Economía

La peligrosa vía de la informalización

Desde la década de 1970 comenzamos a vivir un peligroso camino hacia la
informalización o desinstitucionalización del país. Pero antes,
reconozcamos una verdad. La informalización en Venezuela no es nueva, y se
remonta a la época indígena precolombina. La novedad en las últimas décadas
es que la informalización trascendió de lo rural a lo urbano, y eso es lo
que va haciendo más peligroso manejar a un país.

Es sumamente difícil manejar a un país sin instituciones porque no hay
interlocutores con quienes hablar. También es cierto que de esa forma un
país no caerá en los extremos polarizantes a los que llegan las sociedades
muy institucionalizadas (como la España de antes de la Guerra Civil de
1936-1939, o El Salvador). Pero un gobierno que pretenda ser tal (o sea,
ser gobierno) necesita tener a un país institucionalizado, al cual gobernar.

Este argumento es válido para casi todos los países. La acción del gobierno
de los Estados Unidos es sentida, respetada y aceptada por casi toda su
población en casi todo su territorio. Lo mismo podríamos decir de China,
España, Afganistán o Francia. Inclusive, países divididos a la fuerza
mantienen alguna institucionalidad sustituta, como en las regiones kurdas de
Iraq. Ello mantiene la paz social de los habitantes involucrados. Hay
otros donde el gobierno es débil (financiera o políticamente) y su ausencia
es sustituida por un grupo de ancianos, por las instituciones religiosas;
por ejemplo, el gobierno de la República Arabe de Siria es pobre y no puede
atender a todas las comunidades rurales, por sus necesidades de defensa
debido a la presencia del conflictivo estado judío: en los pueblos, las
labores de justicia y los asuntos civiles los asume el clero (según la
comunidad religiosa a la que uno pertenezca), y en la mayoría de ellos no
hay necesidad de presencia policial para garantizar el orden, lográndose
niveles delictivos mínimos. Toda la comunidad está estructurada y se
garantiza la convivencia pacífica de los individuos.

La Unión Soviética se fundó sobre el viejo Imperio Ruso. La dictadura
comunista que se instauró allá fue brutal, especialmente en la época de
Stalin, a quien se le deben decenas de millones de muertos (para la esos
tiempos, la población venezolana no llegaba a los 3 millones, así que
imaginen cuantas Venezuelas desaparecieron de la faz de la tierra). Pero
lejos de todo ello, el comunismo se mantuvo por más de setenta años. La
razón: se instauró una fuerte institucionalidad basada en el Partido
Comunista, que tan sólo fue sobrevivida por la Iglesia Ortodoxa Rusa
(recuerden la anécdota aquella de que Stalin llamó al partiarca y le dijo
algo así: «Ustedes pensaron que nosotros no duraríamos y aquí nos
mantenemos, y nosotros pensamos que Ustedes desaparecerían, y todavía están,
así que mejor vamos a entendernos»).

En cambio, en muchos países africanos no existe ninguna institucionalidad
que sea compatible con el gobierno «nacional». Allí están Somalia, Liberia
y el Zaire, por ejemplo, donde no hay con quien hablar para tratar temas que
atañen a todo el territorio. Son los llamados «países fracasados», nunca
cuajados.

Aquí en Venezuela, estamos viviendo una situación que se ha profundizado en
los últimos lustros, que es la anarquización e informalización. Los
partidos han dejado de cumplir una función útil. La gente pertenece a una
religión (mayoritariamente, católicos), pero su comportamiento personal e
institucional dista mucho de lo que predica oficialmente. La misma suerte
corren la mayoría de las instituciones, hasta la propia familia. Así no se
puede gobernar, y se extendería a gran parte del país aquella frase
concebida para una ciudad: «Caracas es ingobernable». Las leyes no son
obedecidas por nadie, y encima de eso, el ordenamiento jurídico a veces
favorece la no observación de las leyes. Y no se puede exigir que se
obedezcan las leyes cuando un niño desde pequeño no obedece a sus padres ni
a los viejos.

Señores, si queremos salir adelante todos juntos, como una sola sociedad,
debemos enseriarnos y dejar la guachafita. Como país ya estamos por cumplir
190 años del 5 de Julio de 1811, y 180 años de la Batalla de Carabobo, y
sabemos que la mayoría de edad se cumple a los 18 años, no a los 180, aunque
nunca es tarde cuando la dicha es buena.

No destruyamos instituciones enteras sólo porque nos caen mal en algún
aspecto. Yo, por mi parte, pongo mi granito de arena, y trataré de no
hablar mal públicamente ni generalizar los defectos de una institución, sea
ésta un gobierno, partido político, religión, secta, o familia. Siempre
debemos luchar para corregir, no para hacer críticas destructivas, …

aunque reconozco que hay veces que a uno le entran las ganas …, pero
debemos contenernos.

RECUADRO

Anécdotas

«Mucho gusto». «Del mismo modo».

La vanidad humana no tiene límites. Por ser Venezuela un país formado por
inmigrantes (lejanos o cercanos en el tiempo), de otros países o internos,
del mismo país, cuando una persona incursiona en otro territorio lo hace,
muchas veces, para buscar fortuna, así que el valor de sus bienes es
percibido, en cierto sentido, como el valor de las personas.

Así, si uno quería sentirse bien, debía reconfortarse y recordar los bienes
que poseía. Igualmente, hay la creencia de que el que viene de afuera tiene
o va a hacer abundante dinero o fortuna, así que el recién llegado o recién
conocido es un potencial socio para futuros negocios, poseedor de una mágica
habilidad para hacerse rico, destreza ausente o disminuidas entre las
cualidades propias o de los propios. Por eso, en vez de buscar promover al
posible inversionista local, andamos desesperados buscando inversionistas
foráneos, ya sea de otras partes de Venezuela o del exterior.

Con ese preámbulo, narremos que cuentan las personas mayores y las no tan
mayores, como el señor Alcides López Flores, que hasta hace unos treinta
años era de buenos modales en Yaguaraparo usar el término «del mismo modo»
cuando se conocía a alguien. Las presentaciones eran más o menos largas
según las propiedades y/o atributos que se tenían. Y cuando se conocían,
podía surgir un diálogo resumido similar a éste (usaré nombres supuestos,
para no afectar a los reales o sus descendientes):

    A.- Gonzalo, conoce a un amigo.

    B.- Mucho gusto, Pedro Pérez.

    C.- Del mismo modo, Gonzalo González.

La versión ampliada de una presentación era algo así:

    A.- Gonzalo, conoce a un amigo.

    B.- Mucho gusto, Pedro Pérez, a su orden, para servirle. Tengo humildemente
    una casita, en la Calle Bolívar, a la orden, una hacienda con casa por los
    lados del Algarrobo, también a la orden, otra hacienda en Chorochoro,
    igualmente a la orden, una camioneta, a la orden, una pulpería, a la orden,
    tengo un hijo abogado, a la orden, otro médico, a la orden, y una hija
    maestra, a la orden, soy miembro del partido XX, a la orden, etcétera.

    C.- Del mismo modo, Gonzalo González. Tengo una casa en Río Seco, a la
    orden, un carrito para pasajeros, a la orden, miembro de tal asociación, a
    la orden, etcétera.

Todo se desarrolló así hasta que vino un señor, muy importante, que cuando
alguien se le presentaba con toda esa retahila, el simplemente respondía, a
secas:

– Rodrigo Rodríguez.

Y así se acabó la costumbre de las largas presentaciones, el «a la orden», y
el «del mismo modo».

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