Economía

Lecciones de Argentina y Brasil

Nueva York (AIPE)- Argentina colapsó y todavía no ha asomado un plan creíble para estabilizar sus finanzas públicas, renegociar la deuda extranjera y establecer una moneda estable. Brasil también ha estado al borde del colapso, su deuda sigue aumentando y no se sabe si logrará evitar una cesación de pagos.

Argentina y Brasil nos han enseñado cinco lecciones. La primera es que la política monetaria y cambiaria en los países en desarrollo es frecuentemente obligada a financiar el gasto gubernamental, lo cual eventualmente provoca el colapso de la tasa de cambio. En esos países, la política del Banco Central es monetizar la deuda, por ser esa la única manera de poder pagarla.

En Argentina, el gasto gubernamental se disparó en los últimos años de Menem y la deuda estaba casi toda denominada en monedas duras, a pesar de que las exportaciones no habían aumentado mucho. Allí y en otras naciones emergentes, la liberalización y las privatizaciones iniciales resultaron en mayores ingresos para el gobierno, generando gran optimismo sobre el crecimiento del PIB, el aumento en la recaudación de impuestos y en las exportaciones. Ese optimismo generalizado redujo el costo de conseguir financiamiento extranjero, tanto para el sector público como el privado, pero la miopía política pronto conduce a aumentar el déficit fiscal, mientras que el ingreso por las ventas de las empresas del estado esconden el problema de las finanzas públicas a largo plazo.

La reacción es negar que hay problema alguno, con la asistencia de los prestamistas multilaterales. Y no se trata sólo del (%=Link(«http://www.imf.org/»,»FMI»)%). Cuando Ricardo Hausman era economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, se convirtió en el principal vendedor de deuda argentina. Entonces, comienzan a crecer los “programas” del FMI, obligando a aumentar impuestos para tratar de alcanzar estabilidad, pero logrando así sólo debilitar el crecimiento. Y cuando sobreviene el colapso, el FMI se queja de la irracionalidad de los inversionistas.

El secreto sería posponer el incremento del gasto gubernamental hasta después de lograrse el crecimiento y que no sea así es en esencia un fracaso de la democracia, dado el muy corto horizonte de los políticos.

Una segunda lección es que inclusive un sistema bancario bien regulado es vulnerable al riesgo del desequilibrio fiscal. El éxito mismo de la reforma bancaria argentina, en cuanto a liquidez y capital invertido, pronto hizo salivar a los políticos. En una conferencia en 2001, Domingo Cavallo opinó que a la banca se le obligaba a tener demasiada liquidez y capital. El pronto “arregló” ese problema para que los bancos asumieran más deuda gubernamental. Para abril de 2001 se podía predecir que Cavallo destruiría a los bancos argentinos.

La tercera lección es que hay que impedir que el FMI siga interviniendo para prevenir la cesación de pago de naciones soberanas, cuando estas son necesarias. El FMI facilitó los planes de Cavallo, que estaban predestinados a fracasar.

La cuarta lección es que la capacidad de endeudamiento de una nación emergente no puede ser determinada por la relación deuda a PIB. El crecimiento de las exportaciones y, por lo tanto, la profundización de las reformas comerciales, son igualmente importantes en la evaluación del futuro cumplimiento de las obligaciones contraídas. Ni Argentina ni Brasil alcanzaron la relación exportaciones a PIB que debían tener y que hubieran podido alcanzar si las políticas internas no hubiesen chocado con el libre comercio. El problema aquí es de nuevo el corto horizonte de los políticos. El libre comercio beneficia a todos a largo plazo, pero en el corto plazo la apertura tiene un costo político.

La quinta lección de las crisis de Argentina y Brasil es que el contagio es selectivo. Ni esta ni ninguna de las lecciones anteriores es realmente nueva. Chile en gran parte evitó el efecto tequila de la crisis mexicana de 1994 y 1995. Y Singapur no colapsó ante la crisis asiática de 1997.

El problema principal en Argentina y Brasil no ha sido la falta de información sobre la cual fundamentar políticas apropiadas, sino la falta de voluntad política para instrumentar las medidas requeridas y poder así evitar la crisis. Las instituciones multilaterales no ayudaron a hacer las cosas bien, pero sería una equivocación culparlas totalmente.

La historia de los últimos mil años nos indica que no hay manera de lograr crecimiento económico ni reformas políticas duraderas sin establecer un sistema competitivo y abierto internacionalmente. Si sólo los funcionarios del FMI encararan su trabajo con el espíritu de humildad recomendado por Friedrich Hayek en 1960: “Lo que tenemos que aprender es que la civilización human tiene vida propia, que todos nuestros esfuerzos en mejorar las cosas tienen que funcionar dentro de un todo que no podemos controlar, y la operación de cuyas fuerzas sólo podemos facilitar y ayudar a comprender. Nuestra actitud debe ser la misma de un médico hacia un organismo vivo…”.

(*) Profesor de la Universidad de Columbia y académico del (%=Link(«http://www.aei.org/»,»American Enterprise Institute»)%). Este artículo fue adaptado de su intervención en la reciente Conferencia Monetaria Anual del Cato Institute en Nueva York.

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