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Gaucherie

El galicismo del título es para decirlo con tacto porque está referido a algunas personas que todavía siguen creyendo, opinando y —lo peor de todo—muy activos en su afán de ganar adictos para la abstención el 15-O.  Y lo digo en forma “fisna” porque no me gustaría clasificar lo que hacen personas muy cercanas —a las que aprecio bien— con alguno de sus calificativos más castizos: torpeza, cerrazón de mente, necedad.  Porque no es de un mero aturdimiento de lo que sufren.  Se han empeñado en que los únicos que tienen la verdad son ellos, siendo que en política no existe esa cosa que pudiésemos denominar “unicidad axiomática y ortodoxa en la verdad.  Y, mucho menos, cuando está en peligro la salvación de la democracia (sin adjetivos) y la institucionalidad.

El régimen —que “no está jugando carritos” para decirlo con un cliché que volvió a poner de moda el gocho que sabemos— se caracteriza por la falta de escrúpulos para mantenerse en el poder.  No tiene el menor miramiento en eso de mandarle sus cipayos a los antagonistas, en acosar, expropiar, forzar al exilio y hasta asesinar a quienes se les pongan por delante.  Tienen el poder y las armas.  Y nada de circunspección para el empleo abusivo de ambos.  Contra un gólem de ese tamaño y condición no queda sino aplicar la teoría del salami: ir acabando con él por rodajitas. Quitándole pedazos de poder cada vez que se pueda.  ¡Vamos!, que, como explicó recientemente un articulista amigo: “un elefante no puede ser tragado de un solo bocado”.

Ya esa sola consideración bastaría para justificar la resolución que tenemos de aceptar el reto de medirnos en las urnas —con todo y lo mañosas que son las cuatro arpías del CNE.  Porque si cuidamos las mesas de votaciones, no las abandonamos en la hora del escrutinio y defendemos los resultados con valor, ni con todas las trapacerías que inventen esas brujas, podrán impedir que prevalezca la realidad venezolana: que somos más los que queremos un país serio, sin avasallamientos de los neocolonizadores antillanos y sin ideologías que ya han fracasado en otras latitudes.  Que no aceptamos que se nos ponga la pata encima.

Pero entonces los abstencionistas sacan a relucir eso de que, si nos presentamos en los centros electorales, estaremos revalidando a la constituyente cubana.  ¡Pues tampoco!  Yo todos los meses pago el consumo de electricidad, y no por eso estoy convalidando la desastrosa gerencia del general Motta, un exalumno de quien tengo buenos recuerdos en lo personal y lo profesional, hasta que se le dio por hacer política uniformado.  Pongo gasolina casi regalada pero no por eso estoy aprobando la espantosa robadera que hay en Pdvsa desde hace ya casi diecinueve años.  Y, para parafrasear un símil que ya use la semana pasada, si yo veo cien dólares tirados en el piso, los recojo sin importar que estén debajo de la defecación de un perro —ya Vespasiano explicó que pecunia non olet.  Después, con lavar bien el billete y desinfectarme las manos, todo volvería a la condición normal.  Lo reitero, aquí lo importante es ganar la mayoría de las gobernaciones.  Y no digo “todas” por dos razones: porque todavía hay mucha gente que sigue agarrada del clavo ardiente de las promesas —aunque vacías y no cumplidas—, sobre todo en los estados de menor población, porque viven de la nómina estadal; y porque no me gusta ser —para ponerlo en un colombianismo aceptado por la RAE— “garoso”.

Y, por si todavía quedan algunos que justifican su posición abstencionista diciendo que la aceptación de las elecciones por parte de la MUD fue un error, no queda sino pedirles que entiendan que eso ya es un hecho cumplido.  Que ahora lo que queda es aceptar lo sucedido y —recordando lo que aprendimos en el Catecismo—, en el supuesto de que no podamos escoger el bien y rechazar el mal, tratar de escoger de entre los dos males, el menor.  Eso debe ser para los abstencionistas el imperativo moral de rigor.  Porque podemos, así como de pasada, abrirle los ojos a los paisanos que siguen empecinados en creer que en esta versión criolla jadeante del socialismo real (para nada “del siglo XXI”) está la solución de sus males, obligar al régimen a aceptar, aunque sea a regañadientes que somos mayoría aplastante, y a las demás naciones del orbe que seguimos luchando por hacer volver al país a la inveterata consuetudo del derecho internacional serio, responsable.

Y si después de estos argumentos alguno todavía sigue en su empecinamiento, ¡pues que no vote!, pero que no siga llamando a convalidar la abstención.  Porque puede tirar la burra pa’l monte…

Por mi parte, yo tengo claro que si no se vota le estaremos dando un cheque en blanco al régimen para que termine de acabar con lo poco que nos queda de república. Que si no sufrago, le estaré dando luz verde a las tropelías que seguramente cometerán en todas las gobernaciones los veintitrés cómplices que escogió el ilegítimo —todos ellos muy parecidos al impresentable que seleccionó para Carabobo.  Con el favor de Dios, yo votaré.  Insto a todos mis conciudadanos para que hagan lo mismo…

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