Economía

Libertades económicas contra los excesos del mercado

Todos deben estar pensando en el famoso laissez faire, de la escuela
clásica. Pero no me voy a referir a ello. En los últimos años hemos tenido
varias crisis financieras a lo largo del mundo, y por tal motivo se ha
culpado al mercado del empobrecimiento de algunos países, aunque casi todos,
con la más notable excepción de Indonesia (donde los eventos políticos que
se sucedieron le añadieron gasolina al fuego), se recuperaron
posteriormente.

Incluso, se ha vuelto a formular la propuesta de James Tobin sobre los
impuestos a las transacciones cambiarias. Nosotros también haremos una
propuesta útil tanto para los países subdesarrollados (en el caso
venezolano, «en vías de subdesarrollo», y en el caso de Corea del Sur, «en
vías de desarrollo»), que es adonde estamos nosotros, y también para los
países desarrollados, pues actuaría como una estabilizador automático para
Wall Street. Reconozcamos que no es original, que la hay en varias partes
del mundo, y que ha sido propuesta por muchos otros.

Cumbres del G-7 más 1

En las cumbres gubernamentales, financieras y económicas que se han
realizado en los últimos años han discutido demasiado el tema de los pánicos
financieros, y hay una multitud de literatura y estudios al respecto en el
Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y otras
instituciones similares. Pero no sabemos por qué rehuyen de la propuesta
Tobin (no la ignoran, pero no les gusta) y otras medidas similares.

Más bien las discusiones se centran en como reforzar los controles, la
supervisión, la manera de ayudar pre y post crisis, los auxilios financieros
(o sea, créditos), y otro montón de medidas de carácter netamente
discrecional, en vez de inclinarse por un «estabilizador automático».

La mayoría de las propuestas que se hacen (o al menos, las que salen a la
opinión pública) no le dan libertad, sino que se la quitan a los mercados.

Alguien podrá decir que el inicio de la crisis asiática en Tailandia se
debió a un ataque especulativo con el único propósito despiadado de
destruir a ese país, y hay suficientes muestras que lo demuestren.

Pero uno puede preguntarse si fue apropiada la reacción del banco central de
ese país (muy similar a la repetida tantas veces en Venezuela) de «defender
a toda costa el valor de su moneda nacional», y más bien no terminaron
subsidiando a los especuladores hasta agotar sus reservas.

Los jugadores del mercado saben como reaccionarían las autoridades
monetarias de cada país, y en el caso de Tailandia (y de otros países en
muchas ocasiones, entre ellos Venezuela) sus autoridades se «prestaron»
inocentemente para el juego, puesto que los especuladores se llevaron las
divisas extranjeras a un precio barato, y los que llegaron después tuvieron
que pagar un precio demasiado caro, al igual que el resto de la economía del
país y los inversionistas permanentes.

Si le hubieran dado total y absoluta libertad al mercado, al presentarse una
demanda de divisas de esa magnitud inmediatamente se hubiera topado con una
depreciación igualmente grande de la moneda, por lo que no habría el
incentivo porque saldrían perdiendo; pero no, el banco central «defendió
heroicamente» el precio de la moneda nacional, quemó las divisas, y luego se
quedó sin divisas y con una depreciación mucho mayor a la que hubiera
ocurrido en un principio.

Así, según nuestra opinión, los bancos centrales deberían abstenerse por
completo de participar en la política cambiaria para «defender» el precio de
sus monedas, y precisamente con un marco tan inestable es que conseguiríamos
mayor estabilidad, porque las grandes variaciones permanentes quedarían
anuladas: si las hubiera, serían temporales, de unos días, y luego el
mercado se estabilizaría. Por supuesto, para todas estas propuestas estamos
suponiendo estabilidad institucional, política y social.

La propuesta Tobin

Todos saben de los daños que causan los llamados «capitales golondrinas»,
puesto que cuando llegan, por su abundancia, crean una exagerada sensación
de bienestar económico, pero cuando se van, lo hacen a tal velocidad que
causan más daño que un tornado.

