Economía

El petróleo como epicentro de la crisis venezolana

“Cruda y negra realidad la del petróleo”. Así sentenció la mancheta del diario El Nacional del pasado 28 de diciembre, “Día de los Inocentes”. Se trata de una sentencia memorable. Como aquella del diario El Universal, poco después de la nacionalización petrolera en 1975, que leía: “El petróleo es nuestro, lo demás lo importamos”, la cual contrastaba en forma irónica la triunfalista consigna propietaria de dicha nacionalización con la realidad del incontrolable síndrome consumista-importador-dependiente persistente en el país.

Ambas manchetas se han referido a testarudos aspectos del paradigma petrolero que van mas allá toda política que pretenda cambiarlo. Un paradigma de una poderosa mercancía productora de torrentes de ingreso, en una descomunal renta que ha llegado a exceder en decenas de veces su costo de producción; y extraída a costa de una considerable factura de insana concentración de poder económico y político petrolero, relajación social-moral por la “riqueza fácil del petróleo”, y el daño al medio ambiente natural inherente a su explotación. Rasgos todos en los cuales el paradigma del “oro negro” se comporta como toda cultura minera-rentista.

Algunos alegarán que “la culpa no es del petróleo sino de su mal manejo”. Ello ignora el poder de ciertas formas de producir riqueza para signar en forma determinante al entorno, una vez puestas en marcha; cual incontrolable genio liberado de lámpara mágica. El petróleo es uno de esos casos. Ello explica por qué, luego de tantas décadas, tantas políticas de buena intenciones y tantos diversos gobiernos, la consigna de “sembrar el petróleo” ó de la diversificación económica a partir de sus ingresos aún siga aguardando que se le atienda; y que el país siga siendo tan altamente dependiente del petróleo como siempre. Y también explica que, con más o menos similitudes, esa sea la misma historia de la gran mayoría de los países mono-productores de petróleo; países, una vez más, de los más distintos gobiernos, regímenes y culturas; lo que vuelve a confirmar el carácter inexorable y universal de las consecuencias del modelo petrolero.

Por ello es que mantiene tanta relevancia el elocuente juicio sobre el largo centenio petrolero venezolano que nos dejara Arturo Uslar Petri; poco antes del fallecimiento del egregio promotor de la frustrada consigna del “sembrar el petróleo”:
La extravagante e irracional historia de lo que pasó en Venezuela con la inmensa riqueza petrolera que brotó de ella debería ser materia fundamental de reflexión para todos sus nacionales…..En un país de modesta dimensión económica y social, principalmente agricultor y campesino, atrasado pero sano en lo esencial de su estructura, irrumpió el inmenso torrente de la riqueza petrolera, alterando, confundiendo, desviando y deformando todas las formas normales de relación y todas las posibilidades de un desarrollo sano….La verdad es que no hubo desarrollo en el país. No hubo mejoría en la calidad de vida y de trabajo de su población, y no se logró darle a la mayoría de sus habitantes la posibilidad real de un destino económico y social digno. (El Nacional, 10-9-95).

Ello también explica porqué Uslar, percatado del avasallante poder del petróleo, recurriera al uso de épicos términos como “festín de Baltasar” o “minotauro petrolero”, en su afanosa denuncia de la fatal sumisión de sus compatriotas al poder petrolero. También ello explica porque otro insigne venezolano, de testimonio quizás aún más significativo por la estrecha vinculación que tuvo con el mundo petrolero, como lo fue Juan Pablo Pérez Alfonso, el Padre de la OPEP, dedicara los últimos años de su vida a alertar también sobre los peligros del poder petrolero, incluso con admoniciones tan dramáticas como las de aquel libro suyo titulado: “Hundiéndonos en el excremento del diablo”.

No es nuestra intención aquí caer en una demonización del petróleo. Como, en verdad, tampoco lo pretendieron ni Uslar ni Pérez Alfonso; ni podría pretenderlo ningún venezolano razonable. Es indudable que el petróleo ha sido una decisiva fuente de ingresos que nos ha permitido financiar toda una infraestructura modernizadora del país, que incluso llegó a estar a la cabeza de América Latina en un momento dado, como es innegable el aporte del petróleo al progreso del mundo como su energía principal desde principios del siglo XX. Pero es indudable también que, luego de mas de un siglo de utilización del petróleo, el mundo está comenzando a percatarse más y más de su “cara oscura”, y a darse cuenta que hoy en día los “costos netos” del petróleo superan sus beneficios.

