Vale más paro de empleados públicos que militares reprimiendo
Alfredo Maldonado
Un paro laboral suele ser un pulso entre dos adversarios enfrentados con firmeza. La diferencia puede estar en quien aguanta más, como la Primera Ministra Margaret Thatcher que aguantó sin ceder un penique una huelga de un año de los mineros del carbón hasta que tuvieron que ceder y aceptar las condiciones del N° 10 de Downing Street. O como cuando un Hugo Chávez armado con militares e ilusiones populares dejó secarse un paro petrolero manejado por gerentes que sobreestimaron sus conocimientos y no por sindicalistas curtidos en los pozos y las refinerías.
El Presidente interino Juan Guaidó convocó a una huelga diferente, un paro programado de los empleados públicos. Es cosa distinta. No es un llamado a los altos burócratas sino a porteros, secretarias, asistentes, personal de taquilla. Es decir, los empleados públicos que ganan los sueldos más bajos y se aguantan las preguntas, las impaciencias y las quejas del público. Entre ellos, además, enfermeras y enfermeros, bomberos, camilleros, laboratoristas, maestros que, además de sus jornadas largas y sueldos cortos, deben dar las caras para informar que no tienen los insumos para calmar y mucho menos curar a los enfermos, por ejemplo.
Los dirigentes del Gobierno se burlan de la convocatoria, siguen creyendo que los empleados públicos son sus empleados políticos. Es un peligroso error.
No sabemos si Juan Guaidó y la oposición tienen el poder de convocatoria y la estructura organizativa para armar, sostener y aprovechar un paro de empleados públicos, sea una huelga general, sea una serie escalonada de paros parciales. Lo que sí sabemos es que es una medida que de realizarse, nos afectará a todos. O sea, al Gobierno, sin la repulsión pública que generan las represiones.
