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Collage vigésimo segundo sobre Rómulo Betancourt

(La Revolución de Octubre, la elección presidencial de Rómulo Gallegos -III-)

La candidatura presidencial de Rómulo Gallegos es aprobada y aclamada, el 30 de agosto de 1947, por la VII Convención Nacional de Acción Democrática, para las elecciones generales que van a celebrarse a fines de ese año. Días después, el 12 de septiembre, se proclamó en una gran concen- tración pública, en el Nuevo Circo de Caracas. Fue entonces cuando dijo aquella frase que está grabada en su tumba: “Tanto más se pertenece uno a sí mismo, cuanto más tenga su pensamiento y su voluntad, su vida toda, puesta al servicio de un ideal colectivo”. En ese discurso, el gran novelista entregó para la historia unas palabras, ”hasta ahora se las tenía reservadas”, que le dijo al presidente Isaías Medina Angarita en 1945, en nombre de Acción Democrática, cuando, descartada la candidatura de Escalante por su dolencia mental, le presentó, para solucionar la crisis creada por la sucesión presidencial, la fórmula de la elección por el Congreso Nacional de un candidato extrapartido que presidiera el país y, previa reforma de la Constitución, convocara, en un lapso a convenir, unas elecciones generales en las que, mediante el sistema de sufragio universal, directo y secreto, el pueblo decidiese quién sería el Presidente de la República para el próximo período constitucional. Con el tratamiento de mutua confianza que se daban, le expresó: “Estás en las vísperas del mejor o del peor momento de tu vida política” (1). Medina no aceptó la propuesta, fue “el peor momento” de su tránsito presidencial. Contada la anécdota, Gallegos prosiguió su discurso y, a grandes trazos, expuso, de ser favorecido por el voto popular, cuál sería su actuación en el abordaje de los problemas económicos, sociales y políticos que iba a enfrentar.

El 14 de diciembre se celebraron las elecciones generales para Presidente de la República, Congreso Nacional, Asambleas Legislativas regionales y Concejos Municipales del Distrito y Territorios Federales, triunfando la candidatura de Rómulo Gallegos con mayoría abrumadora. Rómulo Betancourt manifestaría después: “Al insacular el voto, como ciudadano más de Venezuela, experimenté la más honda emoción de mi vida pública. Diversas circunstancias me dieron la invalorable oportunidad de contribuir a la dramática y definitiva derrota de la tesis de los sociólogos al servicio de las dictaduras, de que nuestro pueblo era inapto, orgánicamente, bajo el sino de aquellos tres factores inexorables de tierra, raza e historia, para el ejercicio y disfrute de los sistemas democráticos de elegir gobernantes” (2).

A comienzos de 1948, se descubre y denuncia un intento de bombardear a Caracas, con el fin evidente de obstaculizar la asunción de Gallegos a la presidencia. Veamos lo que nos cuenta Simón Alberto Consalvi: “En las propias vísperas de la toma de posesión del Presidente Electo, en febrero, había sido develado un plan para bombardear Caracas, una conjura entre Rafael Leonidas Trujillo, de la República Dominicana, y Anastasio Somoza, de Nicaragua. Los reportes del Departamento de Estado aportan innumerables datos sobre este episodio, armado y tramado por el desequilibrio mental, equilibradamente compartido, de Trujillo y Somoza” (3). Más adelante, añade: “Los despachos del Chargé  d’Affairs en Managua no hacían sino comprobar lo que ya era vox pópuli en Caracas. Betancourt, como Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, se había dirigido al país  el 1° de febrero –quince días antes de la toma de posesión- denunciando la conspiración que se urdía desde el exterior, desde Managua y desde Santo Domingo, con conexiones en aeropuertos norteamericanos (Bush Field, Augusta, Georgia y Daytona Beach, Florida) desde donde los famosos aviones B-24 habían despegado (con escala en Puerto Cabezas), para bombardear Caracas e impedir o perturbar la toma de posesión de Gallegos” (4). Rómulo Betancourt, en su libro más importante, también se refiere a esa criminal aventura: “Electo Rómulo Gallegos como Presidente constitucional, en vísperas de la trasmisión del poder, hubo otro brote conspirativo, éste con caracteres de terrorismo masivo: aviones piratas iban a bombardear a Caracas, teniendo sus bases de operaciones en Santo Domingo y Nicaragua” (5).  

Rómulo Gallegos tomó posesión de la Presidencia de la República el 15 de febrero de 1948. En la ocasión, se dieron citas presenciales en Caracas destacados intelectuales de toda América. Duró en el poder apenas nueve meses y nueve días. Ramón J. Velásquez comenta la caída de Gallegos, así: “A las presiones que sobre el sector militar descontento realizaban los sectores nacionales antes mencionados (las presiones provenientes del área de la oposición política), hay que agregar las que provenían de quienes desde el campo económico veían con alarma la aplicación de las normas dictadas por la Nueva Ley Agraria, la sindicalización de casi todo el proletariado nacional, la fundación de una poderosa Confederación de Trabajadores de Venezuela, la aparición de una clase media con una mentalidad moderna, la incorporación del campesinado a las luchas políticas y sindicales, así como también el estupor con que estos reducidos pero entonces influyentes grupos observaban el trato del gobierno hacia las compañías petroleras a las que estaban acostumbrados a mirar como intocables” (6).

