Economía

«Desde las 6 de la mañana estoy en la calle y solo llevaré harina»

Es el segundo sábado de 2016 y la escasez aprieta. Ismenia Montesinos tiene 48 años y seis hijos: de 5, 9, 11, 15, 17 y 20 años de edad. Salió a buscar comida a las 6, son las 11 de la mañana y anda con las manos vacías. «Hago cola aquí para llevar harina, no hay más nada».

«De los seis, tres son varones. Gasto un kilo de arroz diario. Tengo una hija de 17 años que la dejan comprar, y el de 20 años me ayuda, pero no es suficiente. Con mi esposo somos ocho, mucha gente. Además tengo un niño especial y necesito pañales. Lo que hago es trueque o compro pañales de bebés y los acomodo», narra Montesinos.

Con quejas de un cuerpo adolorido, dice que su calidad de vida ha caído mucho. «Vivo en La Dolorita, donde hay una bodega Mercal, pero cobran por un combo (de artículos básicos) hasta 2500 bolívares, eso no lo puedo pagar», manifiesta después de una hora de cola en las afueras del Central Madeirense de Los Ruices.

Ismenia debió recorrer varios supermercados para dar con alguno que tenga «cualquier cosita». Pasó por el Unicasa de La California, por el Plan Suárez de Macaracuay  y por el Central Madeirense de La Urbina. «Todo estaba pelado», manifestó.

Cincuenta mil bolívares para comer

Judith no quiere que la identifiquen con su apellido, pero sin reparos dice que cuenta con 67 años de edad, y también detalla qué compra para burlar la crisis. Como la carne de res y el pollo están «muy caros», opta por las verduras. «Me voy al mercado de Coche, bien temprano, y las consigo baratas». Hace la cola en el pasillo aledaño al supermercado Plazas de Centro Plaza (Los Palos Grandes) acompañada de sus dos hijas.

Christie tiene 35 años y gasta al menos 50 mil bolívares mensuales para garantizar el alimento a sus dos hijos adolescentes y a su pequeña niña. «Hasta el sol de hoy puedo decir que no hay comida que le haya negado a mis hijos por esta situación. Pero lo varones no tuvieron sus estrenos. La menor se puso un vestidito nuevo el 31 de diciembre porque mi mamá cose». Ahí Judith saltó orgullosa.

El trueque ha salvado a Christie. «Si tengo detergente y una vecina me ofrece el café que necesito, lo cambiamos. Así hemos resuelto». Ella no trabaja porque se tiene que dedicar a su familia; es el esposo quien aporta los recursos, pero su hermana Oneida la tiene más complicada. Trabaja en la fábrica Rori y devenga sueldo mínimo. «Con tan poco dinero no se vive. Yo me ayudo haciendo tortas. Tengo tres hijos y soy madre soltera», agrega.

Ismenia, Judith, Christie y Oneida, mientras pasan horas y horas en colas para comprar «cualquier cosa», coinciden en una sola angustia: pasa el tiempo y la crisis se agudiza más. Exigen al Gobierno y a la nueva Asamblea Nacional que adopten medidas que sanen la economía. «Tememos lo peor», expresa Ismenia.

 

 

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