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Astrólogos y embaucadores.

Sería muy exagerado decir que el 9 de junio, Venezuela respiró (aliviada o desilusionada) al darse cuenta de que el astrólogo había fallado en sus predicciones? No, si se toma en cuenta el inmoderado despliegue que hasta en los más serios medios de comunicación de masas se le dio al para: asunto; sin contar la solemne tontería de meterlo preso. El problema no residía pues en que el astrólogo dijese lo que se le viniera en mientes, sino que haya habido gente en este país que haya convertido sus macabras predicciones en un asunto de primera magnitud política.

Las cosas se ven así: un grupo de esos que se pretende de élite, un organismo mayormente empresarial no muy lejano, por sus pretensiones, de eso que en los EEUU se llama think-tank, inicia alguna de sus reuniones haciéndose leer una carta astral. Igual pudieran haberse hecho leer la borra del café, o fumar el tabaco, o echar las cartas. Si además la policía visita al adivino, y lo arresta, quien está mal no es este último, sino quien le da el garrote o, desde el Gobierno, intenta quitárselo.

Pretenden que la suya sea una ciencia

Antes de seguir adelante, tal vez convenga decir dos cosas. La primera, que los astrólogos pretenden que la suya sea una ciencia, y se indignan cuando se les compara a los echadores de cartas. Es cierto que, desde tiempo inmemoriales, los hombres han creído en el poder de los astros sobre nuestra vida cotidiana; extrapolando acaso verdades como que el ritmo lunar comanda las mareas y el ciclo menstrual. A su favor, la astrología tiene su larga presencia en la Historia; pero de igual manera, durante milenios el hombre occidental creyó que el Sol giraba alrededor de la Tierra, y eso no hace más verdadera esa idea.

También es verdad que la astrología está en el origen de una ciencia, la astronomía. Pero al igual que la química enterró la alquimia, la astronomía enterró la astrología, al demostrar que esas conjunciones astrales sobre las cuales se pretende determinar nuestra vida presente, ocurrieron en verdad hace millones de años.

La segunda cosa a decir es que en la medida en que conocemos a José Bernardo Gómez, se trata de una persona cuya actividad profesional, fuera de la astrología, es seria y sistemática, y acaso merecería mejor y mayor publicidad que estas zonceras adivinatorias. Pero nadie puede lanzarle la primera piedra, pues todo el mundo lleva escondido su propio Licenciado Vidriera, a nadie le falta su chifladura.

Desdeñen una ojeada matutina

Por lo demás, no creo que sea legión _y yo no me cuento entre ellos_ los que desdeñen echar una ojeada matutina al horóscopo, para creerles cuando dicen que somos gente con un porvenir maravilloso, y para descreerles cuando nos ponen por el suelo.

Pero si seguimos ocupándonos de este asunto después del fracaso de aquellas predicciones y del retiro de la actividad pública de quien las hizo, es por lo que revela eso que decíamos al principio. Lo fundamental no es entonces que las predicciones se hayan cumplido o hayan fallado, sino que tanta gente (y de las más razonables) las haya tomado en serio. Eso nos lleva a un asunto de una importancia mayor, y es la presencia de la magia en la política venezolana.

Eso, por cierto, ni es nada nuevo en este país, ni extraño en otros países más desarrollados. Bástenos recordar en el primer caso a la influencia de Telmo Romero sobre Joaquín Crespo; que Hitler y Reagan tenían sus respectivos astrólogos, y lo que es peor, creían a pie juntillas en ellos.

En épocas de crisis, cuando un proceso acelerado de cambios en el mundo coincide con una de esas fechas a las cuales como el fin de milenio, se tiende a atribuirle características mágicas (mucha gente cree que el mundo del primero de enero del 2001 será radicalmente diferente del 31 de diciembre anterior).

Toda clase de chifladuras

En esas circunstancias, lo estamos viendo en el mundo entero, florece toda clase de chifladuras individuales y sociales. Las primeras suelen ser las menos peligrosas: vegetarianismo, iridiología, imposición de manos, en fin, todo eso que se engloba bajo el nombre acaso abusivo o cuando menos demasiado inclusivo de ‘medicina alternativa’.

Pero las segundas suelen ser muchísimo más peligrosas. Por lo general, se presentan como una medicina milagrosa, la que va a acabar con todos los males de la sociedad, y que además, va a enterrar para siempre la medicina tradicional, esa misma que, en cuanto al gobierno de los hombres y la administración de las cosas, se llama en lenguaje llano política.

Por lo general, esa ilusión toma las formas de alguna de esas figuras a medio camino entre la iluminación y la charlatanería: es el reino donde proliferan los chafarotes autoritarios, los vendedores de paraísos, los autoproclamados, locos brujos, los repetidores de lugares comunes: es el que no desdeña repetir, y hasta hacer de eso una política, que ‘madre hay una sola’ y cualquier otro lugar común.

Pero no se crea que se trate de una cáfila de pobres locos o simpáticos soñadores: entre esos apolíticos se cuenta, y en primera fila, uno de los seres más tenebrosos que haya parido la historia: Adolfo Hitler.

Un torneo de baratijeros

Tal como se ven las cosas en este momento, pareciera que dentro de un año, se vivirá un proceso no de definiciones políticas sino bajo el signo de la antipolítica; y la campaña electoral puede así volverse un torneo de vendedores de baratijas; sin excluir que la desorientación o el capricho populares lleguen incluso a instalar en Miraflores a alguien que a vuelta de pocos meses haya que sacar no tanto por locura como por debilidad mental o indigencia discursiva.

Eso puede cambiar de aquí a las elecciones. Pero puede que no: como parece ser el caso, algunos miembros del estamento político están planteando el asunto solamente en términos de números: ‘Con fulano (o con mengana) nos llenamos’. Es muy posible que eso sea cierto, y que con ellos se llenen de votos y de curules. Pero no es menos cierto que al mismo tiempo se estarán vaciando de todo contenido político. Se podrán jactar de haber fabricado un nuevo gigante político, o haber conservado uno de los antiguos. Eso es olvidar un viejo dicho popular: ‘el que de ajeno se viste, en la calle lo desvisten’. Es olvidar que la historia de este siglo es la de una larga lucha por la despersonalización del poder. Sobre todo parecen no haberse detenido a pensar qué diablos pueden hacer si su cabriola les sale demasiado bien e instalan en Miraflores a alguna bella y sonriente nulidad.


El Universal Caracas, domingo 15 de junio, 1997

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