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El gobierno de la Universidad

A más de un siglo de la Reforma de Córdoba, las necesidades de cambio universitario no han dejado de plantearse o demandarse. Especialmente, las pertinentes a cómo debe gobernarse una universidad. Por supuesto, atendiendo el equilibrio de poder al cual se supeditan importantes determinaciones. Mas aún, cuando muchos de los problemas que gravitan alrededor del gobierno universitario ocurren a causa de las implicaciones que cobijan la compleja red de relaciones sin cuyo conocimiento, en términos de los distintos procesos de gobierno, acontecen conflictos que ponen en entre dicho la capacidad de gobierno que no siempre acompaña la gestión de gobierno institucional. Ni tampoco, la formación cognitiva de quienes buscan actuar o ejercen como autoridades universitarias.

Gobernar no es nada fácil. Sobre todo, cuando se tienen carencias respecto de “gobernar” ámbitos colmados de lo que la Psicología denomina “disposición altruista” para referir las boyantes ideas que sustentan toda oferta de gobierno que ostentan candidatos a cargos de autoridad universitaria. O equipos aspirantes a cubrir el mayor rango de escaños de poder académico-administrativo-gerencial.

De la teoría de gobierno

Aunque la teoría de gobierno habla de condiciones que deben allanar toda propuesta que funja de síntesis capaz de orientar a quienes aspiran a ocupar posiciones de gobierno universitario, tanto como de la capacidad de gobierno(entendida como aquella capacidad de liderazgo soportada en la experiencia tanto como en conocimientos de Ciencias y Técnicas de Gobierno), también alude al trazado específico de la gobernabilidad de la institución y al proyecto de gobierno. Entendiéndose por gobernabilidad, el diseño realizado considerando el juego que ha de existir entre aquellas variables capaces de ser controladas por la autoridad universitaria elegida, variables éstas apuntadas en el proyecto de gobierno, y las variables independientes (que no son controlables). De manera que mientras más variables sean controladas, mayor será la posibilidad de lograr una mejor gestión de gobierno.

Respecto del proyecto de gobierno, luce atinente explicar que su elaboración dista de ser un ideario repleto de deseos expuestos con base en una narrativa abarrotada de metáforas. O de intenciones que buscan seducir o cautivar votantes a los fines de entusiasmar actitudes. O que busca emocionar políticamente a universitarios ingenuos o distraídos.  

¿Dónde está el problema?

Prepararse para gobernar una universidad no resulta un hecho simple. Ni tan asequible como a primera vista pudiera parecer. El problema surge cuando quienes son favorecidos por el voto, no advierten las complicaciones que entraña gobernar una institución cuyos miembros no sólo integran una comunidad de intereses espirituales. Más aún, forman una comunidad tan especial que se moviliza sobre el conocimiento que se imparte, se crea, se investiga, se desarrolla, se administra, y gerencia. 

La Universidad si bien es una institución cuya práctica de producción cognoscitiva, existe en el contexto propio de las ciencias, las tecnologías, las humanidades y las artes, también habita un mundo de múltiples criterios de eficacia, de cuantiosas racionalidades y muchas autorreferencias explicativas, aunque con severos recursos escasos. Y tan complicada mezcolanza, poco se comprende.

La esencia oscura del asunto

En el fondo hay escenarios tan enrevesados y enrarecidos, que muchas veces entraban lineamientos de desarrollo universitario (cuando se tienen). Sus realidades se hallan anegadas de condicionantes de diferente índole. En lo particular, condicionantes circunstancias. Condicionantes de viabilidad y condicionantes de efectividad. Y es eso, lo que bien debe amalgamarse en un todo coordinado por la égida de un gobierno universitario competente. 

Más, cuando se entrelazan problemas derivados de la imprecisión propia de un cálculo insuficiente de la incertidumbre. Aunque mal definida, pues es sabido que sus elementos son siempre imprecisos en calidad y cantidad. Sin embargo, la ambigüedad de tan confusos elementos arrastra supuestas soluciones que, en su forma y fondo, incitan conflictos. 

Gobernar la universidad es un asunto que tiende a complicarse por causas relacionadas con la desactualización o desajuste de procesos administrativos agravando procedimientos académicos, generalmente. Aunque el problema se potencia, cuando se advierte la incongruencia e inconsistencia que persiste entre niveles organizacionales con responsabilidades de administración dada las competencias funcionales que por normativa se tienen. 

Es lo que sucede toda vez que existen universidades con funciones o normas rezagadas de la dinámica académico-operativa exigidas por las circunstancias. Particularmente, ante la premura de determinados procesos político-administrativos. Y eso conduce a universidades “remolonas”, a actuar alejadas o confundidas de solicitudes o funciones fundamentales. Básicamente en lo organizacional. En consecuencia, dichas situaciones generan conflictos sucesivos que interrumpen el discurrir de realidades emergentes y en emergencia.  

En conclusión

Todo lo arriba referido, constituye la cruda realidad del juego social que vive la universidad como comunidad de intereses no siempre alineados con objetivos mancomunados. Pues la universidad en su esencia, es un sistema, una especie de conglomerado, donde se combinan razones con emociones, lo intuitivo con lo analítico, lo intrínseco con lo extrínseco, lo cualitativo con lo cuantitativo, la información con murmuraciones de pasillos, el sentido común con irracionalidades, valores morales con presunciones e inmodestias, y la discreción con la imprudencia.

Gobernar una universidad, como ha intentado explicarse, compromete la disposición del universitario como político, educador y líder. Vale el concepto que expone el austríaco Yehezkel Dror, profesor emérito de la Universidad Hebrea de Jerusalén, cuando en un informe preparado para el Club de Roma, y editado por el Fondo de Cultura Económica, México, 1996, puntualizaba lo siguiente: “quien gobierna debe ser capaz y estar dispuesto a involucrarse en la forja de almas tan esencial para la humanidad. Debe hacerlo con base en la opción democrática y de acuerdo con normas democráticas. Pero sin sentirse amordazado por equivocadas percepciones libertarias de soberanía de determinados deseos humanos, o por una confianza demasiado optimista en la bondad innata de la humanidad”.

Y que por donde se interprete tan profunda noción, sin duda alguna y de igual modo está aludiendo a cómo debe proceder y procurarse el gobierno de la Universidad.

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