Economía

La moneda: chivo expiatorio de políticos argentinos

(AIPE)- Mientras la Argentina acelera su carrera hacia el desastre económico, desagrada ver que los analistas culpan al régimen de convertibilidad del peso y a la caja de conversión que hace una década salvaron a la Argentina de la hiperinflación. Al mismo tiempo, con sus caras muy serias, los políticos argentinos proponen que el camino a la estabilidad es a través de una “devaluación ordenada”, como si tal cosa existiera.

La principal fortaleza de la Argentina en los últimos años ha sido su compromiso con una moneda sana y confiable. Tanto los inversionistas extranjeros como los ahorristas nacionales estuvieron dispuestos a financiar el crecimiento económico y el aumento de la prosperidad argentina, confiando que no los robarían a través de devaluaciones. Así también se redujo dramáticamente el costo del crédito.

Pero en lugar de utilizar ese dinero en inversiones prudentes, Argentina lo derrochó en consumo y aumentando dramáticamente el número de burócratas del sector oficial. Los problemas actuales no son más que el resultado de la irresponsabilidad fiscal de los políticos argentinos. El colapso ocurrió a pesar del régimen monetario y no debido a éste.

Como sucedió en México en diciembre de 1994, la mera insinuación de una devaluación disparó la huida de capitales. Hablar de una “devaluación ordenada” es una contradicción en términos que utilizan políticos deshonestos para engañar a la gente y tratar de sobrevivir el desastre que ocasionan.

Las críticas al régimen de convertibilidad se basan en que la nación deja de ser competitiva en el mercado mundial y la moneda pierde su capacidad de absorber golpes.

La moneda sirve de amortiguador sólo en el sentido de ser un cojín ante el gasto deficitario de gobernantes irresponsables que pervierten la moneda. Los políticos ganan elecciones con su generosidad hacia ciertos grupos de ciudadanos, pero lo hacen reduciendo el valor de la moneda en los bolsillos de quienes menos se pueden defender de la inflación, los más pobres. Y la devaluación destruye los ahorros y dispara los precios, mientras que la escasez pronto aparece con la instrumentación de controles de precios.

El argumento de la no-competitividad en los mercados mundiales es un insulto a la noción misma del libre comercio. Cuando un país devalúa su moneda está cambiando las reglas en la medición del valor de los bienes y servicios. Sus productos parecen más baratos, pero no son mejores. El país en lugar de competir hace trampas. Peor todavía, la ventaja pasajera que así se logra proviene directamente de los bolsillos del ciudadano común y corriente, mientras se beneficia a los exportadores ricos.

Eso fue lo que hizo Brasil con su devaluación de enero de 1999, propinándole un golpe salvaje a sus socios comerciales argentinos en Mercosur. Así, ni los productores más eficientes pueden competir, cuando los demás no cumplen con las reglas. Y el dinero no es otra cosa que una regla para medir y comparar el valor. Si se violan las reglas a favor de ciertos jugadores desaparece la competencia, sea esta en los juegos olímpicos o en los mercados mundiales.

Los regímenes monetarios simplemente no pueden existir aisladamente. Los socios comerciales tienen que utilizar las mismas medidas para definir el valor económico. Qué ironía que mientras Europa lanza con gran entusiasmo su moneda común, Argentina abandona su integridad monetaria, prefiriendo la devaluación, arruinando así a su propia gente y quebrantando sus promesas.©

* Directora de la organización Empower America y profesora de finanzas internacionales en la Escuela Graduada de Liderazgo Empresarial Duxx, en Monterrey, México.

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