Pues bien, ello se puede amortiguar (no se evitarían, pero los picos en las
curvas serían menos agudos) con la implantación de dos impuestos de baja
alícuota: 1) un impuesto a las transacciones de divisas; y 2) un impuesto a
las transacciones en los mercados de capitales (y también a algunos
instrumentos del mercado monetario). Por cierto, hay países que cuentan con
mecanismos similares, como Chile, y no les ha ido mal.

Así, llegarían menos capitales a los países, pero quienes lo hagan serán con
la intención de permanecer un tiempo más largo, que no se irían ante
cualquier signo negativo insignificante. La presencia de estos impuestos
frenaría la entrada de dinero a los mercados cambiario y de capitales, pero
también su salida sería más pensada y mejor reflexionada, porque tal vez
terminen perdiendo dinero o ganando relativamente poco, así que les
convendría quedarse a esperar, o incluso, influir en las decisiones de
política económica. Y sabiendo que el respectivo banco central no
intervendrá, pues una fuga masiva de capitales planificada (como en
Tailandia) no sería rentable.

Ello sería útil no sólo para los países subdesarrollados (que se resfrían
con más facilidad), sino también para los países avanzados; por ejemplo, el
Dow Jones no estaría tan alto ahora, pero sus inversionistas (que serían
menos) dormirían tranquilos porque saben que mañana no se vendrá todo abajo,
y la Reserva Federal no sería seguida con tanta atención por los mercados.

Y en Venezuela sabríamos que no habrá peligro de fuga de capitales, porque
bajo este concepto, quien desee hacerlo tendrá que pagar un precio muy caro
por cada dólar que piense comprar.

Libertades económicas en la Venezuela colonial

Es una suerte que los venezolanos no hubieran pedido su anexión a Inglaterra
u Holanda o que no se hayan independizado antes. De hecho, la Venezuela que
conocemos se formó aproximadamente 30 años antes de la independencia.

Antes había prohibición total de comercio con el exterior salvo con la
metrópoli (o sea, España); ni siquiera se podía transar con otras colonias
vecinas. Por ejemplo, los de Venezuela no podían entablar contacto con los
de Nueva Granada, Margarita o Nueva Andalucía, sino únicamente con España, y
sólo mediante el puerto de Sevilla. Por eso hasta el día de hoy se lucha
por la integración económica y comercial latinoamericana, puesto que no la
hubo durante la colonia (salvo períodos especiales, como una guerra en
Europa que afectara el comercio con la metrópoli).

Además de eso estaban el montón de impuestos y aranceles que dificultaban la
vida en general, no sólo la económica. Pero al igual que en tiempos
modernos, no importa la crudeza ni amenazas de las leyes, pues siempre se
evadían. El comercio y contrabando con otras potencias estaba muy extendido
(hasta quienes ejercían la autoridad lo practicaban), especialmente en las
costas, y principalmente con Inglaterra y Holanda; de hecho, la mayoría de
los esclavos negros fueron introducidos de contrabando.

Y las amenazas legales eran demasiado duras, porque preveían algunas
«nimiedades» como ahorcar previa confiscación de todas sus propiedades, y
lanzar a su familia al desprecio público, y otras «menudencias» por el
estilo.

Así no era difícil adivinar que en algún momento se sublevarían estos
países, especialmente sus élites económicas (los oligarcas o grandes
«cacaos» de entonces, como mi tocayo Simón Bolívar), y buscaran su
independencia, que desembocó en una guerra a muerte y una fuerte enemistad
entre la metrópoli y sus antiguas colonias (mientras que Portugal lo hizo
sin traumas con Brasil, al igual que Inglaterra con Canadá, Australia y
Nueva Zelanda) debido a las insensatez y la inflexibilidad de Fernando VII,
el último monarca absoluto y brutal de España.

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