando estructuras de concreto.

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Entre los ranchos hay una amplia distribución de electricidad gratuita. Cada vivienda tiene una televisión (especialmente para ver novelas y anuncios), una pequeña nevera y una hornilla eléctrica o de gas. Las cloacas están al aire libre y hay solo acceso esporádico al agua corriente. Las intervenciones patrocinadas por el estado para agregar centros comunitarios o escuelas son insignificantes.

La estructura urbana formal de este laberíntico sistema de viviendas representa a un anti-estado o, en términos religiosos, a la tradicional adoración del demonio de las clases desposeídas. Este «urbanismo de pobres diablos» crea una óptima cantidad de barreras suficiente para abolir de manera efectiva al estado y a las clases dominantes. El animismo está ampliamente difundido. La cultura de la magia –curanderos, o chamanes, emanados de la cultura rural- se convierte en el árbitro de la comunidad. La policía no entrará jamás aquí, no hay médicos, ni escuelas, el señor de la droga domina con sus armas y la cultura de la violencia es suprema. Las bandas criminales son la fuerza dominante. Y el miedo es el

rey.(%=Image(7354832,»C»)%)

El ambiente visual también refleja esta condición, hoy conocida como la trampa de la pobreza. El sistema no permite el aburguesamiento. El campamento militar funge como el más claro antecedente arquitectónico. La unidad familiar individual del rancho es el ladrillo tectónico que se establece sobre el inestable terreno para eventualmente alcanzar una densidad eficiente en términos de zonificación. Esta ciudad nueva está hecha en base a material reciclado proveniente de los excedentes de un capitalismo ineficiente y excesivo que tiende a tolerar estos tugurios tan pronto como se mantengan confinados en la periferia. Actualmente el urbanismo barrial que rodea a la ciudad forma un nuevo tipo de Ringstrasse que amenaza a todos los espacios públicos del una vez fértil valle situado más abajo. Los buhoneros, o vendedores ambulantes, por un lado, y los círculos organizados de bandas armadas por el otro, proceden a ocupar y controlar lo que queda de las plazas y calles de la vieja ciudad (la res publica).

La especificidad de cada rancho emerge de la simple yuxtaposición de la topografía y de la tipología, defendiendo la unidad familiar individual dentro de un medio ambiente que está tanto degradado como escondido. He aquí el código sagrado/secreto que los pobres tienen para protegerse de un urbanismo axial y colonialista. El antropólogo Michael T. Taussig señala la naturaleza activa de la adoración del demonio:

«Dos imágenes seculares en el lenguaje de la brujería materializan su aura mágica: que sea personalizada e «inmunda». Aunque los poderes invisibles que conforman una jerarquía indistinta dirigida por el demonio sean prominentes, el énfasis de la hechicería descansa en la voluntad creativa de las personas. La brujería es el maleficio, el mal hecho, o es, dramática y simplemente, la «cosa hecha». No se contempla como un destino o como un ´accidente de Dios´. El alma de la brujería reside en un pecho envenenado por la envidia, y su motivo dominante es lo inmundo».

En otras palabras, no es algo provisto por Dios sino manufacturado por el curandero, en un pacto activo con la naturaleza. El demonio es convocado para vengar la injusticia de los pobres, y la inmundicia fabricada por el hombre es el medio del que se sirve tal brujería. Este urbanismo del pobre diablo evolucionó desde el modelo agrario inicial hacia la presente acumulación urbana hiperdensa de unidades de múltiples pisos construidas en concreto armado sobre terrenos precarios.

Nada de Informal

No hay nada de informal en esta nueva ciudad. Su forma es el reverso de la forma colonial, mutada en una arquitectura urbana de la resistencia y de la desesperación. La naturaleza temporal de los asentamientos contradice su permanencia y crecimiento. El medio ambiente visual se ignora por completo. Los escuálidos alrededores, la belleza y el status, sin embargo, existen en medio de un fetichismo acomodaticio: los zapatos, el reloj, la pistola o la patineta, todas cosas livianas y portátiles.

Habitar sitios extremos en nuevos urbanismos marginales seguirá ocurriendo inevitablemente. Porque en un clima benigno, el reciclar recursos en la construcción de nuevos barrios es tan natural en el mundo subdesarrollado, como lo son los suburbios en el mundo desarrollado.

*Traducción: Hannia Gómez

Fotos: Ramon Paolini

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