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Sarkozy: No tengo derecho a decepcionar a los franceses

El nuevo presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, afirmó hoy que no tiene «derecho a decepcionar a los franceses», en su primer discurso como jefe de Estado, en el que se marcó, entre otras exigencias, «unir» a sus compatriotas.

«No tengo derecho a decepcionar a los franceses», subrayó en su alocución Sarkozy, quien se fijó además la «exigencia del cambio», de «romper» con el pasado y de «obtener resultados» para su mandato de cinco años.

Sarkozy, que quiere abrir su Gobierno al centro y a la izquierda, señaló que para «servir a Francia no hay campos» sino solamente «las competencias, las ideas y las convicciones» de aquellos que ponen por delante el interés general, y se dijo «dispuesto a trabajar con ellos».

«Defenderé la independencia de Francia y la identidad de Francia», prometió Sarkozy, quien dijo además que «luchará por una Europa que proteja», por la «unión del Mediterráneo», por el «desarrollo de África», por la paz y el desarrollo sostenible.

Sarkozy, que viajará hoy mismo a Berlín para entrevistarse con la canciller alemana y presidenta de turno de la UE, Angela Merkel, comenzó su discurso con un elogio a los cinco presidentes que le han precedido en la V República, empezando por su fundador, el general Charles de Gaulle.

Del general destacó que había salvado a Francia, de Georges Pompidou y de Valery Giscard d’ Estaing subrayó su labor de modernización del país y del socialista François Mitterrand alabó su habilidad para efectuar la transición y preservar las instituciones.

Por último, Sarkozy aplaudió la labor de Jacques Chirac, quien hoy le cedió el testigo tras doce años en el poder, a favor de la paz y en defensa de los valores de Francia en el mundo, así como su papel en el despertar de las «consciencias» sobre el «desastre ecológico».

Visiblemente emocionado y con lágrimas en los ojos, Sarkozy pronunció su discurso en uno de los salones de fiestas del Elíseo tras ser proclamado oficialmente presidente de Francia y recibir la Gran Cruz de la Legión de Honor, que no se puso.

Junto a Sarkozy, además de los aproximadamente cuatrocientos invitados, estaba su familia en pleno, incluida su mujer Cecilia, que vestía de blanco plateado, y sus tres hijos.

PERFIL

Abanderado de la «ruptura» y el «cambio

Abanderado de los valores de trabajo, mérito, respeto y autoridad, y apóstol de la «ruptura» y de una «derecha republicana» sin complejos, el hiperactivo y voluntarista Nicolas Sarkozy alcanzó hoy el sueño de su vida: la Presidencia de Francia.

A sus 52 años, nacido después de la II Guerra Mundial, Sarkozy encarna la llegada de una nueva generación al Elíseo, donde se cierra la página de los doce años de su predecesor, Jacques Chirac, que a los 74 años bajó el telón tras más de 40 años en la política.

Hace diez días, el entonces candidato y líder de la conservadora y gobernante Unión por un Movimiento Popular (UMP) derrotó a la socialista Ségolène Royal en la segunda y última ronda de las Presidenciales y consiguió auparse al Elíseo al primer intento, después de tres décadas en la política.

Aunque apóstol de una derecha sin complejos y que asume sus valores, el desde hoy vigésimo tercero presidente de Francia y sexto de la V República ha abogado por la apertura al centro y a la izquierda, que quiere incluir en el Ejecutivo cuya presentación se espera esta misma semana.

Hijo de un aristócrata húngaro refugiado en Francia a finales de la II Guerra Mundial y nieto, por el lado materno, de un judío de Salónica -lo que dio pie al ultraderechista Jean-Marie Le Pen para negarle el derecho de aspirar a la jefatura de Estado-, Sarkozy dice que quiere «devolver a Francia todo lo que le ha dado».

Abogado y diplomado en Ciencias Políticas, se adhirió en 1974 a la gaullista UDR y en 1976 a su sucesora, el RPR de Chirac, quien fue su mentor.

Elegido a los 28 años alcalde de Neuilly-sur-Seine, localidad selecta de las afueras de París, y diputado a los 33, fue ministro de Presupuesto a los 38 en el Gobierno de Edouard Balladur.

En las Presidenciales de 1995, apostó por Balladur contra Chirac, un error que pagaría con una larga travesía del desierto.

Sarkozy, que se había introducido en el círculo privado del entonces alcalde de París, pasó de ser «el pequeño Nicolas» al «pequeño traidor» para el clan Chirac.

Tras encajar en 1999 la derrota del RPR en las Europeas, en 2002, después de la reelección de Chirac por la que «mojó la camisa», volvió al Gobierno.

Primero como ministro de Interior, donde su lucha contra la delincuencia y la inmigración ilegal le convirtieron en el político más popular de la derecha y luego como titular de Finanzas, hasta que en 2004 tomó las riendas de la UMP, creada en 2002 por Chirac y que debía servir para aupar a su delfín Alain Juppé al Elíseo.

Sarkozy derrotó las maniobras de los seguidores de Chirac de la primera encarnación del frente «Todo Salvo Sarkozy» e hizo de la UMP una poderosa maquinaria al servicio de su ambición presidencial.

Tras el «no» de los franceses a la Constitución europea en 2005, Chirac no tuvo más remedio que recuperarle para el Gobierno como ministro de Interior.

A finales de marzo último, Chirac dio su frío apoyo a Sarkozy para sucederle en el Elíseo y, anoche, en su adiós televisado a los franceses, le deseó suerte en su misión.

Para la primera vuelta de las Presidenciales del pasado 22 de abril, el candidato de la «ruptura tranquila» había «derechizado» su discurso -así propuso un Ministerio de la Inmigración y la Identidad Nacional-, para reconquistar a parte del electorado de la ultraderecha.

Para la segunda ronda, en la que se enfrentó a una nueva corriente «Todo Salvo Sarkozy» de izquierdas -que englobaba a supervivientes o herederos de la ideología del mayo del 1968 a la que achaca muchos de los males del país-, se presentó como el «candidato del pueblo» al que ofrecía construir el «nuevo sueño» de una «Francia fraternal».

Padre de tres hijos y casado en segundas nupcias con Cecilia, de ascendencia española, Sarkozy quiere ser amado pero asusta, según los sondeos, a la mayoría de sus compatriotas por su autoritarismo.

Durante la campaña hubo quienes predijeron una «explosión» en las barriadas periféricas tras la victoria de quien, como titular de Interior, prometió limpiarlas con «mangueras de presión» y llamó «gentuza» a los jóvenes delincuentes que las habitan, poco antes de que estallaran las revueltas del otoño de 2005.

En este afán por desmarcarse de la imagen de una clase política alejada de las preocupaciones de los franceses, ha jugado también la baza de la proximidad, la «acción» y el «resultado», y un corpus de valores fáciles de identificar: el trabajo («trabajar más para ganar más»), el mérito, la autoridad, la responsabilidad y el respeto.

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