Opinión Nacional

Eran aquellos tempranos días…

Siempre que paso frente a tu estatua en el patio central del Hospital Vargas de Caracas, desde donde atento e impertérrito oteas a los pasantes con sus atadijos de tristeza y dolor por situaciones de enfermedad no resueltas, que se potencian al son de la indiferencia y al paso firme de la irresponsabilidad negligente hasta llegar a convertirse en insolubles, sientes comprensible lástima y conmiseración. Tragedias vitales que miras y que a ninguno parece importarle, ni a los interesados en curarse porque han perdido la esperanza, ni a los responsables de su sanación porque nos hemos envilecido, siendo que derecho a la salud no hay, sólo migajas interesadas para paliar segundos de hambre crónica de justicia.

Esta mañana me detengo en seco, siento tu llamado y giro la cabeza, te diriges a mí en tono sobrio y severo:

-¨La pobreza y el dolor se están acabando en el país porque se están muriendo los pobres¨; ¿Se te olvidó que hoy es el día de mi cumpleaños y en mi memoria se decretó en esta fecha el Día del Médico? ¿Es que has olvidado acaso tu juramento, ese que pronunciaste henchido de orgullo una tarde benevolente en el Aula Magna bajo las nubes acústicas de Calder…? -pareces decirme-

Desde tu altura y con dolor, has visto y percibido vulgaridades nunca oídas ni espectáculos nunca vistos como el que algunos estudiantes de medicina influenciados por el licor treparan hasta tu figura para hacerse fotos de fin de curso resquebrajando lo que el paso de 122 años ni siquiera pudo hacer; o el que desenfrenados camilleros transporten con irrespeto y en destartaladas camillas a enfermos como si fueran fardos de basura; o a jóvenes mujeres, estudiantes de medicina, expresándose a viva voz en un léxico de germanía que vociferan con un orgullo que envidiaría cualquier pran carcelario, transformando en plebeyo lo que debería ser noble; o la militarización innecesaria de nuestro centro de trabajo para acostumbrarnos de a poquito a la bota opresora y recordarnos que debemos callar; o el desapego hecho costumbre, y el mal hacer hecho vicio … Todo ello un espectáculo de retrogradación espeluznante.

¿Qué podría yo responder viendo como se ha entronizado la traición en la Facultad de Medicina como forma de ser y hacer, vendiéndose a ideologías destructivas de lo bueno para sólo propender a lo peor, despedazando prelaciones que únicamente favorecen la consecución de un mal médico, de un peor especialista, de un médico con el cual nunca quisiéramos topar nosotros, nuestros hijos o nuestros nietos en ocasión de una situación de minusvalía orgánica…

José María Vargas, Padre de la Medicina Venezolana (1786-1854)

-¨¡No me vengas con eso! –me reclama- Parece que debo recordarte lo que tantas veces recordado casi que se transforma en lugar común…, mi conversación con el capitán Pedro Carujo:

-¨Señor doctor: queremos saber si usted abdica o no¨.

Yo repliqué:

-¨No señor, la autoridad que la nación me ha confiado no es renunciable sino ante el Congreso¨

Carujo me repuso:

-¨El triunfo de la revolución, ya consumado, pone fin a toda autoridad anterior¨.

Y yo contesté:

-¨El hecho no es derecho¨.

Como a los cinco minutos, poniéndose Carujo de pie, terminó diciendo en alta voz,

-¨Señor doctor: el mundo es de los valientes¨.

A lo que yo contesté en firme tono,

-¨Señor Carujo: el mundo no descansa sino sobre la justicia y la honradez¨.

 

Y así fue como en medio de aquél tumulto y voces estentóreas, con coraje y determinación, Vargas ofrecía su pecho a las balas con admirable serenidad. Eran verdaderas sus palabras, entonces y ahora, tan solo una invitación a hacer lo que nos ha tocado en suerte, lo que debemos hacer sin temores ni hipocresías.

Eran aquellos tempranos días de nuestra adolescencia, cuando tímidos y temerosos, pero orgullosos de nuestra suerte, nos aproximábamos al saber de nuestros maestros y de aquellos que habían sido sus maestros desde helénicas mañanas en que se acrisolaba la medicina científico-natural, forma de hacer que devino en la nuestra, a la cual no era extraña que los humanos somos mezcla de soma, psiquis y mundo externo, y que dejó como corolario el que a los médicos no puede sernos extraño todo lo que concierna al hombre enfermo… Y muy especialmente al pobre paciente hospitalario, tantas veces engañado en el antaño y ahora en el hogaño y a los destartalados recintos de nuestros hospitales mancillados por la codicia y el negocio fácil de las remodelaciones inconclusas, mientras otras naciones más sortarias tuvieron a costa nuestra centros médicos de envidiable modernidad. Eran aquellos tempranos días en que mi hospital innovaba, en que se nos insuflaban hálitos de superación, respeto y compromiso, en que se nos invitaba a ser parte de aquella pléyade de médicos insignes. Eran aquellos tempranos días…

-¨¡Suficiente…! Y para finalizar, ¿qué puedes decirme en tu favor…?

Maestro, padre Vargas, como médico venezolano no puedo menos que sentirme avergonzado por una misión incumplida; no puedo sentirme patriota como tú, cuando elementos extraños a nuestra medicina vernácula han invadido nuestras querencias resquebrajando nuestras leyes y derechos sin que poco o nada hayamos enfrentado, y con el aval de figurones del régimen, también colegas, se lo hemos permitido y aupado; con talante colaboracionista, esos herederos de tu misión, sin que sepamos qué los animó o qué los hizo flaquear, han manchado el gentilicio universitario y enlodado la historia de la medicina nacional y de la Facultad de Medicina de nuestra Alma Mater…

¡Ojalá que en tu magnanimidad puedas perdonarnos!

 

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