La conspiración que estaba en marcha para derrocar al Gobierno del Presidente Gallegos tuvo su desenlace, como sabemos, el 24 de noviembre de 1948. Gonzalo Barrios, que como Secretario General de la Presidencia fue testigo presencial de los hechos, contó en una carta al profesor universitario de Oklahoma, Lowell Dunham, autor de una obra sobre la vida y obra de Rómulo Gallegos, cómo ocurrió ese desenlace. Los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud, Ministro de Defensa, Marcos Pérez Jiménez, Jefe del Estado Mayor, y Luis Felipe Llovera Páez, subjefe del Estado Mayor, solicitaron una audiencia personal al Presidente Gallegos quien, en compañía de Gonzalo Barrios, los recibió en el Palacio de Miraflores el 19 de noviembre, a las 11 de la mañana. En relación a Delgado, conviene precisar que cuando Gallegos vivía en el exilio en Barcelona, España, “lo había acogido en su casa y lo había protegido como un hijo” (recuerda Simón Alberto Consalvi), poco después  de la muerte de su padre, el general Román Delgado Chalbaud, en la expedición del Falke contra Juan Vicente Gómez en 1929. Dejemos que Gonzalo Barrios nos haga el relato, en extensa cita: “Como guardaban silencio, Gallegos los excitó a hablar. Esperábamos que Pérez Jiménez sacara al fin del bolsillo lo que parecía ser el pliego del Ejército y que ya había demostrado llevar consigo en ocasión anterior. Pero fue Delgado Chalbaud quien extrajo  de su guerrera un papel con apuntes manuscritos y con voz vacilante manifestó al Presidente Gallegos que iba a informarle de los puntos que constituían las demandas del Ejército. Los enumeró así: 1° Expulsión del país de Rómulo Betancourt. 2° Prohibición del regreso del Comandante Mario R. Vargas. 3° Remoción del Comandante Gámez Arellano, Jefe de la Guarnición de Maracay. 4° Remociones y cambios entre los edecanes presidenciales. 5° Desvinculación con el partido Acción Democrática. Con su misma actitud ya apuntada (se revistió de una serenidad y de una dignidad que lo imponían a simple vista como símbolo de la legalidad  republicana), el Presidente Gallegos manifestó que iba a contestar de inmediato sus peticiones, advirtiéndoles que lo haría por considerarlo conveniente desde el punto de vista de sus funciones. Precisó: ‘Quiero recordarles que de acuerdo con la Constitución que he jurado cumplir y defender, los dos únicos Poderes ante los cuales tengo que rendir cuenta de los actos de gobierno son, en primer término, el Congreso Nacional, y luego el Poder Judicial, si es que contra mi persona es incoado juicio en la forma legal. Pero de acuerdo con esa Constitución que ustedes también han jurado respetar, defender y hacer respetar, no puedo ni debo aceptar imposiciones ni rendir cuenta de mis actos ante ese otro organismo llamado las Fuerzas Armadas Nacionales, cuyos deberes y derechos de cuerpo no deliberante los define claramente la Carta Fundamental de la República y que no son, precisamente, los que ustedes en estos momentos están pretendiendo ejercer’. Seguidamente rechazó todos los puntos diciéndoles: ‘Lo que ustedes me proponen con respecto a Betancourt es la inconsecuencia entre amigos personales y políticos, clásica en la historia de Venezuela, y en la cual no voy a incurrir por dignidad propia; el Comandante Vargas, a quien ustedes llaman Mario Ricardo como camaradas de armas y ‘amigos íntimos’ que son, es un hombre honesto y patriota, gravemente enfermo en Estados Unidos, y si quisiera venir a pasar sus últimos días en la patria, no sería yo quien se lo impediría, pues en ello va también algo de mi dignidad; en cuanto al Comandante de la guarnición de Maracay, contra quien se ensañan porque lo saben leal a mi gobierno, podría ser que yo lo removiera cuando fuere conveniente, pero no por imposiciones ni por acuerdos extraños; los edecanes son jóvenes militares que se sientan a mi mesa, con lo cual queda dicho que no renuncio al derecho de escogerlos personalmente; y en cuanto a la desvinculación de mi gobierno del partido Acción Democrática, ya sé bien lo que eso significaría conforme a la reciente experiencia del presidente del Perú. Si doy la espalda a la fuerza política que me ha apoyado y entre cuyos miembros me cuento, además de cometer una deslealtad quedaría expuesto a las maniobras de cualquier ambicioso. Ya no serían ustedes, sino el mismo policía de la puerta, quien un día cualquiera me impediría la entrada a Miraflores” (7). Uno se estremece al leer esa respuesta de Santos Luzardo a Doña Bárbara. Vargas, más de un siglo después, apostrofando, no a uno, sino a tres Carujos.

