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Dirigentes

Alfredo Maldonado

Para ningún venezolano de estos tiempos cabe duda alguna de que el chavismo, el castrismo y de un cáncer para acá el madurismo, se los debemos principalmente a los dirigentes políticos. Tampoco cabe duda de que una mayoría de venezolanos reaccionó contra el ablandamiento y la confusión de la dirigencia de Acción Democrática, el deslave de Copei y el enredo multicolor de ese patético final de carrera de Rafael Caldera que fue aquél amasijo llamado “chiripero”. Fueron tres gobiernos sucesivos de decepciones y angustias, de desgarramiento de una economía inflada contra natura y de decisiones políticas tomadas pensando en esa vaguedad habitualmente llamada “opinión pública” y con dirigentes enceguecidos por ellos mismos.

Hugo Chávez y sus militares golpistas no se adueñaron del poder por un triunfo, pues sus dos intentos de golpes de estado fueron rotundos –y sangrientos- fracasos, ni porque fuesen puestos en libertad por un Presidente que por una parte había permitido en 1992 que su explicación en el Congreso fuese malinterpretada como una justificación de la rebelión uniformada, y por la otra se dejó presionar por la algarabía de medios de comunicación, intelectuales y demás ilusos.

Chávez y sus militares llegaron a la Presidencia por esa alharaca frívola y populista, de “rating” y estar de moda, que hoy pagan unos con exilio y otros con la pérdida de sus empresas, o, simplemente, con el apagamiento de esos diarios, radioemisoras y televisoras como consecuencia de la firme –en eso sí son empeñosos y eficientes los castrochavistas- supervisión de los medios para que no adopten posiciones riesgosas para el Gobierno, sus fracasos y su estrategia de arruinar para permanecer.

Claro, muchos no contaban años atrás, y parece que no saben exactamente cómo manejar hoy, con la dificultad de controlar las redes sociales, que además pueden ser no sólo muy perjudiciales para los controladores, sino riesgosas porque combinan sin aviso ni protesto informaciones de profesionales y las de cada individuo, de todo nivel de preparación, actitud y percepción, con un celular en la mano.

Maduro, además, está en una posición compleja, aislado en su propia región en la cual crece –al menos por ahora- el centro político y anticastrista, que busca resolver los gigantescos desastres económicos y sociales que la izquierda ha dejado, con la única excepción del otro aislado, el gigante mexicano, donde el proceso ha sido al revés, el desastre lo causó el conservadurismo del PRI y del PAN, con actitudes similares a las de los partidos y dirigentes venezolanos que se entienden entre ellos y el Gobierno para seguir todos disfrutando poderes y ventajas. Pero el caso mejicano es diferente por esa situación tan delicada de bisagra o colchón, si usted quiere, entre la mayor potencia socioeconómica del mundo y la siempre vacilante y difícil de prever Latinoamérica.

Caso difícil, y estamos esperando algunos con el corazón en la boca, cómo va a ser la derecha del nuevo Presidente de Brasil, ex militar que ha dejado muy claro su extremismo y las medidas que se propone tomar. Así, las dos grandes potencias latinoamericanas, estarán los próximos años en posiciones radicalmente diferentes.

Nicolás Maduro además se las ha ingeniado para poner en posiciones difíciles a dos amigos que podrían ser importantes en su defensa, si no fuera porque se ven condicionados porque esta Venezuela castrista les debe la camisa, toda la ropa y el escaparate y, lo saben bien, no tiene cómo pagarles siquiera de manera razonable. Turquía no representa ni de lejos lo que son, cada una, China y Rusia, y la India mira para otros lados.

Los dirigentes venezolanos siguen viendo sólo hasta el límite de sus narices y pretenden que la llamada “comunidad internacional” –básicamente tres capitales, Washington, Bruselas y Bogotá- se mueva también dentro de esos límites. Por eso no sólo pactan diálogos para dar una bandeja de legitimación tranquilizadora a Nicolás Maduro, sino que tratan desvergonzadamente de que esos gobiernos que han advertido públicamente que no reconocerán al Presidente Maduro a partir del 10 de enero próximo –porque, para empezar, no reconocen a su soporte construido, la Asamblea Nacional Constituyente y en consecuencia tampoco podrán reconocer sus decisiones, incluyendo la Constitución que están tramando ni los vitales créditos que Miraflores necesita-, desmantelen las sanciones que están poniendo a los dirigentes del madurismo contra la pared, condenados a disfrutar sus camionetas blindadas, sus escoltas y sus nuevas residencias –o sea, sus fortunas de corta tradición y amplia bolsa- dentro de Venezuela que, con tanto dinero para comprar y negociar, se hace pequeña. ¿De qué sirve comprar un avión si no puedes aterrizar fuera del país sin el riesgo de ser arrestado?

Sin duda una mayoría de venezolanos votó hace veinte años por Hugo Chávez, en mucho impulsados, motivados, por medios de comunicación ilusos, intelectuales prepotentes incapaces de ver nada que no fuesen sus propios pensamientos, y dirigentes que dejaron escapar la popularidad, la fe y las posibilidades del país entre sus manos incompetentes.

¿Dónde estaban esos electores este domingo 9 de diciembre? En sus casas, descansando para las colas de la nueva semana en busca de cualquier cosa que puedan comprar, en caso de que tengan a mano algunos restos de bolívares para comprar.

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