Por ello es que cabe hablar de un “karma” petrolero –para usar el viejo concepto de “cosechar lo que se siembra”. Concepto aplicable a la actual civilización dominante en el mundo, que, por su adicción al petróleo como fuente de energía hegemónica, y por tanto condicionadora de todos sus patrones de transporte, consumo y producción, ha sido llamada también “la civilización del petróleo”. Y concepto aún más aplicable a nuestro país por haber estado nuestro destino tan signado por el petróleo, y por tan largo tiempo (incluyendo el haber sido por un buen número años el principal exportador de petróleo del mundo).

A la luz del “karma” anterior, no debería ser tan sorprendente que el petróleo haya terminado siendo el epicentro de la actual gran contienda venezolana. En torno a la pugna por el petróleo ha habido guerras en el mundo (tanto convencionales como las del Medio Oriente así como inconvencionales como la sistemática voladura de oleoductos por parte de la guerrilla colombiana), han caído o ascendido gobiernos, y se han tejido en general toda clase de enconadas –y con frecuencia sórdidas- luchas por el poder. En nuestro país por ejemplo, a principios de siglo, al gobierno de Cipriano Castro le tocó lidiar con una rebelión financiada por la compañía asfaltera New York and Bermúdez Company, a raíz de un conflicto con la misma; situación que produjo la ruptura de relaciones por parte de Estados Unidos y la propiciación activa de ese país del derrocamiento del gobierno de Castro en 1908, para dar paso a la dictadura de Juan Vicente Gómez, mediante la cual el dominio petrolero se entronizaría en Venezuela. El gobierno de Rómulo Gallegos, en el trienio 1945-48, también se ganó la hostilidad de las compañías petroleras extranjeras con su instauración de su política impositiva del “50/50” y otras medidas nacionalistas, lo cual tuvo influencia también en su derrocamiento. Rafael Simón Urbina, el magnicida de Román Delgado Chalbaud, Presidente del Triunvirato Militar que sucediera a Gallegos, era un protegido y socio del propietario de la empresa Venezuelan Oil Concessions. El gobierno de Rómulo Betancourt, al inaugurar la actual era democrática” tuvo una fuerte confrontación con las empresas petroleras por la unlilateral manipulación de éstas de los precios en perjuicio de Venezuela, lo que condujo a la creación de la OPEP-en lo cual nuestro país jugara papel tan estelar. Como hubo también una tensa confrontación entre el gobierno de Carlos Andrés Pérez y las petroleras durante la nacionalización del petróleo; lo que por poco terminó en un rompimiento de relaciones con los Estados Unidos. Más recientemente, el petróleo jugó un papel decisivo en el inicial “blindaje financiero” de la beligerante revolución bolivariana (al pasar el precio de 8 dólares a más de 20 por barril –gracias en gran medida a la resurrección de la OPEP propiciada hábilmente por Chávez); como lo ha jugado también en el actual intento de “jaque mate” sobre el gobierno chavista que ha significado la huelga petrolera de la beligerante oposición Todo ha dependido de en manos de quien ha estado en control de los grifos petroleros.

Nunca tantos han dependido de una industria manejada por tan pocos: Los pocos de la élite de mega-inversionistas, tecnócratas y cúpulas gubernamentales que han controlado los grifos del petróleo. Ni nunca tantos han dependido de una energía tan centralizada en grandes, vulnerables y con frecuencia distantes centros y sistemas de suministro. De toda la anterior realidad ha recibido nuestro país clases magistrales con su dramática actual experiencia, como ningún libro de texto o prédica pudo nunca lograrlo. Cátedra que también ha tenido una relevancia internacional, pues otros países dependientes del flujo petrolero venezolano también han sufrido su corte y otros más habrán puesto sus “barbas en remojo” por la universal dependencia del petróleo. La suerte de una nación de veinte y cinco millones de personas ha estado en vilo por un conflicto entre un puñado de tecnócratas petroleros rebeldes y un contingente gubernamental-técnico-militar que se han disputado el control, palmo a palmo, de los buques, pozos, refinerías, sistemas de transporte y centros de almacenaje y distribución del oro negro. Las grandes “batallas” de esta confrontación escenificadas en minúsculos puntos de la geografía venezolana, en torno a nombres como “El Pilín León”, “Bajo Grande”, “ Paraguaná”, “Yagua” y “Carenero” parecen haber entrado ya a nuestra historia con el mismo rango épico de las batallas de la independencia nacional.

