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El Fenómeno del Cuero Seco: Las Consecuencias Inesperadas de la Intervención

Recuerdo que mi abuela en los últimos años de su vida, con su humor tan criollo y a la vez tan elegante, se la pasaba diciendo:

Estoy como un cuero seco, me aplastan por un lado y me levanto por el otro.

Cuando tomaba una medicina para curar un mal, esta causaba otro. Una cosa muy común en todos los abuelos…

Lo curioso de ésta frase, o más bien, del fenómeno del cuero seco, es que está presente en un sin fin de dimensiones que sobrepasan la vejez de los abuelos.

En el mundo político, por ejemplo, las intervenciones militares aplastan un lado del cuero pero levantan todos los demás. Cada intervención militar resulta generando un impredecible surgimiento de grupos militares que no existían.

En el campo de la medicina es quizás donde lo vemos más presente. Cada año miles de pacientes mueren debido a enfermedades hospitalarias – enfermedades que no hubieran contraído de no haber sido intervenidos en el hospital en primer lugar.

En nuestras vidas privadas también pasa todo el tiempo. Cuantas veces no hemos enviado un mensaje intentando calmar una situación, y resultando en todo lo contrario?

Todas nuestras intervenciones tienen consecuencias.

Y la mayoría de éstas consecuencias no son intencionadas.

El caso del no intervencionismo

Obviamente hay situaciones en las que no intervenir significa colapso absoluto, y en ellas preferimos aceptar las consecuencias de nuestra intervención, por más incognitas que éstas sean, a sufrir tal colapso.

Aún así, vivimos en una sociedad que favorece la intervención.

Tomemos nuevamente el campo hospitalario. La mayoría de éstas instituciones evalúan el rendimiento de sus médicos con métricas que los inducen a intervenir.

Cuando estos intervienen y su paciente termina sufriendo una consecuencia no intencionada, por lo general, el médico no se mete en problemas ya que la intervención estará siempre presente como prueba de «buena fe».

Y la realidad es que en muchas ocaciones, la intervención de un doctor no es producto de su buena fe sino de su miedo a ser culpado por no haber intervenido.

Esto no es culpa del doctor.

Esto es culpa de nuestra parcialidad por la intervención excesiva.

Laissez faire y la mano invisible

He aquí donde el concepto de Laissez faire y la mano invisible aparecen.

Sin adentrarnos mucho en sus significados, digamos que ambos conceptos no ven con buenos ojos al intervencionismo. Estos conceptos entienden a cada individuo capaz de operar por sí solo, pues entre todos existe una mano invisible que los regula naturalmente.

Estos conceptos tienden a ser vistos como insensibles por gran parte de la sociedad. Se interpretan como filosofías que desfavorecen a los más débiles y no velan por la justicia.

Y desde cierto punto de vista están en lo correcto.

Pero pocos realmente se paran a ver la otra cara de la moneda.

Ambas filosofías confían en la capacidad que tiene cada individuo para superarse por sí solo ante las adversidades.

Para explicar la esencia de ambos conceptos, hagamos un experimento mental.

Imagina dos niños con baja estatura para su edad.

Uno de ellos juega todo el día en el parque con sus amigos. El otro se queda en el banquillo porque sus padres consideran un peligro exponerlo ante niños que tienen mayor altura.

Si bien el primer niño está expuesto a un riesgo mayor, también está expuesto a una ganancia más amplia. El jugar en el parque le otorga experiencia real de cómo debe comportarse un niño bajo en un mundo de niños alto. Esa exposición le brinda información importante que la necesitará en un futuro para salir de aprietos.

Y esto no es todo. Ésta exposición también le brinda a los otros niños un aprendizaje de cómo jugar con niños más bajos que ellos.

El segundo niño, en cambio, se pierde de toda ésta información. A pesar de que se salva del riesgo de sufrir un accidente en el parque ese día, sufre el daño de carecer la exposición necesaria para saber cómo comportarse el día de mañana en un mundo gobernado por niños altos.

Y los padres, por querer protegerlo, terminaron haciendole más daño con su intervención.

Antifragilidad

El concepto de antifragilidad es uno extremadamente interesante. Lo desarrolló Nassim Taleb en su libro Antifrágil.

Quiero dedicarle un artículo completo a este mismo concepto, pero por ahora dejémoslo en que significa la capacidad que tenemos los seres vivos de salir fortalecidos de las crisis a las que nos exponemos.

Esta capacidad solo la podemos desarrollar a través de la exposición a situaciones difíciles.

Quien nunca se ha expuesto a retos importantes, no es antifrágil sino todo lo contrario.

Revisando el tema de las intervenciones, podríamos decir que, a menos que se trate de situaciones de vida o muerte, las intervenciones, en vez de ayudarnos, nos vuelven más vulnerables y limitan nuestra habilidad para aprender a enfrentar desafíos de manera autónoma.

Más data es igual a más intervencion

Vivimos en la era de la información, donde la data está al alcance de nuestra mano. Esto puede ser increíblemente útil, permitiéndonos tomar decisiones informadas basadas en una amplia gama de datos recopilados.

Sin embargo, también puede llevarnos a la trampa de la sobrecarga de información y a un fenómeno conocido como ‘parálisis por análisis’.

Cuanta más información tenemos, más nos sentimos obligados a intervenir, creyendo que cada nueva pieza de información requiere una acción correspondiente.

Lo que olvidamos en esta ecuación es que la intervención, especialmente cuando se basa en una avalancha de información, puede conducir a la fragilidad.

A veces, cuanta más información tenemos, más indecisos nos volvemos. Pasamos tanto tiempo analizando y evaluando la información que tenemos a nuestra disposición, que nos olvidamos de la esencia de la acción. La obsesión por la intervención basada en datos puede llevarnos a una serie de consecuencias no intencionadas.

Además, en este proceso, a menudo ignoramos la calidad de la información. No toda la data que tenemos es relevante o incluso precisa.

Esta sobreabundancia de información puede resultar en decisiones desinformadas o erróneas. Es esencial aprender a filtrar la información que recibimos, para poder determinar qué es relevante y qué no lo es.

Finalmente, más intervención no solo puede llevar a más fragilidad, sino también a una menor capacidad para lidiar con los desafíos de manera autónoma.

Al intentar controlar cada pequeño aspecto de nuestras vidas basándonos en la enorme cantidad de datos que tenemos a nuestra disposición, nos privamos de la oportunidad de desarrollar resiliencia y antifragilidad.

En lugar de permitirnos enfrentar y superar los desafíos, nos volvemos dependientes de la intervención constante.

Así que, aunque la era de la información tiene sus ventajas, también tiene sus trampas.

Debemos ser cautelosos con cuánta intervención permitimos en nuestras vidas y recordar que la verdadera fortaleza viene de nuestra capacidad para afrontar desafíos, no de nuestra capacidad para evitarlos basándonos en una avalancha de datos.

En resumen

Tendemos a subestimar todo lo que podemos alcanzar al no hacer nada ante una situación crítica.

Y sobreestimamos el bien que podemos inflijir al intervenir en tales situaciones.

Queriendo proteger, terminamos haciendonos más daño. Confiemos en la autonomía y capacidad que tenemos todos para vencer las adversidades y salir airosos de situaciones críticas sin necesidad de intervención.

Es crucial que reconozcamos el poder de la no intervención y la resistencia innata que tenemos para superar las adversidades.

En lugar de intervenir de forma impulsiva, aprendamos a confiar en nuestra capacidad para resolver problemas y salir fortalecidos de situaciones difíciles.

¿Te ha surgido alguna situación en la que la no intervención haya sido la mejor opción?

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