Actualidad Internacional

El abucheo a Lula y la brecha social

Los abucheos al presidente Luiz Inacio Lula da Silva durante
la inauguración de los Juegos Panamericanos en Río de Janeiro, el
viernes pasado, dan la pauta de la brecha existente entre los sectores
más pobres de Brasil, donde el ex sindicalista tiene sus feudos
electorales, y una clase media que se siente relegada, según opinaron
ayer varios analistas.

El diario O Globo dijo ayer que Lula estaba frustrado por el episodio, y
que podría no volver a Río durante el evento deportivo. «Yo no merecía
esto. Fue una injusticia», dijo el mandatario al retirarse del estadio,
según el periódico.

Tres hipótesis circulan sobre la rechifla que impidió por primera vez al
jefe de Estado de un país anfitrión declarar oficialmente abierta esta
competencia intercontinental, la decimoquinta de la historia.

La primera es la de la «conspiración», evocada por el ministro de
Deportes, Orlando Silva, que vio «algo orquestado» en el repudio, que
procedería de las tribunas más caras del estadio de Maracaná.

El acto se llevó a cabo ante 60.000 espectadores, que pagaron entre 20 y
250 reales (entre 10,5 y 131 dólares), y los testimonios no reflejan si
la silbatina fue mayor en uno u otro sector del estadio.

La segunda hipótesis es la de un primer «rasguño» serio a la imagen de
Lula, llamado «el presidente teflón» porque ninguno de los escándalos
que provocaron la caída de sus allegados impidieron su reelección en
octubre pasado, ni se reflejaron en una pérdida seria de su popularidad.

La tercera hipótesis retoma el planteo de un corte social y geográfico,
que pondría del lado de los descontentos a la clase media, más presente
en el sur y el sudeste del país (donde está situada Río). Así, para
evitar los abucheos, Lula tendría que haber organizado los juegos en
alguna ciudad del empobrecido Nordeste, donde su popularidad es
impresionante, o haber rebajado el precio de las entradas para que
pudieran asistir al Maracaná los beneficiarios de su programa de
asistencia social, llamado Bolsa Familia.

Esa idea fue planteada ayer por la comentarista Eliane Castanhede, del
diario Folha de S. Paulo , que expresó su temor a «una brecha social no
tan grave, aunque similar a la de Venezuela: aplausos de los pobres del
Bolsa Familia y del Nordeste, y abucheos de la clase media y de quienes
pueden pagar para ver los Panamericanos en el Sur y el Sudeste».

El politicólogo David Fleischer, de la Universidad de Brasilia, coincide
con ese diagnóstico. «La clase media no se beneficia con el Bolsa
Familia», recuerda, pero considera que la población de Río aprovechó
para expresar sus quejas «a causa de la violencia y de las fallas de
seguridad» a las que se ve sometida a diario.

Lula fue reelegido en la segunda vuelta de octubre pasado con el 61 por
ciento de los votos, contra el 39 por ciento para el socialdemócrata
Geraldo Alckmin. En la primera vuelta había obtenido el 48,61 por ciento.

Estado fiel

El estado de Río de Janeiro fue fiel a Lula, que en la primera vuelta
obtuvo allí el 49 por ciento y, en la segunda, el 69 por ciento, por lo
cual no se le puede atribuir un rechazo tradicional.

En las encuestas de popularidad se perciben, sin embargo, los matices
regionales y socioeconómicos. Un sondeo del instituto Ibope reveló a
principios de este mes que el 66 por ciento de la población aprueba la
manera como Lula gobierna el país y que el 50 por ciento considera que
su gobierno es «excelente» o «bueno», contra un 16 por ciento que lo
juzga «malo» o «pésimo».

El porcentaje de quienes consideran que el gobierno es «excelente» o
«bueno» llega al 61 por ciento en el Nordeste y cae al 36 por ciento en
el Sur.

La aprobación del gobierno es del 35 por ciento entre las personas con
enseñanza superior y trepa al 58 por ciento entre los que tienen apenas
cuatro años de escolarización.

En la base de la pirámide social, la aprobación llega al 65 por ciento
entre las personas con renta familiar similar o inferior a la de un
salario mínimo (380 reales, o unos 200 dólares) y al 52 por ciento entre
las que ganan de uno a dos salarios mínimos. En el vértice de la
pirámide, comparten esa opinión un 38 por ciento de quienes ganan de 5 a
10 salarios mínimos y un 41 por ciento de los que ganan más de diez.

Otros comentarios atribuyen la silbatina al ambiente tradicional de
Maracaná, donde «hasta los minutos de silencio son abucheados», en
palabras del escritor Nelson Rodrigues.

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