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Del naufragio a la esperanza

Muy pocos dudan de que Venezuela necesita un cambio profundo y una muy exigente reconstrucción. En eso coinciden los que simpatizaron con el “socialismo del siglo XXI” y los que se opusieron a él. En su reciente reunión la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) recogía este consenso en apretada síntesis: “Nos preocupa la pobreza generalizada; las fracturas de las familias producto de la migración forzada de millones de venezolanos; el creciente número de niños, adolescentes y adultos mayores desnutridos, con sus irreversibles secuelas para su vida; la inequidad social y económica; el deterioro de los servicios públicos y de salud; el desmantelamiento de las industrias básicas; la falta de seguridad jurídica; la corrupción administrativa e impunidad generalizada; las limitaciones para la movilización por la falta de combustible y de transporte; el deterioro ecológico de extensas áreas, que afecta principalmente a los pueblos indígenas; el control que en algunas zonas ejercen diversos grupos irregulares armados. Así mismo, la violación de los derechos humanos y políticos que lleva consigo persecución, inhabilitación, represión, torturas y supresión de libertades. Igualmente, la gravísima crisis educativa que se manifiesta, entre otras cosas, en la deserción escolar y docente, los bajos salarios de los maestros y profesores,el deterioro de las infraestructuras escolares” (Nos. 6 y 7).

Pero no basta el diagnóstico. Todos tenemos que examinarnos y movilizarnos para que en Venezuela vuelva a brotar la hierba de la esperanza y trabajo de todos retomemos el camino de una vida digna para todos.

 Esta realidad es tan evidente que en ella coinciden también gobiernos latinoamericanos amigos del “socialismo”y la gran mayoría de los gobiernos democráticos de nuestro continente y del mundo. No podemos continuar como si no pasara nada. Es la hora de que nos preguntemos seriamente qué podemos hacer entre todos antes de que el naufragio de Venezuela se convierta en un desastre irreparable. En la reciente reunión de la Unión Europea y los gobiernos latinoamericanos del CELAC, un grupo de amigos de Venezuela manifestó su preocupación y exhortó a hacer los cambios, con diálogo y negociación dentro del camino democrático en el marco de nuestra constitución. La gran oportunidad son las elecciones democráticas de 2024. De ellas Venezuela saldrá atada por décadas con una dictadura de miseria y sumisión, o con ellas iniciaremos un camino extraordinario de entendimiento entre quienes hasta hoy se rechazan como enemigos. Ahora la mayoría sufre concentrada en sobrevivir sin mayor protesta porque no ve salida ni cree en políticas e instituciones fracasadas, pero empieza a resurgir la esperanza con las Primarias para escoger un candidato único democrático en las elecciones de 2024.

Venezuela preocupa a gobiernos de EE.UU. y Europa. También a presidentes latinoamericanos considerados de “izquierda” y amigos de Maduro, pero que necesitan diferenciarse del evidente fracaso venezolano. Esos gobiernos quieren ayudar a que nuestro país retome la senda constitucional y democrática, que abra las puertas a la reactivación acelerada con inversiones multimillonaria y que elimine las persecuciones de unos y las sanciones de otros; no son separables. En todo esto EE.UU. con sus políticas es clave. Parece que el gobierno de Biden quiere ese camino, que es imprescindible abrir en 2024 con elecciones competitivas con observación internacional. El desastre quedó en evidencia hace una década con el retiro de las inversiones privadas, increíble la pérdida de 75% del PIB y el éxodo de más de 6 millones de venezolanos. No habrá fuerte reactivación de inversiones, ni recuperación del PIB, si no hay apertura democrática.

Para convertir en acción el grito silencioso de millones de venezolanos empobrecidos, es necesario escuchar y recibir el apoyo eficiente de países democráticos y de gobiernos de “izquierda”, y la voz de la Iglesia  el sentir de los venezolanos. Todos coinciden en exhortar al gobierno  el camino electoral, antes de que la situación se agrave. El camino del diálogo y de la negociación desagrada al gobierno autoritario y a muchos opositores que quisieran rupturas, confrontaciones y castigos; pero el enfrentamiento  resistencias de los que todavía están en el poder y dificulta la necesaria unión del país para la muy difícil reconstrucción.

Lo más sensato y conveniente para el país, sería que el propio gobierno reconociera el evidente fracaso de la prometida prosperidad socialista. Con ética y lógica, el Presidente y su gobierno debieran reconocer los hechos y abrir la puerta de la transición, por el bien de ese pueblo al que ofrecieron servir. No somos ingenuos ni nos hacemos ilusiones, pero no renunciamos a que prevalezca el bien del país con la renovación del poder al menor costo posible, con los equipos más competentes y el mayor apoyo internacional posible.

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