Opinión Nacional

La nueva Fuerza Barragana Nacional

Las recientes declaraciones del Jefe del Estado Mayor del Ejército Venezolano, no pueden causar otra cosa que tristeza. Cito un trozo: “la lealtad en la Fuerza Armada Nacional no es una alternativa, es definitivamente la única vía para corresponder a la disposición, firme y constante, de un líder emergido de nuestro seno” (El Nacional, D/4, 23-09-2000).

Ya no es hacia el país, ni hacia sus instituciones, ni hacia su sistema democrático, aquello ante lo cual el soldado venezolano debe demostrar lealtad; no. Ahora es hacia “el precursor”, su “líder”, el mismo cuya “madurez intelectual” fue fruto de su tránsito por los “espacios” castrenses. De lo contrario…

Bueno, una amarga interrogante nos tortura la conciencia; tratamos de imaginar el contenido de esas lecciones de ética que reciben los futuros oficiales de la República; creemos adivinar que entre la “conciencia ética” que se les enseña y la sumisa “disposición” que su “comportamiento militar” les exige, debe haber poca distancia; con terror pensamos como una camarilla de aduladores los preparan para ser sus sustitutos, fieles guardianes de la memoria del “líder” y de la “revolución”.

Ahora entiendo muy bien el sentido de aquella frase: “Venezuela y Cuba navegando hacia el mismo mar de la felicidad”. Hemos avanzado mucho hacia ese destino, a pesar del corto tiempo de viaje.

Muchos creyeron que era una cuestión ideológica, de estar de un lado o del otro; que el asunto podía y debía pensarse en términos de los viejos símbolos, del viejo lenguaje de un siglo moribundo. Es así como muchos han pensado que aquí vamos hacia un régimen comunista. Lo cierto es que ya ni la Cuba misma lo es. La isla no vive otra cosa que una dictadura, una horrenda dictadura de las palabras, un despotismo de la metáfora. Cuba es un altar, un egolario como diría un querido amigo; un rincón del Caribe que subsiste para engrandecer y ser eternamente leal a su “líder” y a su “revolución”.

Ese es nuestro mar de la felicidad, el empíreo océano hacia donde encaminamos nuestras esperanzas.

Mientras tanto, el premio que las alimañas recibirán ya está visible: grandes limosinas y palacios, auspicios para publicar sus “obras maestras”, contratos de toda índole multimillonarios, cargos de asesores y de aduladores con licencia; en fin, en ello invertirá el “líder” el fruto de su feudo, como siempre ha sido. Al resto, al “soberano”, le seguirán lloviendo las palabras, los sueños, las metáforas, hasta que aprenda a invertir su creatividad e ingenio en nuevas formas de adulación, otras mil maneras de enriquecer el egolario de su gran “líder”, y de su “revolución”.

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