Opinión Nacional

Gonzalo Barrios

De niño se piensa románticamente que la política es el mejor instrumento contra la injusticia. Y que sólo desde las posiciones cimeras y reteniendo todo el poder en sus manos es que alguien puede ayudar a los demás. También atrae a las pupilas infantiles el aspecto simbólico del poder: los desfiles militares, la banda presidencial, el himno y toda la prosopopeya que acompaña a quien ocupa la Presidencia de la República.

Hay políticos “democráticos” que conservan esa visión del poder. Creen que son unos fracasados si no alcanzan la presidencia y hacen lo imposible por conquistarla o de manera delirante regresar a ella (o retenerla). Se autocalifican de indispensables y sueñan verse envueltos en el celofán del protocolo y la pompa de palacio. Del poder, lo superfluo. De la política, lo estéril.

Gonzalo Barrios (1902-1993) no sufrió de esa enfermiza obsesión. Pensó, con razón, que en la vida pública hay muchos sitios desde los cuales influir. Que la historia no sólo se hace desde Miraflores. Su candidatura presidencial de 1968 fue derrotada por una escasa y discutible diferencia de votos. Su gesto, al reconocer el triunfo del adversario, resume su personalidad: “la oposición puede ganar por un voto, el gobierno no”. En 1973 ha podido aspirar nuevamente a la jefatura del Estado, pero prefirió darle paso a los más jóvenes. Muchos le criticaron, en ambas ocasiones, no mostrar “ganas” de ser presidente. Tal vez sí las tenía, pero no estaba dispuesto a cometer cualquier exabrupto con tal de verlas satisfechas.

Dentro de Acción Democrática, Gonzalo Barrios era una referencia de equilibrio, de moderación y de sentido común. Hasta que su organismo se lo permitió pudo participar en la conducción diaria del partido. Y a pesar de su avanzada edad, demostraba estar informado de los problemas internos y ser un interlocutor accesible. (Una vez me atreví a plantearle ciertos hechos y me sorprendió el conocimiento que tenía de los mismos y su proverbial cordialidad).

No fue, como algunos piensan, un seguidor ciego de Rómulo Betancourt. El mismo Luis Beltrán Prieto, rival de Barrios en las elecciones internas por la candidatura presidencial, se ocupaba de decir que “Gonzalo Barrios era la piedra en el zapato de Betancourt”.

Barrios repetía que Acción Democrática no había sido fundada como herramienta personalista y siempre negó que en el partido alguna vez hubiera reinado el unanimismo alrededor de un caudillo, ni siquiera con Rómulo, precisaba. Tenía una visión colectiva de la vida partidista. Muchas veces dirigió su finísima ironía a aquellos que se creían dueños de la verdad. De Carlos Andrés Pérez dijo que le hacía falta un poco de ignorancia.

Era enemigo de la exuberancia. En la campaña de Lusinchi un grupo de internacionalistas preparó un supuesto programa de relaciones exteriores para el período 1984-1989. El documento era un libraco muy grueso donde se especificaban las acciones que tomaría Venezuela en cada uno de los foros internacionales y ante cada uno de los países del planeta. El doctor Barrios, al tomar en sus manos tan grande despropósito, se limitó a observar que las relaciones internacionales son muy cambiantes, que no dependen de un solo actor y que además tal nivel de detalle podría traer consecuencias desfavorables y hasta uno que otro incidente diplomático. Les conminó a los prolijos comisionados a limitarse a fijar claramente los principios fundamentales de la política exterior que tendría el gobierno venezolano. Como ésta anécdota, seguro ocurrieron miles. De allí que muchos expresaran el temor de lo mucho que se resentiría la capacidad de análisis del CEN de AD, cuando ya él no estuviera.

Fueron muchas las oportunidades en que atajó a los periodistas que insistentemente requerían su opinión sobre un determinado tema con un “no tengo información suficiente sobre ese caso”. En nuestro medio, lleno de gárrulos, extraordinario es que alguien no se vaya a las primeras a pontificar sobre cualquier cosa. Aunque siempre tenía a mano una frase ingeniosa, no caía en la tentación de adelantarse a los acontecimientos o darle a los mismos una calidad catastrófica o demasiado solemne.

Ese carácter apacible y no dado a los teatrales extremos era producto de su recia formación intelectual, acentuada en sus largos exilios. Sus años franceses le dieron sabiduría y un talante cosmopolita a su larga vida política. Penosamente, a causa de su agitado y protagónico andar, su depurada y precisa prosa no se plasmó en obras de envergadura. Pero quedan sus excelentes artículos de prensa, recogidos en dos volúmenes, numerosos prólogos e innumerables discursos, entre los que se destacan los pronunciados como parlamentario. En ellos está presente su elegante arte de polemista.

Gonzalo Barrios fue un verdadero intelectual entregado a la política. Oficio éste que debería exigir el intelecto como condición necesaria para ser ejercido. Debería ser un pleonasmo decir que un político es intelectual, como lo recuerda Manuel Caballero en la interesante semblanza que hizo de Barrios años atrás (La pasión de comprender, Ariel, 1983). En nuestro país, ya sabemos, las dotes intelectuales acompañan a contados políticos. En ese artículo Caballero bautiza a Gonzalo Barrios como “un número dos de primera”.

Es verdad que su kilométrica y brillante carrera hizo que a su alrededor pulularan enjambres de farsantes. Muchos se valieron de su nombre para ser incluidos en las listas al Congreso o para obtener cualquier prebenda o sinecura. En varias ocasiones Barrios ignoraba que se usara su nombre que abría cualquier puerta. Pero esas son cosas que sólo pueden ir cambiando –como él mismo lo diría- al afirmarse los procedimientos democráticos y se vayan creando las hasta ahora inexistentes razones para que no se robe al Estado.

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