Y no se trata aquí de desconocer los méritos de la lucha de principios que cada lado haya pretendido librar en la contienda, incluyendo la forma en que muchos de los actores se han crecido; como tampoco de blandir dedo acusador contra alguno en particular ante hechos tan graves como el masivo corte de suministro de combustible a la población, el peligro de dejar un buque fondeado con 30 millones de litros de gasolina en medio del Lago de Maracaibo, o los alarmantes daños ambientales y a las instalaciones resultantes del conflicto.

De lo que se trata es de destacar como los bandos han terminado inexorablemente como piezas del poder telúrico propio de la Industria petrolera. Un poder que hasta su propio Padre John D. Rockefeller reconoció al final de su vida en la siguiente confesión: “Toda la fortuna que he logrado, no ha compensado la ansiedad que he sufrido en el negocio petrolero”.

De lo que se trata es de destacar el carácter inherentemente problemático de la industria en algunos aspectos claves para el bienestar de los pueblos. Suficientemente reconocidas han sido sus consecuencias en el terreno de la dependencia económica, vulnerabilidad y la distorsión social de su “riqueza fácil” en los países petroleros. Menos reconocido ha sido su efecto sobre la salud de la democracia. Toda alta concentración de poder, bien económica, política o tecnocrática, es inherentemente antidemocrática; pues la democracia se basa en la descentralización del poder y la autodeterminación ciudadana. La anterior reflexión cobra especial importancia para un país como el nuestro, hoy tan poseído de anhelos participativos y democratizadores, por todo lo que le ha tocado vivir. Es evidente que una economía mucho más diversificada –y las posibilidades para ello son felizmente inmensas en nuestro país- así como descentralizada significaría un menor peligro de gobiernos, poderes económicos (nacionales o extranjeros) o tecnocracias omnipotentes.

Lo anterior implicaría asimismo otro tipo de modelo energético, también más democrático y sustentable. Un modelo que estuviese basado en múltiples fuentes renovables y más seguras de energía –en contraste con la agotable y vulnerable fuente del petróleo; fuentes como la solar, el viento, la biomasa y la hidro-quinética; generadas en la forma más local posible y a escala humana y ambiental –para un mayor control de las comunidades locales y sustentabilidad. A lo anterior podría añadirse la aplicación en nuestro país de energías renovables mas noveles y actualmente en proceso de acelerado desarrollo como es el caso del hidrógeno; en lo cual podríamos aprender de la experiencia de países como la pequeña Islandia, la cual se ha propuesto convertirse en unos 30 años en la primera economía del mundo propulsada por dicho revolucionario combustible, de ilimitada disponibilidad en la naturaleza y prácticamente sin ningún efecto contaminante. El desplazamiento hacia las energías renovables tendría que ser acompañado con el rediseño de los sistemas de transporte (incluyendo el fortalecimiento del transporte público), así como de los sistemas de producción y consumo, hacia patrones igualmente más sustentables; en el contexto de la mutua interacción entre éstos y las fuentes energéticas.

Lamentablemente, a pesar de una declarada retórica de “empresa polienergética y verde”, PDVSA y los gobiernos nacionales que la han tutelado se han negado por años a invertir en programas de cambio del paradigma energético. Irónicamente, con todos los miles de millones de dólares perdidos por PDVSA de la debacle causada por el paro petrolero se pudieron haber financiado planes de seguridad energética (incluyendo planes de contingencia en transporte y almacenamiento alternos), eficiencia energética (o de racionalización en la producción y el consumo energético –este último el mas gastivo de América Latina), y planes de expansión en fuentes de alternas de energía; todo lo cual habría disminuido el enorme desguarnecimiento que ha evidenciado la demoledora eficacia del paro.

