Opinión Nacional

El descontento se extiende

«El descontento se extiende, murmura y cuchichea». Fue esta, textualmente, la gráfica y muy atinada expresión de Mario Briceño Iragorry al juzgar los sucesos venezolanos previos a la caída lamentable de Rómulo Gallegos, el 24 de noviembre de 1948. Los hechos recientes – sin decir que la historia reencarna en la exactitud de sus dramas y en sus mismos actores – casi que nos aproximan a una situación nacional de incordialidad y de cisma semejante a la de entonces. Y no exagero al decir esto, pues el tiempo bueno como que se nos agota y en igual proporción se nutre de arbitrariedad suma y de insensatez el espíritu colectivo del venezolano.

Las turbas de estos días, enardecidas, insultando y zahiriendo hasta más no poder a la valiente Rhona Ottolina, quien ha cumplido respetable vigilia y expresado su disentimiento pacífico ante las puertas del Tribunal Electoral, no pueden ser más emblemáticas. Además, el sugestivo abrazo «habanero» entre el Presidente y su homólogo Comandante, Fidel Castro, en el mismo momento en que aquí las turbas que maltrataban a Rhona otro tanto hacían y casi que lapidaban a los encanecidos líderes adecos Piñerúa Ordaz y Lepage, nada bueno nos presagia.

Y para colmo, en prueba de este severo relajamiento social e institucional que acusa el país, el Gobierno reimprime «por error de copia» la Constitución Bolivariana. Varios meses luego de su publicación, al texto original ahora se le agregan casi una veintena de páginas con una suerte de Exposición de Motivos no conocida por el pueblo antes del referéndum y «decretada» por la Asamblea después de aprobada y sancionada la respectiva Constitución. Algo así tan chalado y disolvente como calzarse las medias encima de los zapatos.

Tan inaudita «reimpresión» sirvió de paso, indistintamente, para introducir en el texto constitucional unas varias docenas de correcciones de «estilo», realizadas fuera de la Asamblea y por el afilado lápiz de «un» audaz plenipotenciario. Y nada ha pasado y nadie se ha inmutado, menos atrevido protestar, como a buen seguro hubiese ocurrido en cualquier país medianamente estructurado.

Razones muchas hay, por lo tanto, no para estar descontentos, antes bien, para estar prevenidos y, todavía más, para estar asustados y no poco. El miedo y el descontento, en efecto, crecen y nos invaden como la hierva silvestre en este momento aciago. Entiendo, ahora sí, el sentido dramático de lo que antes no quise entender y que alguna vez me dijo, en sus ya agónicos y premonitorios días, Jorge Dáger: La generación democrática no sabe lo que es el miedo.

Hoy, cuando leo al trasluz de nuestro diario acontecer la célebre carta de Briceño Iragorry a Mariano Picón Salas, se me hiela la sangre. » De mi parte carezco de elementos de juicio – decía el escritor – para siquiera intentar respuesta a la pregunta planteada acerca del móvil que provocó la muerte de Gaitán. Pero detrás de ella veo un hecho objetivo: un populacho que se lanza, a la voz de un comité revolucionario, a una carrera de salvajismo. Pero ese populacho había sido cultivado para la feroz vendimia». «Nosotros hemos venido viviendo en medio de una tensa atmósfera de odios, que puede llegar a lo caótico. Si en Colombia el gobierno pudo hallar apoyo rápido en los liberales para imponer el orden, en Venezuela las fuerzas de oposición están divididas y se contradicen mortalmente. Existe una gran desconcierto de opinión y para el espectador prudente se hace difícil saber qué quiere el mismo Gobierno. Basta ver los editoriales de los diarios políticos para sentir la impresión de que uno se asoma a la ventana de un manicomio…». «No hay sentido de proporción para nada… Por donde quiera aflora la pasión, el odio, la incomprensión, la violencia, la anarquía… En el propio Ejército, según dicen, soplan auras disociadoras…En Caracas falta hasta el agua»

No de otro modo, amarrados como hemos de estar a esta enseñanza viva de nuestra historia, tenemos el deber de frenar a tiempo la hostilidad política y gubernamental, la violencia de calle, incluso la verbal, que es su germen inmediato; y ello debe ocurrir antes de que nos arrope una revuelta gaitanera que, al igual que en Colombia, llene de luto al destino de la nación.

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