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Las viejas (y nuevas) bayonetas

La principal significación histórica de los hechos del 23 de enero de 1958, está sintetizada por la vasta movilización popular que produjo una urgida demanda de las libertades públicas cercenadas. Junto a la sociedad civil organizada, constituyó un fenómeno que el actual régimen todavía no logra manipular, versionándose como su imposible heredero, por cierto, a contrapelo de una envidiable  situación económica que todavía distaba de la crisis que generó y la que tuvo que afrontar el gobierno de Betancourt, sentidas las consecuencias iniciales del programa petrolero estadounidense de restricciones voluntarias, amén de las distorsiones a enderezar en materia de políticas públicas.

Reconocido el papel desempeñado por las Fuerzas Armadas, el caso no debemos simplificalo como un burdo golpe de Estado, y no sólo porque Pérez Jiménez se fugó preventivamente, convencido de los riesgos personales en los que incurriría de quedarse, decidido a no disparar a los cadetes de una Escuela Militar alzada (*), sino que la propia corporación castrense había perdido la homogeneidad indispensable, negociando y optando por el oficial de mayor antigüedad para hacer la inevitable y también impredecible transición.  En un texto previo a la influencia que ha ejercido la escuela histórica de Domingo Irwin en el ánimo de quien suscribe, esbozamos algunas de la tendencias prevalecientes en el otrora estrato militar venezolano que igualmente  arroja algunas luces al aproximarnos a la actual y no menos impredecible situación que experimenta (http://lbarragan.blogspot.com/2014/01/23-e-ii.html).

Premisa insoslayable, no hay soporte político alguna que transite impunemente el poder, aún tratándose de los partidos como sus mejores especialistas, pues se requiere de un convencimiento y consistencia ética tal del liderazgo que permita amortiguar y superar las fracturas, desencuentros, matices y contradicciones tan inherentes a todo obrar humano. Desde mediados de la década del 50, hubo una soterrada o abierta competencia por la sucesión de Pérez Jiménez que pareció beneficiar, en las postrimerías de su gobierno, al Gral. Rómulo Fernández, ministro de la Defensa, frente a los comandantes de fuerza o, en cualquier caso, ante quien dispusiera de las armas y municiones suficientes para un rápido lance. Empero, galopando una conducción opositora decidida, firme, coherente y – sobre todo – madura políticamente, se redujeron las oportunidades para aliviar el desentendimiento y arribar a un pacto entre las distintas – etéreas y concretas – tendencias pretorianas.

Valga acotar, tendencias que, más temprano que tarde, detonaron aventurándose en sendas intentonas – subrayemos – signos encontrados, acumulándose más de veintidós en el gobierno democrático de Betancourt, dato que Higuera Castellanos nos confirmó.  Luce ineludible conjeturar que Chávez Frías ni su sucesor, hubiesen soportado tamaño oleaje, salvaguardando el proyecto democrático, por más dicterios que les suscitara el odiado guatireño.

Ensayando una lectura más cercana, bajo el peso de una propuesta totalitaria que promete acabarla como una experiencia del profesionalismo y la especialidad, ahora la Fuerza Armada Nacional está sometida a la disciplina y el terror partidista de quien la comanda en Miraflores,   provocando las  tendencias o fracciones que no están dispuestas a pagar el elevado precio por sustentar al régimen culpable de la inédita crisis humanitaria que nos aqueja, deseándola corresponsable.  Es tiempo de volver a los cuarteles y de confiar en una transición – además – constitucional, afincada en el sufragio universal, directo y secreto de los venezolanos para recuperar la confianza y el prestigio que los estudios de opinión alguna vez le concedieron.

(*) Al coincidir en un reciente foro, el Gral/D ( R ) Víctor Higuera Castellanos, por entonces cadete, así nos lo comentó.

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