Economía

El comercio más libre es el comercio justo

El persistente proteccionismo de los países más ricos es un obstáculo serio para que los países del sur se beneficien de la liberalización mercantil. Así lo ha denunciado Rubens Ricupero, Secretario General de la Organización de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), que se mostró además pesimista respecto a los beneficios que puedan derivarse de la última Conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) celebrada el pasado noviembre en Qatar. Ricupero puso como ejemplo un dato contundente: entre 1998 y 2000 EEUU ha elevado los subsidios directos a los productores agrícolas en un ¡260%! a pesar del compromiso de reducir esas ayudas en un 20% en un período de 6 años. Por su parte, Jacques Diouf, director general de la FAO (Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación) ha manifestado que hay que conceder a los países en desarrollo mejores oportunidades para participar en el comercio internacional. Es una forma suave de decir que en tanto los estados ricos del norte lleven las riendas del comercio internacional a su antojo, los países del sur apenas tendrán posibilidades de despegar económicamente.

La estrategia parece clara: esgrimir la bandera del libre comercio, pero sólo para unos; los menos, los más poderosos porque, en realidad, EEUU, la Unión Europea y otros países ricos suspenden según sus intereses la aplicación de las normas de libre comercio, acordadas en las instancias internacionales, no sólo en productos agrícolas y textiles, también en automóviles, zapatos, juguetes, barcos y todo aquello cuyo sagrado beneficio peligre. Para proteger sus productos los países más ricos hacen lo que no le permiten al sur: aplican altos aranceles a las exportaciones de otros países que pudieran competir con sus productos.

La expresión ‘libre comercio’ esconde algunas realidades contradictorias. Por eso, las organizaciones de Comercio Justo, surgidas hace unos años en Europa y difundidas por todo el mundo, reivindican con claridad la supresión de aranceles, subsidios y acuerdos restrictivos en el seno de la OMC, convencidas de que ese es un camino real para ayudar al sur. Según la UNCTAD, la supresión de las medidas discriminatorias a favor del norte en los sectores textil y de la confección, por ejemplo, daría lugar a un aumento de empleo entre el 20% y el 45% en los países pobres. Y las exportaciones de esos países se incrementarían hasta en 60.000 millones de dólares anuales.

Las ventas exteriores de EEUU, UE y Japón representan entre el 65% y el 70% de todas las transacciones comerciales mundiales. La pugna está entre esas tres grandes potencias económicas (las que más venden y compran) y los países pobres o emergentes que son el 75% de la OMC. Pero que el sur sea aplastante mayoría no tiene importancia porque las decisiones en la OMC han de ser unánimes y EEUU, la Unión Europea, Japón y otros países ricos ya se cuidan de que las propuestas que les perjudican nunca prosperen.

En realidad, más allá de los cantos de sirena elaborados por los departamentos de imagen, una buena parte del comercio internacional es en gran medida el que se consagró en el tiempo colonial: materias primas de los países del sur hacia el norte y productos manufacturados de los países del norte hacia el sur. Hoy en día, según la UNCTAD, las economías de 80 de los 147 países en desarrollo dependen en más de un 50% de las materias primas que exportan al norte; en el caso del África subsahariana y de algunos países centroamericanos la dependencia se limita a un sólo producto debido a la implantación de monocultivos. Esta situación se agrava, pues la extensión del reciclaje y la sustitución de algunas materias primas (cobre, azúcar…) por nuevos productos fruto de nuevas tecnologías o investigaciones han reducido la demanda de materias primas del sur.

El pasado noviembre en la reunión de la OMC en Qatar, los países ricos (EEUU, UE, Japón, Australia, Canadá) argumentaron que el sur debía abandonar las cautelas ante una nueva liberalización de comercio para evitar un fracaso similar al de la reunión precedente celebrada en Seattle. Los países del sur replicaron que difícilmente podían adquirir nuevos compromisos cuando no se habían cumplido todavía los de las reuniones anteriores: el comercio sin trabas arancelarias no prosperará ni será un comercio justo mientras los países ricos continúen haciendo las normas a su medida. Para los países ricos el libre comercio significa en realidad eliminar las trabas a sus beneficios y una de esas ‘trabas’ parece ser que los países del sur puedan exportar libremente sus productos.

En la práctica la OMC, más allá de sus proclamaciones públicas de fe en el libre comercio, se utiliza como instrumento de presión para forzar a los países del sur a derogar la legislación de protección para los asalariados, la de la conservación de la naturaleza y medio ambiente (consideradas como ‘trabas’ al libre comercio) y regulaciones sociales, fiscales y financieras. La OMC es una formidable herramienta de presión que convierte todo (cultura, arte, servicios esenciales, reservas naturales…) en mercancía. Un objetivo nítido de esta organización debería ser el desarme real de los aranceles y la supresión de subvenciones de los países ricos a sus productos, prácticas que frenan el desarrollo de los países pobres o emergentes. Sin embargo, prefiere convertir el ámbito comercial internacional en una jungla maquillada en la que los más fuertes siempre se pueden llevar la mejor tajada.

Periodista
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