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Irán e Irak sellan la reconciliación

Un Bagdad tomado por las fuerzas de seguridad recibió ayer a Mahmud Ahmadineyad. Soldados iraquíes cada 50 metros protegían todos los trayectos por los que se desplazó la delegación invitada. No era para menos. Ahmadineyad es el primer presidente de Irán que visita Irak. Su presencia aquí marca la normalización de relaciones tras la guerra que ambos países libraron en los años ochenta y supone un espaldarazo al Gobierno de Bagdad, cuyos vecinos árabes aún mantienen en cuarentena por los recelos que despierta su predominancia chií. De ahí la cálida acogida que le dispensaron sus anfitriones. Sin embargo, en la calle no se percibía el mismo entusiasmo. El despliegue militar y el final del puente del Arbain habían vaciado el centro de la ciudad.

«Esta visita abrirá un nuevo capítulo en las relaciones bilaterales y favorecerá una atmósfera de cooperación en la región», declaró Ahmadineyad tras reunirse durante más de una hora con el presidente de Irak, Yalal Talabani. Pero además, el viaje del presidente iraní, que se prolonga hasta hoy, tiene un claro valor simbólico. «Es la primera visita normal de un jefe de Estado a este país», interpreta un embajador europeo. «Ha aterrizado en el aeropuerto, se ha desplazado en coche por la ciudad e incluso ha recibido al cuerpo diplomático. De las visitas de otros dirigentes nos enteramos cuando ya se han ido».

Al margen de los lazos históricos y culturales entre Irán e Irak a los que ayer se refirieron tanto Ahmadineyad como sus anfitriones, el presidente iraní ha dejado claro que su país es una potencia regional con la que tienen que contar tanto Estados Unidos como sus vecinos árabes. Su presencia en Bagdad supone un respaldo al Gobierno iraquí que todos sus interlocutores se esforzaron por agradecer.

«Nuestras relaciones se remontan a más de mil años y sólo se han interrumpido durante el breve período de la dictadura. Ahora no sólo las hemos recuperado, sino que vamos a profundizarlas», manifestó el presidente iraquí. Talabani, que habla farsi con fluidez porque estudió en Irán, interrumpió en un par de ocasiones al traductor para pedir que su invitado le llamara «man Yalal», usando la fórmula familiar kurda de tío.

«Yo no veo tanta afectividad en la calle», señalaba sin embargo Alí Shahidian, el corresponsal de la agencia iraní IRNA en Bagdad. En efecto, los iraquíes se encuentran divididos respecto a la visita de Ahmadineyad.

«Los suníes están que trinan», asegura Mosab, un joven perteneciente a esa comunidad a la que pertenecen un 20% de los iraquíes. En las zonas suníes hubo algunas protestas por la visita. Pero entre los árabes chiíes, un 60% de la población (el resto son kurdos y otras minorías), tampoco hay un apoyo unánime. Muchos comparten la idea de que Irán es en gran medida el responsable de la inseguridad que vive su país por el apoyo y las armas que suministra a las milicias chiíes. Aunque Teherán se ha beneficiado de la desaparición de Sadam Husein, sospechan que tampoco quiere una sociedad prooccidental en sus fronteras. Es la misma acusación que lanza Washington, cuya enemistad con Irán tratan de bandear los dirigentes iraquíes.

«Dígale a Bush que echar las culpas a otros no va ayudar a EE UU a resolver sus problemas en Irak y la región. La realidad es que los iraquíes no quieren a Estados Unidos», respondió Ahmadineyad a un periodista que le preguntó por las alegaciones estadounidenses. El presidente iraní acababa de entrevistarse con el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, en su residencia de la llamada zona verde de Bagdad. La sola presencia de Ahmadineyad en ese territorio controlado por las fuerzas de EE UU, y a menos de dos kilómetros de la Embajada de ese país, resultó sorprendente.

«¿Le obligarán a ponerse una identificación norteamericana?», bromeaban los periodistas en referencia a la acreditación sin la que es imposible entrar en esa zona de Bagdad. Oficialmente, la visita se ha realizado sin la asistencia de EE UU. Ahmadineyad y sus acompañantes se desplazaron en coche desde el aeropuerto hasta la ciudad, a diferencia de otras visitas oficiales que utilizan los helicópteros estadounidenses. De hecho, daba la impresión de que todo se había preparado para que sus tropas no estuvieran visibles.

Hasta que la comitiva llegó al puesto de control del puente de Al Jadriya para alcanzar la residencia de Al Maliki. En el minibús donde viajaban los periodistas iraníes se hizo un momento de silencio cuando los soldados estadounidenses pararon brevemente el vehículo que les precedía, pero fueron los uniformados los que mostraron mayor curiosidad ante la presencia iraní.

Sin participar activamente en el dispositivo, la colaboración de los soldados de EE UU fue necesaria, aunque sólo fuese porque siguen controlando el espacio aéreo y las fronteras.

Además de entrevistarse con Talabani y con Al Maliki, Ahmadineyad recibió al cuerpo diplomático acreditado en Bagdad, a una delegación de parlamentarios, que incluía al líder del principal partido suní, y a grupos de líderes tribales. Por último cerró la larga jornada con una cena en casa de Abdulaziz al Hakim, el líder del Consejo Supremo Islámico de Irak, la principal fuerza política chií iraquí. Hoy tiene previsto visitar el santuario de la Kadumiya, al norte de Bagdad, ya que finalmente razones de seguridad han desaconsejado que se traslade a alguna de las ciudades santas del chiísmo.

La paranoia con la seguridad llegó a tal extremo que no sólo se mantuvo en secreto el lugar donde iba a pernoctar el presidente iraní, sino hasta el programa de sus actividades.

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