Opinión Nacional

Beirut nos espera

La afirmación de Collin Powell —entre admonición y amenaza— va dirigida a Sadam Hussein: pudo perfectamente ir dirigida a Hugo Chávez: «si las cosas continúan de esta manera, no encontraremos una solución pacífica a este problema». Si el Departamento de Estado, después de tantos y tantos descalabros planetarios, hubiera aprendido a anticipar los problemas en vez de intentar remendarlos cuando se han convertido en tumores terminales, seguramente hubiera atendido a las señales que Hugo Chávez viene emitiendo pública y notoriamente por lo menos desde 1992. Aún no asume la dimensión continental y la gravedad para la paz mundial de la crisis terminal que estamos viviendo.

Nadie reclama asistencias indebidas y no solicitadas. El pueblo venezolano ha estado completa y absolutamente solo en esta lucha por la libertad, la justicia y la democracia. Como lo estuvo el peruano, abandonado por la comunidad internacional hasta que no hubo más remedio: la OEA no le puso fin a la ignominia de Fujimori —idéntica hasta en los más mínimos detalles a la de Chávez. Sólo se apareció en Lima a redactar el acta de defunción de un regimen agonizante. Pocas, muy pocas cancillerías han atendido al hecho históricamente revelador de que el gobierno venezolano de Carlos Andrés Pérez fue el primero en romper relaciones con Lima cuando el mundo entero vitoreaba al tirano. Y el de Chávez — montado sobre el cadáver de aquel — el primero en llegar a Lima a socorrer con su masivo respaldo diplomático al déspota agonizante.

La OEA es un club de gobiernos, no una auténtica organización de Estados. La carta democrática intenta tender un puente entre ambas realidades, bajo las cuales bulle una realidad aún no representada en Washington: los pueblos. Pues si bien la carta democrática es un avance significativo hacia el establecimiento de normas que rijan el comportamiento de los gobiernos frente a sus pueblos, a la hora de la verdad no existe un solo mecanismo que le de a los pueblos, en la hora aciaga de sus sufrimientos, la posibilidad de una mínima expresión real. A esta Venezuela fracturada, a punto de irse a las manos, dominada por un gobierno absolutamente deslegitimado, autocrático y autista, sólo lo representa el embajador Valero. Sesiona en la OEA en nombre de un pueblo de 25 millones de habitantes un ex guerrillero que no representa al 20% de su población. Haberle impedido el paso a los enviados del restante 80% podrá tener justificaciones protocolares y diplomáticas: en los hechos es una simple aberración. La OEA está en deuda con Venezuela, así su Secretario General haga los más loables y generosos esfuerzos por ayudar a nuestra oposición a encontrar una salida pacífica y democrática al extravío que nos desgobierna.

Entre tanto el país se aproxima a pasos agigantados a su colapso final. Caracas comienza a oler a campo de batalla. En días un silencio de muerte caerá como una sombra sobre el viejo bullicio de nuestras ciudades. Y esa calma siniestra que anuncia tempestades nos sobrecogerá. Si no lo evitamos a tiempos, es decir: en horas, Beirut nos espera.

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