Además de democratizadoras, las fuentes renovables de energía tendrían otro enorme atractivo: ser mucho más ecológicas que los hidrocarburos. El daño ambiental es uno de los componentes más importantes del “karma petrolero”. Sin embargo, gracias al tradicional soslayamiento o encubrimiento del mismo por la industria petrolera así como a la inconciencia o ignorancia de una distante población consumidora, el tema ambiental no ha recibido aun la plena atención que merece. Tiene que haber algún suceso estremecedor como el reciente catastrófico hundimiento del buque petrolero Prestige frente a España, o un suceso como el actual conflicto petrolero venezolano, para que la gente se percate de los enormes riesgos ambientales que comportan todas las actividades petroleras, desde la extracción del crudo hasta su transporte, refinación y entrega. Riesgos que se presentan no sólo en situaciones extraordinarias como la venezolana, sino que –y esto hay que subrayarlo- en el funcionamiento cotidiano de la industria. En tal sentido, contrariamente a lo sugerido por los petro-tecnócratas rebeldes para centrar culpas en el gobierno por los daños ambientales acaecidos durante el actual conflicto, la industria petrolera venezolana no ha sido antes ningún paradigma de inmaculada eficiencia en cuanto a la protección del ambiente –aunque reconocemos un esfuerzo en los últimos años por salir de tal estigma.

El gran daño ambiental causado en nuestro país del largo período de dominio de las concesionarias extranjeras, quienes incluso nos usaron como conejillos de indias en técnicas ensayadas por primera vez, ha sido suficientemente reconocido. El reventón del “Barrosos número 2”, ocurrido en 1922 cerca de Cabimas, “inauguró” en grande tan infausto período al derramar, ante los aterrados ojos de la población local, 900.000 barriles de petróleo en las riberas del lago de Maracaibo; o casi cuatro veces lo derramado por el tristemente célebre buque Exxon Valdez en Alaska, y mucho más también que lo derramado por el Prestige.

Desde el Barrosos 2 en adelante hubo miles de derrames a lo largo de más de 80 años de explotación, tanto en el Lago de Maracaibo, “crucificado” por 6.000 pozos petroleros y 30.000 kilómetros de tuberías en sus aguas (en uno de los más grandes ecocidios del planeta), como en el resto del país. Asimismo, se generaron miles de fosas de peligrosos deshechos tóxicos resultantes del trabajo habitual de la Industria, que todavía permanecen sin tratamiento. Y se destruyeron valiosas culturas indígenas y agrarias –como lo reconocíó el juicio de Uslar.

Gracias al petróleo venezolano, el mundo se abasteció del tan preciado oro negro, miles y miles de millones de dólares ingresaron a las arcas de la nación, y compañías como la Standard Oil (hoy Exxon-Mobil) y la Shell se hicieron internacionalmente grandes. Pero todo ello fue a costa de una enorme “factura ambiental y social” para Venezuela, que todavía espera ser reconocida y atendida.

Aún más lamentable fue que la industria petrolera nacionalizada a partir de 1975, es decir PDVSA, “se estrenó” homenajeando al Barrosos 2 con una placa conmemorativa de la “gran riqueza” que este significó para el país, en gesto emblemático que reeditaba el paradigma de insensibilidad ambiental de las concesionarias extranjeras y –según mostraran los hechos posteriores- incluso con estándares ambientales mas bajos que las empresas que habían partido. En los posteriores anales de accidentes bajo la gestión de PDVSA, y previos al actual conflicto, podrían citarse sucesos como los siguientes, para mencionar tan sólo unos pocos: el encallamiento del buque Nissos Amorgo en el canal de navegación de Maracaibo en 1997, en aguas del Golfo, derramando unos 25.000 barriles de crudo ( de hecho, el encallamiento es una de las principales causas de los derrames de buques, realidad descuidada en nuestro medio por lo peligrosamente sobrecargado de tanqueros que ha estado el endeble canal de Maracaibo desde hace años), el derrame del buque Plate Princess en el propio Lago de Maracaibo, derrames en la Bahía de Pozuelos frente a Puerto La Cruz, el hundimiento de un tanquero petrolero frente a las costas de Anzoátegui, y un gran incendio en la refinería de Pdvsa en Curazao.

En cuanto a las refinerías y factorías petroquímicas, cabe aquí acotar que en su funcionamiento cotidiano son complejos industriales también vulnerables a accidentes letales para los seres vivos, debido a fallas humanas o en los mismos equipos, para no hablar de la inherente alta toxicidad de los productos o sub-productos que generan. Su historial de accidentes a nivel mundial es conocido. El desastre de Bhopal, en la India, que dejó miles de muertos, fue un caso emblemático. Además de los combustibles refinados como la gasolina, dichos complejos producen, a partir de materias primas que combinan a los hidrocarburos con el cloro, materiales como los plásticos, pesticidas y detergentes, y ocasionan sub-productos como las dioxinas y furanos; con capacidad. de efectos altamente tóxicos de un mal manejo en su producción o disposición; para no hablar de la amenaza de incendios u explosiones.

