Opinión Nacional

De vuelta y vuelta

Cada cierto tiempo un pedazo de Venezuela enloquece, en forma discreta o ampulosa, pero vive su delirio sin mayores complejos. Las noticias que llegan casi con regularidad van tentando nuestra capacidad de asombro. Hace veinte años a alguien se le ocurrió el macabro ciclo de “La Pirámide”, en el cual, para ganar dinero había que sacrificar incautos que creyesen en uno. Por ese camino hubo hijos embaucando a los padres y amigos del alma desesperados por traicionar a los demás.

Después vino “La Banca Paralela”, el especimen más parecido a esta “Vuelta”. Los jubilados, viudas y comerciantes entregaban sus ahorros al limbo, con la inverosímil seguridad de que ganarían intereses superiores a los de la banca comercial. Entonces también hipotecaron casas, vaciaron los fondos de retiro y le apostaron todo a la quimera de enriquecerse súbitamente. En el ínterin se ensayaban otras locuras inverosímiles. Vendían bienes raíces en Miami, condominios fastuosos a mitad de precio, constituían cooperativas para construir town houses, mientras los más humildes rifaban hermosos vehículos en las vías públicas, por un milésimo de su valor. Por ese camino hubo estafas con supuestas clínicas de propiedad compartida, con “resorts”, en playas paradisíacas, y hasta hubo particulares que por su cuenta y riesgo se atrevieron a asegurar vehículos.

Tan cíclica como la mitomanía colectiva ha sido la multiplicación del “nuevo-rico”, siempre obsesionado con las mismas presunciones: vehículos todo-terreno, despampanantes modelos atendiendo lujosas oficinas, bacanales en nights-clubs y todas las formas de ostentación y despilfarro. Quienes esta vez se pavoneaban con las “Hummers”; y “Armada” de doscientos millones, pudieran ser hijos o nietos de los que veinte años atrás hacían lo mismo con los autos de la época.

La verdadera víctima de una a otra generación ha sido la buena fe pública, porque un lector distante percibirá al Zulia y Venezuela como un Macondo de puros incautos. ¿Quién podía creer que consiguiendo siete estúpidos alguien se iba a ganar casi una fortuna? Nadie, y sin embargo hubo la “Pirámide. ¿De dónde podrían sacar los rendimientos financieros paralelos a la banca comercial? Y sin embargo, “que de gente perdió allí sus reales”. Ahora con “La Vuelta”; todo parece una trama del humor negro, increíble que pasara, pero así fue, y día por día siguen desfilando nuevos detalles del escándalo.

En el fondo subyace un problema más sociológico y ético que propiamente legal o policial. Es el Mito del Dorado, operando a quinientos años de distancia. La presunción del país donde todo era oro y con sólo llegar cualquiera podría enriquecerse súbitamente. Eso masacró a los españoles enfebrecidos, produjo las oleadas de mineros por Guayana, desparramó la población tras el señuelo petrolero y ahora se manifiesta con cada trama, a ratos siniestra y a ratos divertida.

La irracionalidad tras pirámides, bancas paralelas y vueltas, opera también en los juegos de envite y azar. ¿Qué de vidas, fortunas y familias se han quemado entre el hipismo desenfrenado, la ruleta y el casino. En la más empinada urbanización y en el más modesto barrio, doquiera está la leyenda triste del que perdió todo en el juego y dejó a su familia en el mayor desamparo. La escala de valores que se impone para confiar todo a un intermediario, “broker”, financista o fabulador, es la misma que mueve al tahúr para jugarse el todo por el todo con cada baraja.

Sostengo que la ludopatía masificada es uno de los más graves problemas de Venezuela. Está pendiente un estudio que deberán emprender los profesionales de las ciencias sociales para cuantificar la magnitud del derroche nacional con el infausto cambio en el régimen de prestaciones “laborales”. La liquidación periódica de esas prestaciones impactó en el consumo de cerveza y en los juegos de envite y azar. No es casualidad que a pesar de la lucha librada por sectores altruistas en cada ciudad nos estén metiendo el “Caballo de Troya”, de un casino área por área, suerte de templo pagano, contrapuesto al estudio, a la superación por el esfuerzo y al ahorro como valor emblemático de la vida.

¿Qué podemos hacer? Desempolvar los valores profundos de la sociedad. Una cultura apuntalada por la ostentación, el consumismo y el despilfarro es vacía y nefasta. Sí, estimado lector, querida señora, si usted deja que los hijos se levanten obnubilados sólo por las marcas, el derroche y el materialismo, ya les habrá malogrado la vida. Más temprano que tarde le apostarán todo al afán de riqueza, caerán en las “Vueltas” y “Pirámides”; venideras, perderán todo en la ruleta y se arriesgarían hasta con el narcotráfico y otras forma del delito cuando la desesperación termine de cargárselos.

Ese es el problema de fondo, no la candidez colectiva que recrea las crónicas periodísticas de estos días. Los policías buscarán a los indiciados, estos quizás irán a juicio y los tribunales harán lo posible, pero la raíz seguirá intacta si no la arrancamos de cuajo. Sólo los líderes de la sociedad: padres, madres, jefes de familia, sacerdotes, pastores, maestros, comunicadores, dirigentes y personajes, incluso los políticos, sólo los constructores de idiosincrasia pueden enfrentar al gran mal.

Se trata de bajar al anti-dios “dinero” del pedestal, y desmitificar sus íconos relativos, como el lujo desmedido, la ostentación, la fastuosidad, la presunción egolátrica y vanidosa, el hedonismo, el narcisismo, el individualismo exacerbado, derruyendo esos valores paganos y entronizando en su lugar el estudio, el deseo sincero de superación, la modestia, el cultivo de las bellas artes, la solidaridad, la amistad, el amor. Sobre las cenizas de “La Vuelta”, podemos invocar los arquetipos ideales del deber-ser de nuestra sociedad. Un joven verdaderamente culto, con temor de Dios, con auténtica formación humanista y conciencia del tiempo y las oportunidades, no se dejará timar ni saldrá a engañar a nadie.

Porque en el diagrama de la ludopatía las esquinas suelen confundirse: la víctima-estafada también defrauda a su familia y los timadores tienen sus escalas, los que dan la cara son también manipulados y a veces impera una especie de autosugestión colectiva. Y fíjese que yo soy refractario al emblema conformista de la pobreza como sinónimo de honradez.

Por el contrario, mientras tengamos más ricos y menos pobres, mejor para la sociedad. Pero ricos que lleguen a serlo tras veinte y treinta años de esfuerzo, fortunas bien habidas, cultivadas de una a otra generación o consagradas por la honradez en su logro. Ubicar la dimensión exacta del logro pues más importante que la riqueza es la felicidad, la tranquilidad y el sentido histórico de la propia vida.

(*): Abogado y Politólogo

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