Economía

La economía de lo imposible

A veces creo que la política económica del actual gobierno tiene más que ver con el yoga, la meditación o alguna corriente espiritualista, que con la supuesta teoría y praxis del recetario izquierdista. Y digo supuesta, porque la simpatía hacia ideas muertas que orgullosamente profesa el Jefe del Estado, como lo ha dicho recientemente Moisés Naim, explica la ola necrológica que, en onda exterminadora, genera la actual gestión en la economía venezolana.

Las tesis estatizadoras y militaristas en torno al control de la inflación, la fluctuante cotización del dólar no oficial, el establecimiento de precios regulados para productos de la llamada cesta básica alimentaria, al papel de las Casas de Bolsa y Sociedades de Corretaje, o a la simple propiedad de grandes empresas privadas exitosas, descansan en la simple pero errada idea de que a mayor control estatal y restricción del mercado, mayor justicia social y eficiencia económica. Y la experiencia histórica ha demostrado lo contrario: A mayor estatización de la economía, a mayores niveles de control gubernamental sobre el funcionamiento del mercado, y sus relaciones y transacciones, a mayor restricción de la libertad económica y de las garantías a la propiedad, mayor decrecimiento, mayor pobreza, atraso y desestímulo en la economía.

A ello hay que agregar, pues, que la infinita bondad del presidente venezolano traspasa fronteras, y no se detiene a pensar en esas nimiedades de las propias necesidades de los venezolanos. Gracias Chávez por los bonos recibidos, dicen los policías nicaragüenses. Gracias Chávez por la infraestructura construida, dicen los transeúntes bolivianos. Amén. ¿Quién quiere petróleo? ¿Tú quieres? ¿Tú también? ¡Toma tu barril por el pecho! Todo el petróleo que quieras (es más o menos la tónica samaritana de Chávez) todo…me lo pagas después, y si no me lo pagas…¡No importa!

En esta cotidiana puesta en escena “revolucionaria”, vimos vía noticieros el deplorable espectáculo de la detención de carniceros. Ahora parece tocarle el turno a los corredores de bolsa. ¿Quién sigue?

Ya no es juego. Ya no es retórica. (Hace rato dejó de serlo). Asistimos a la demolición de las bases jurídicas y legales del modelo de economía tradicionalmente existente en nuestro país, así como a un viraje radical en el grado de intervención del Estado en su dinámica y funcionamiento, bajo la fraudulenta etiqueta socialista, bajo la cual se esconde el más antidemocrático deseo de acumular todo el poder posible y absoluto.

Es terco el gobierno, además, de torpe, no sólo cuando en lugar de reducir y flexibilizar, profundiza los mecanismos de control sobre los actores económicos. Y ante la realidad contundente del decrecimiento económico, lo único que surge como idea, en trance inquisidor, es promover el silencio, el temor, le miedo, entre empresarios, comerciantes, importadores, clientes y consumidores. No se quejen que es peor, y hasta preso puede ir Ud. por conspirador.

Hay un axioma económico que funciona igual para la gran corporación, o el modesto negocito, para una compañía grande o una microempresa familiar, igual en China, en Suiza, como en Quibor o Carora: nadie, ningún particular, o ninguna empresa privada produce para perder. Nadie trabaja a pérdida. Detrás del debate sobre las empresas de producción social, o las cooperativas, formas válidas en tanto esquemas de organización para la producción, está la esencia de este asunto, esto es, la creación de riqueza, de valor agregado, la viabilidad de un proyecto empresarial, y la calidad y eficiencia resultante en sus productos y servicios, en un marco institucional que promueva la competencia sana, y establezca reglas claras del juego.

Si bien es cierto la política económica “revolucionaria” pretende ser concreción de la santa palabra del comandante-presidente, deviene en la práctica en una suerte de religión, de credo, es decir, un asunto de fe. No es fácil imaginarse a Giordani vestido de monje meditando alguna medida macroeconómica. O a Merentes diseñando el sistema de bandas de la política cambiaria con sotana, sandalias y un rosario en la mano. No han podido inventar el agua tibia con relación al tema del dólar y el carácter estructuralmente dependiente de las importaciones de Venezuela, indica que excluir a las Casas de Bolsa del mercado cambiario venezolano no va a solucionar el problema de la escasez, la inflación, y la posibilidad de mantener niveles adecuados de insumos e inventarios, en todo el aparato productivo del país (o a lo que va quedando de él).

Como si una ley, un decreto, o el silencio evitaran el flujo normal del juego económico, y a la gente satisfacer sus necesidades. Ud. la ha visto, la ha sentido y padecido. Sí. Pero ellos insisten en defenderla. Es la economía de lo imposible.

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