En cuanto a la proliferación de fosas de deshechos peligrosos, para tan sólo citar un caso, se estima que tan sólo en los estados Anzoategui y Monagas en el lapso 1984-90 se dispusieron 272 millones de barriles de deshechos peligrosos en fosas o lagunas de la industria petrolera, incluyendo deshechos tan letales como bifenilos policlorados (PBCs), bencinas, etilbencinas, xilenos y toluenos -todos cancerígenos de alto riesgo tanto para los humanos como las plantas y animales; con capacidad de infiltrar aguas subterráneas, superficiales, suelos y aguas.

Por otro lado, todo el daño ambiental y contaminación causados por la industria petrolera se revierte tarde o temprano sobre quienes lo han causado. Y para nosotros los venezolanos ello ha significado cuerpos de agua envenenados (el derrame de un litro de gasolina, por ejemplo, tiene la capacidad de contaminar letalmente un millón de litros de agua), fauna y flora extinguida, bosques destruidos, aire contaminado (cerca de instalaciones petroleras o petroquímicas o en los congestionados ambientes urbanos inmersos en la contaminación automotora o industrial de la civilización del petróleo), e incluso la contaminación de los alimentos consumidos; todo lo anterior incidiendo en definitiva en enfermedades y hasta muertes humanas.

Cumpliéndose así la inexorable “ley del retorno” o “ley del karma” en forma mayor, pues es no es poca cosa la ofensa del daño a la Naturaleza. Hasta la propia Biblia advirtió al respecto con la sentencia: “Dios causará la ruina de los que estén arruinando a la tierra”; sugiriendo consecuencias no sólo físicas sino también espirituales del daño a la Madre Naturaleza. Y los chamanes de culturas indígenas asediadas por el petróleo como los Uwa en Colombia o los waraos en Venezuela han hecho advertencias similares en relación a las planes petrolíferos en sus territorios.

El actual Papa Juan Pablo II, luego de considerar a la contaminación ambiental como pecado, ha añadido: “El hombre cree que puede disponer arbitrariamente de la Tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia o un destino anterior dados por Dios….El hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la Naturaleza” –reconociendo también con lo anterior la capacidad de la Naturaleza de reaccionar con “desastres colaterales” a la agresión del hombre. Desastres como el ya tan alarmante cambio climático a nivel mundial, conectado con la quema de los combustibles fósiles; o desastres como podrían serlo una prolongada sequía, ó un terremoto en nuestro país por los desbalances acumulados de la masiva extracción petrolera del subsuelo).

Sin embargo, a pesar de todas las anteriores consideraciones, cuánta inconciencia hemos tenido sobre la importancia de la preservación del medio ambiente, al tolerar por tanto tiempo a la inherentemente depredadora y contaminante industria petrolera. Ante esto último, no hay “planes de contingencia” o previsiones humanas capaces de garantizar seguridad o reparación de los efectos de la contaminación de hidrocarburos. Contaminación que suele permanecer por años en el ambiente una vez ocasionada, por el carácter de difícil –sino imposible- biodegradación de muchos de sus componentes.

Todo el mundo habla de la ecología o el “desarrollo sustentable” pero pocos se percatan de la crítica importancia que su respeto práctico ha adquirido para la supervivencia del mundo. Incluyendo el respeto al “prevenir mas que lamentar”; lo que conlleva un verdadero y urgente cambio desde patrones de consumo, producción y tecnológicos que causen daño a otros que no lo hagan.

En tal sentido, el actual gobierno ha hablado de la protección del ambiente, pero a la hora de concebir los nuevos enormes planes de explotación gasífera y petrolera costa afuera en el Delta del Orinoco y Golfo de Paria, desconoce abiertamente la alta fragilidad ambiental y los usos bióticos alternativos de la zona. La oposición también ha hablado de su preocupación por el medio ambiente, pero cuando sale a criticar las concesiones que el gobierno pretende dar en la zona Delta-Paria no es por ello sino porque “no se le está sacando suficiente dinero a las compañías extranjeras por los que se les va a otorgar” (¡); y, por otro lado, entre sus planes se encuentra hasta una triplicación de la anterior producción petrolera , de llegar a tomar el poder ( ¡). En definitiva, tanto el actual gobierno como la oposición permanecen en el mismo paradigma petrolero produccionista a ultranza. Por otro lado, ambos hablan de “garantizarle el suministro” a un país como Estados Unidos. ¿A cuenta de qué vamos a seguir sacrificando nuestros suelos, aguas, bosques y aire, por “garantizarle el suministro” a un país de un consumo tan insaciable que algunos de sus habitantes hasta se han acostumbrado a limpiarse los dientes con cepillos eléctricos? ¿Sería el mismo Estados Unidos capaz de comprometerse a algo similar con nosotros? ¿ Dónde está el verdadero duelo de los petro-adictos y petro-exportadores por el patrimonio nacional mas preciado, que es la sustentabilidad de la Vida misma y el futuro de nuestro país?