Se conoce que cuando Carlos Delgado Chalbaud, con ojos aguados, le entrega a Rómulo Gallegos el pliego de peticiones, el Presidente le expresó: “Me agrada verte llorar porque eso quizás signifique que todavía haya en ti algo noble”. He reflexionado y compaginado esa frase, que se tiene como cierta, con lo que en el destierro mexicano me dijo el gran novelista, en 1956, uno cualquiera de los 15 días seguidos que estuve tomándole la tensión arterial, palabras más, palabras menos: “Delgado fue un traidor pasivo, no un traidor activo; él hizo lo posible por evitar el golpe, pero cuando vió que no podía lograrlo, se plegó a los insurrectos y se perdió para la historia”.

No son pocos los que creen que el gran escritor fue generoso en la valoración de la conducta de quien, dada la lejana cercanía afectuosa que hubo en Barcelona, España, hasta le pedía, a veces, a él y, en su momento, a Doña Teotiste (la esposa del Presidente Gallegos), la bendición.

Un testimonio interesante para la evaluación del comportamiento de Delgado Chalbaud en aquellos días, es el del Comandante Mario Vargas (a pesar de la objeción de los tenientes-coroneles alzados, el día 20 había regresado sorpresivamente a Caracas desde el sanatorio de Lake Saranac, Estados Unidos), que quedó registrado por Rómulo Betancourt: “Víctima de una crisis de su enfermedad pulmonar, prisionario virtual de sus compañeros de armas, presenció el comandante Mario Vargas, desde una cama tendida en el propio despacho del Ministro de Defensa, la escena de la integración del nuevo Gobierno. Guardó en la memoria el diálogo habido entre Pérez Jiménez y Delgado Chalbaud. Fue éste, con palabras de más o de menos:

-Pérez Jiménez: El Gobierno debe ser una Junta Militar de tres, de los cuales dos seremos el comandante Llovera Páez y yo. El tercero debe ser usted, comandante Delgado.

-Delgado Chalbaud: Yo no podría aceptar, porque era el Ministro de Defensa del Gobierno constitucional.

-Pérez Jiménez: Pero fue usted quien dio la orden para que el ejército se hiciera cargo de la situación.

-Delgado Chalbaud: Eso es verdad, y entraré a formar parte de la Junta, presidiéndola porque tengo mayor rango militar” (8).

En la Academia Militar, donde estuvo detenido desde el día del cuartelazo hasta el 5 de diciembre, día de su expulsión del país, Gallegos escribió a mano, de su puño y letra, un documento de veinte cuartillas, que entregó a Humberto García Arocha, su médico y amigo, para que lo difundiera e hiciera del conocimiento de los venezolanos. Cito un párrafo de lo que allí escribió: “Resistí a tales  pretensiones con la entereza a que me obligaba la confianza del pueblo depositada en mi (dice refiriéndose al famoso pliego de condiciones), pronuncié las palabras enérgicas que mi destino me dictaba, como también las más persuasivas que las circunstancias requiriesen y cuando ya nadie podía dudar de mi inflexibilidad en la defensa del honor del poder civil con que el pueblo me había investido, cuando ya nadie podía acariciar la idea de que yo fuese un juguete en manos voluntariosas, se produjo una vez más el atentado de la fuerza contra el derecho” (9).

Tal vez la historia aún tiene que seguir escrutando aspectos del proceso de la tragedia constitucional, cuyo escenario final  -bajó el telón- fue el 24 de noviembre de 1948.

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Continuaremos en el próximo Collage.

1)Rómulo Gallegos. “Una Posición en la Vida”. Ediciones Humanismo. México, 1954. Página 260.

2)Rómulo Betancourt. “Venezuela, política y petróleo”. Fondo de Cultura Económica. México,    1956. Página 220.

3)Simón Alberto Consalvi. “Auge y Caída de Rómulo Gallegos”. Los Libros de El Nacional. Segunda edición aumentada. Junio 2010. Página 39.

4)Simón Alberto Consalvi. Obra citada. Página 40.

5)Rómulo Betancourt. Obra citada. Página 467. Betancourt da más detalles en la Nota N° 8, que aparece en las páginas 839-840.

6)Ramón J. Velásquez. “Aspectos de la Evolución Política de Venezuela en el Último Medio Siglo”. Fundación Eugenio Mendoza. Caracas, 1976. Página 93.

7)Gonzalo Barrios. “La Imperfecta Democracia”. Ediciones Centauro, 1981. Páginas 173-175.

8)Rómulo Betancourt. Obra citada. Página 471.

9)Simón Alberto Consalvi. Obra citada. Página 55.

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