Economía

Cooperación energética presidente Bush

El presidente Nixon en 1973 prometió en su Plan Independencia eliminar la dependencia petrolera externa de Estados Unidos para 1980. 25 años más tarde EE.UU. consume 20,5 millones de barriles diarios (MMBD) e importa 13, un 63%. La producción ha caído de 10,6 MMBD en 1985, a menos de 7 MMBD en 2005.

Norteamérica consumirá 30 MMBD en 2020 e importará 17. Las importaciones de gas natural aumentan 13% anual y las de gas natural licuado crecieron 135% en 2003 y se espera se cuadrupliquen en 2010. ¿Qué les pasa a los asesores energéticos del presidente Bush que lo ponen a decir en su mensaje anual al Congreso que su país reducirá la dependencia petrolera?

Los norteamericanos no olvidan el embargo petrolero árabe de 1973; pero tampoco la condición de Venezuela como proveedor seguro y confiable. Las fuentes de energía más confiables, baratas y eficientes seguirán siendo el petróleo y el gas durante, por lo menos, las próximas tres o cuatro décadas. El presidente Bush puso en ejecución –loable iniciativa- un plan energético hace un año que con gran optimismo prevé que su gigantesco parque automotor estará constituido en un 25% por vehículos híbridos (gas y electricidad) en 2025; pero el propio plan anticipa una creciente dependencia petrolera externa.

Depender del petróleo y el gas no es una amenaza sino una oportunidad, y lo es por supuesto para Venezuela, cuya ubicación geográfica es privilegiada con respecto al más grande mercado del mundo. Lo que se requiere es estimular la producción mundial de petróleo y gas, como lo están haciendo las propias empresas petroleras estadounidenses. ¿Han estudiado los asesores de Bush los pronósticos de oferta y demanda energética de sus empresas petroleras y el incremento de sus presupuestos de inversión en exploración y producción? ¿Han apreciado la inversión en investigación y desarrollo de sus empresas para generar avanzadas tecnologías que permitirán explorar y producir hidrocarburos en áreas de alto riesgo geológico nunca antes exploradas y en aguas y tierras profundas?

El ministro saudí Al Naimi alertó sobre la evidente contradicción: ¿Cómo es que el G-8 y la Agencia Internacional de Energía exhortan a la OPEP a invertir y aumentar su capacidad de producción y por otro lado el presidente de Estados Unidos alienta a disminuir la dependencia del Oriente Medio, que tiene más del 60% de las reservas mundiales y cuya dependencia en EE.UU. es de sólo 12% de los suministros externos? ¿Quieren esos asesores que se disminuya la dependencia de sus fuentes seguras de suministro, como Canadá, México, Venezuela, Trinidad y Tobago, Colombia, Nigeria, Inglaterra, Noruega?

La única política que podría tener cierta probabilidad de éxito para disminuir la dependencia petrolera de EE.UU. –bajo el supuesto negado de que esa fuere en realidad la estrategia correcta a seguir- sería la de aumentar significativamente los impuestos a los hidrocarburos y subsidiar ostensiblemente las fuentes alternas de energía. Para ello, habría que llevar los precios del petróleo y el gas, vía impuestos, a 200 por barril o más para tener algún efecto real en el consumo y los suministros. Pero, ¿Es ello realista? ¿Aceptará el contribuyente norteamericano incrementos de 100% o 200% en los impuestos al consumo?

La estrategia lógica y conveniente a seguir es la de estrechar los lazos con los países productores de petróleo miembros y no miembros de la OPEP. Propiciar un acercamiento auténtico con los países de la OPEP en busca de alianzas que den un piso sólido a las relaciones energéticas entre los Estados Unidos y la OPEP. Relanzar el diálogo entre productores y consumidores. Promover la constitución de asociaciones entre las compañías petroleras estatales y las empresas privadas nacionales e internacionales. Venezuela tendría una posición de arranque inigualable por sus vastas reservas, sus calificados recursos humanos, su ubicación geográfica y su tradicional condición de suplidor seguro y confiable.

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