El actual conflicto petrolero que ha vivido nuestro país, que le ha mostrado dramáticamente la cara oscura de la dependencia petrolera, es una llamada de Dios para que, de una vez por todas, salgamos de la petro-dependencia a fin de redimir nuestro “karma nacional petrolero” y contribuir a la redención del análogo “karma mundial” –al cual hemos contribuido tanto. No tendremos, en el fondo, armonía o paz como país hasta que no nos ocupemos de lo anterior.

No hay razones para que nuestro país no pueda avanzar decididamente hacia la Venezuela post-petrolera que anhelaron venezolanos insignes de la talla de Adriani, Uslar, Pérez Alfonso y Pérez Guerrero. La experiencia gerencial y técnica de PDVSA podría ser re-orientada para el nuevo paradigma energético mas sustentable inherente a esa Venezuela Post-petrolera; tal como ya han comenzado a hacerlo empresas como Shell y BP-Amoco a nivel mundial, y, aun mas, otras nuevas agresivas empresas energéticas del nuevo paradigma en vías de disputarle el dominio a las del viejo.

Como consecuencia de un decidido proyecto de Estado, México logró disminuir en 15 años su dependencia del petróleo de 90% de sus ingresos de exportación a un 10%; y Chile hizo un tanto parecido con el cobre. Este último país en tal empeño tuvo muy en cuenta su traumática experiencia décadas atrás con el sorpresivo destronamiento de su mono-producción de salitre por el salitre alemán sintético descubierto a partir de una revolución tecnológica; suceso que causó una hecatombe fiscal, política y social para Chile de la cual le tomó décadas recuperarse. Algo similar podría ocurrir en un futuro no muy distante con el petróleo; en vista de los poderosos y numerosos factores de cambio tecnológicos, ambientales, políticos y empresariales que están presionando por un cambio de paradigma desde los combustibles fósiles a las fuentes renovables, similar al antes ocurrido en el tránsito del petróleo al carbón en tan sólo unas pocas décadas. En el terreno ambiental y de salud pública, en particular, las restricciones al consumo de petróleo son cada vez mayores, y países como Costa Rica han ya incluso prohibido la explotación de hidrocarburos costa afuera, a fin de salvaguardar sus ecosistemas, biodiversidad y ecoturismo.

Si no cambiamos pronto por nosotros mismos –y más advertencia para que lo hagamos difícilmente podíamos tener de lo que nos ha ocurrido- entonces nos puede tocar cambiar en condiciones inmensamente mas traumáticas y desfavorables. Luego de haber cumplido su papel histórico en el aprendizaje y evolución humanas, los días del modelo petrolero están contados, y con ello los de la civilización materialista, consumista, depredadora, contaminante, concentradora de poder que se edificó sobre el “oro negro”. Es tiempo de que como país nos percatemos de ello.

Por razones de supervivencia, es imperativo que la humanidad se desplace hacia una nueva civilización mas humanista, espiritual, ambiental y socialmente sustentable, así como mas sustentable en lo político y mucho mas democrática.

Las miserias de la petro-dependencia y la imperativa conveniencia de marchar hacia un mundo post-petrolero se han manifestado de viva voz en Venezuela.

Sería insensato, para Venezuela y la comunidad mundial toda, desconocer las lecciones de tan dramática crisis; y pretender seguir en el “mas de los mismo”.

Un cambio oportuno sin marcha atrás, por el contrario, nos pondría a la cabeza de la verdadera revolución que reclaman los tiempos en que vivimos, que no es otra que la de una nueva civilización de bienestar sustentable, incluyendo un nuevo modelo energético.

F. Bracho:Autor del libro “Petróleo y Globalización: Salvación Y Perdición: Reflexiones a las Puertas de un Nuevo Milenio para una Nueva Civilización”, Vadell Hermanos, Caracas, 1998.
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