Economía

Cuestión de ceros

La crecientemente pregonada reforma monetaria del gobierno muestra hasta

ahora como objetivo resaltante la eliminación de ceros, tres dicen, en
billetes y monedas que serán los «nuevos» bolívares, si esta
denominación de la unidad monetaria permanece. Nunca antes había la
moneda venezolana sido alterada de esta manera, lo que explica que por
falta de experiencia biográfica los venezolanos no entiendan muy bien de

qué se trata el asunto.

Hay preguntas de la persona normal que realmente revelan la angustia
subyacente. Algunos ejemplos: ¿Si a los billetes les quitan tres ceros,
mis ahorros quedan divididos por mil?. ¿Si hoy gano 1.000.000, paso a
ganar 1.000?. ¿Si debo 20 millones, quedo debiendo 20.000?. ¿Si la
carne cuesta 15.000, pasará a costar 15?. Y así por el estilo. La
respuesta común a todas estas inquietudes es que sí, o debería serlo al
menos, porque de lo contrario las consecuencias serían de pandemonio.

De modo que la operación de transformar los viejos en nuevos bolívares
es apenas una división por mil, de carácter universal, en precios,
salarios, deudas, activos, unidades tributarias, escalas impositivas,
etc. O debiera ser.

No tengo nada particularmente en contra de una propuesta cuya
materialización apenas exige que la Casa de la Moneda imprima nuevos
billetes y acuñe nuevas monedas con la novada denominación, en cantidad
suficiente, deje sin efecto 3 ceros de los actualmente en circulación, y

llegue al fin de la cuestión. Por supuesto, debe resolverse el cambio de

precios, salarios y magnitudes y dejar solventada la tarea del redondeo
de todo esto, progresiva o abruptamente, según lo que operacionalmente
se decida, en lo cual hay que tener un cuidado particular, para lo cual
el gobierno no ha mostrado especiales cualidades.

Esa futura situación representaría monetariamente, con seguridad, el
regreso del centavo, la locha mocha, la locha completa, el mediecito, el

real, denominaciones que algunos conocimos en la niñez y que fueron
desapareciendo por efecto de la implacable acumulación de inflación. La
moneda de Bs. 5 ya creo que la empezaron a llamar por adelantado el
cachete, como popularmente se conoció hace décadas al «fuerte», acuñado
en plata 900 de verdad, que llegó a valer en una época mucho más que un
dólar.

Puede ser muy útil operativamente esta reforma para descongestionar las
cajas registradoras y aliviar a la gente de los cálculos siderales que
implica hablar y oír de millardos, billones y otras magnitudes a las que

se han habituado sin mucha conciencia de los valores implicados muchos
del gobierno y de la oposición. Salvo a los astrónomos, a pocos cabe
realmente en la cabeza la magnitud de un billón y ya es hora de que esta

enorme cifra pase a ser apenas un millardo (aunque repensando el asunto,

¿por qué quitarle sólo 3 y no 6 ceros a la moneda, para que así este
millardo con el que tanto se vocifera pase a ser apenas un millón, que
es una cifra de magnitud más manejable por la gente?).

Pero una cosa es redimensionar en pequeño los valores monetarios y otra
muy distinta es pretender que este cambio en sí constituya una medida
efectiva contra la inflación o a favor de la fortaleza del bolívar. Con
lo revelado hasta ahora, tal aspiración no pasa de ser ilusoria,
producto quizá de algún asesor, desprevenido o pasado de vivo, que la ha

transmitido a las esferas del más alto gobierno.

Porque uno supone que no habrá instrucciones a los encuestadores,
estadísticos y otros profesionales, encargados por instituciones
públicas de medir el nivel y las variaciones de precio en los artículos,

que hagan su trabajo como si no hubiera habido reforma monetaria. Es
decir, que hagan su trabajo no midiendo como si lo que costaba Bs. 1.000

(en viejos bolívares) pasa a valer Bs. 1 (en los nuevos), y que por
tanto la variación de precios debe registrarse como negativa (de 1.000 a

1, la variación sería de menos 99,9%). Porque la verdad sería que si de
costar antes un artículo 1.000 pasara a costar 1, el incremento real del

precio sería igual a cero, no -99.9%. Y que si de costar 1.000 pasara a
costar 1,1 su aumento sería en realidad de 10%.

No puede olvidarse que en el terreno de los salarios, con la dicha
reforma de los ceros, quien gana hoy un millón al mes, pasará a ganar
mil, es decir, se aplica la regla de 3 ceros menos. Y que si esto se
mide a valor facial, el salario se habría reducido en un 99,9%, lo cual
no se ajusta a la realidad, porque los precios de bienes y servicios se
habrían divido también por mil. El salario nominal, en este caso, habría

quedado exactamente igual.

De modo que si los factores inflacionarios actualmente en funcionamiento

en el sistema económico continúan sin cambios, esta medida no detendrá
el aumento de precios que actualmente se registra. Me refiero por
supuesto al exceso de demanda y gasto fiscal, a la oferta monetaria
excedentaria, a la escasez de oferta, a los sobresaltos cambiarios, etc.

Algunos podrán decir que en un año futuro, a los nuevos precios, una
canasta básica pasó de 900 a 1170, un aumento de «sólo» 270, lo cual
comparado con los viejos bolívares parecerá poco. Pero sólo lo parecerá,

porque el 30% de real incremento no tendría diferencia con las
tendencias previas a la «reforma» monetaria.

Muchos países le han quitado ceros a la moneda, algunos como parte de
paquetes serios contra la inflación y otros como ejercicios alegres de
vanas esperanzas. En el curso de unas dos décadas Brasil, por ejemplo,
llegó a quitarle con varias reformas sucesivas hasta 15 ceros a su
moneda, pero sólo la última reforma fue efectiva, porque estuvo
acompañada de muchas otras medidas realmente de fondo. Las previas
fueron vanas esperanzas.

Entender que la inflación es apenas una cuestión de ceros, por otro
lado, ha llevado a insubstanciales curiosidades históricas, como la
prohibición legal de la inflación por parte del pastor-presidente
Mugabe, recientemente en Zimbawe, o la vieja derogación por decreto de
la ley de la oferta y la demanda ordenada por Perón en Argentina, hace
más de 50 años.

Detener la inflación no es cuestión de una reforma monetaria simplista
como la planteada públicamente hasta ahora en Venezuela, aunque la misma

pueda ser conveniente, si es bien instrumentada, por razones casi que
humanitarias (aquello de eximir a la gente de los cálculos siderales).

Pero la inflación es, entre otras caracterizaciones más complejas, un
asunto de «porcentaje», no de precios altos o bajos. Los precios bajos
pueden subir poco en unidades, pero muy alto en porcentaje, y los altos
hacer lo contrario. Esta confusión entre el registro de precios «altos»
y de precios «en alza», que comúnmente se encuentra en la población, no
parece estar todavía resuelta en quienes están planteando el supuesto
plan anti-inflacionario que se viene anunciando poco a poco, como por
capítulos televisados de una crónica con resultado lamentablemente
anunciado. Los altos precios no tienen remedio. Lo que tiene cura es el
incremento de los mismos. Aquéllos se compensan con mayores salarios
fruto de la productividad y otros factores. La inflación, mientras
persiste, no tiene compensación duradera posible.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba