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Cómo mueren las democracias

Así sería la traducción al castellano del título de un libro que me regaló recientemente Ricardo Guada —persona cuya amistad tengo por honra y que es muy reconocida social y empresarialmente en el centro del país.  How Democracies Die” es uno de los libros más vendidos en Estados Unidos desde 2018 y fue escrito por dos catedráticos de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.  Dichos autores se han dedicado por más de veinte años a investigar los gobiernos “occidentales” —el primero enfocado en Latinoamérica y el segundo en Europa— para tratar de encontrar una respuesta a una sola interrogante: ¿peligra la democracia en esas latitudes?  El resultado de sus investigaciones concluye en que los populismos, en ambos lados del océano, están erosionando gravemente la vida en democracia.  Opinan que dicho deterioro se debe a que ciertos líderes y banderías políticas, en su afán de perpetuarse en el poder, han buscado —de propósito y sistemáticamente— acabar con (o por lo menos, neutralizar) las instituciones que desde muy antiguo han servido de soporte al sistema democrático. 

Yo creo que todos los indicios que según los autores están matando a la democracia se han instalado desde hace más de veinte años en Venezuela.  Que somos el ejemplo perfecto del asesinato aleve, premeditado, de las instituciones republicanas por parte de unos individuos que, de labios para afuera, juran ser democráticos; pero, que en realidad solo emplearon los instrumentos del sistema para matarlo desde adentro.  Porque no creen en la alternabilidad que es esencial para el vigor democrático.

Traduzco del libro: “…ahora los políticos tratan a sus rivales como enemigos, intimidan a la prensa libre y amenazan con rechazar los resultados de las elecciones”.  O sea, describen de maravilla lo que ha sucedido en Venezuela desde los tiempos de Boves II y que continúa con Nikolai y sus conmilitones.  El primero de los nombrados, el pitecántropo barines, cuando falló en su intento de convertir a Venezuela en otra Cuba con el proyecto de reforma de la Constitución, en su despecho por haber perdido el referéndum, no vaciló en calificar el triunfo de la perseverancia popular como una “victoria de m…”.  E inmediatamente, empezó a hacer nula la voluntad del pueblo mediante la promulgación de leyes que, de hecho, imponían por la fuerza lo que las urnas le habían negado.  Ahora, el usurpador, el ilegítimo, sigue intentando imponerse sobre la voluntad popular, sobre lo debido, con una mezcla descarada, sin escrúpulos, de fuerza bruta, compra de conciencias (de magistrados, legisladores y militares) y de limosnas al pueblo ignaro.  

Ya la democracia no muere en manos de chafarotes, como en mucho de los sesenta y setenta del siglo pasado, mediante golpes violentos de Estado.  Ahora, la matan líderes electos que buscan mantenerse de por vida en el poder y eternizarse en el “goce de sus mieles”.  Para ello no les importa dar al traste con unas instituciones vitales para la pervivencia nacional.  No hay una Contraloría que verifique los ingresos y gastos del Ejecutivo, solo una para perseguir a los adversarios políticos.  El Ministerio Público y la Defensoría del Pueblo, también esenciales para el correcto funcionamiento del país, están en unas mismas manos: las de un filipichín, enamorado de sí mismo, que se encumbró echándoselas de defensor de los derechos humanos y que, después de estar en el cogollo, nunca más se ocupó de ellos.  El Poder Electoral, primordial para el resguardo de la voluntad expresada en los comicios, en manos de unas fichitas del PUS que renunciaron a él en la víspera de su unción al CNE, y no lo sueltan ni locas.  Y un Poder Judicial, encabezado por alguien sindicado de asesinatos, que se sabe la palabra final y por eso desoye sus mismas jurisprudencia y doctrina para complacer a sus amos y “benefactores”.  Y unas Fuerzas Armadas que dejan mucho que desear en su verticalidad e institucionalidad.  Lo referido a ellas es tan grave que creo conveniente dejarlo para un próximo escrito. 

Lo que hace el régimen es mayormente “legal”, en el entendido que es bendecido por la legislatura y aceptado por la corte (minúscula ex profeso).  Lo disfraza de esfuerzos para “perfeccionar” la democracia, combatir a la corrupción y hacer más eficiente la impartición de justicia por parte de los tribunales.  Compran diarios, televisoras y estaciones de radio para publicitar esos “logros”; a los que no se dejan comprar, los reducen a la autocensura mediante multas, expedientes o cierres atrabiliarios.  La idea es implantar la “hegemonía comunicacional” que inició el Héroe del Museo Militar y que se ha agravado por las alevosías del mofletudo nortesantandereano.  Es que buscan hacerle creer al pueblo más sencillo de mente que sigue viviendo en democracia.  Y mejor.  Cuando la realidad es que el desgobierno los ha reducido a vivir con hambre y en tiranía.

Hay que salir de esta gente pronto.  Y, para ello, una forma es tratar de frenar el debilitamiento progresivo de las instituciones esenciales; que es lo que ha ayudado los zoocialistas a mantenerse en el poder.  Hay que buscar opciones que permitan a aquellas enmendar la ruta hacia lo debido.  Pero para ello es esencial que se mantenga la unión, dejando de lado las pequeñas diferencias de opinión, las agendas secretas.  Porque, haciendo mío un lema del MAS —ahora tan disminuido y acomodaticio por las acciones de los felipesmujicas y enriquesochoas—, ¡si podemos: somos más!   

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