Economía

Los planificadores oficiales jamás aprenden

Cuando observamos el panorama de las políticas económicas en América Latina hay que reconocer que hemos avanzado en la comprensión de los problemas y de las soluciones. Por ejemplo, se llegó a comprender que la emisión monetaria en exceso de la cantidad de moneda demandada genera inflación y que las empresas monopolistas privadas son más eficientes que los monopolios públicos, aunque cuesta todavía aprender que las empresas privadas en “salvaje” competencia generan el mayor beneficio para la gente.

Entre las muchas cosas que todavía no se han aprendido está la eterna tentación del político por implementar mecanismos de «ingeniería social», que lleven al país hacia donde él estima que debería estar. Esto, además, encaja como anillo al dedo con los intereses sectoriales que buscan subsidios, privilegios y protección gubernamental.

No es de extrañar que este tipo de políticas, las cuales no logran superar el menor análisis económico serio, aparezcan una y otra vez bajo nuevos disfraces. Veamos dos casos en Argentina y Brasil.

En una reciente reunión de gabinete argentino, el presidente del estatal Banco de la Nación manifestó: «Estoy cada vez más convencido de que para alentar a las Pymes (pequeñas y medianas empresas) hay que crear una oficina de inteligencia del desarrollo…»

Varias preguntas surgen de este breve comentario. Una de ellos es: ¿siendo que quien lo propone es presidente de un banco por qué no aplica su misma idea y otorga préstamos a quienes la «inteligencia del desarrollo» le determine? Pero resulta que eso ya lo ha hecho: unos pocos días antes la prensa comentaba que tan sólo los productores locales adeudan 4.000 millones de dólares a los bancos oficiales y de ellos 3.000 millones al Banco de la Nación. Si estos son los resultados de la «inteligencia del desarrollo», mejor estaríamos bajo una ignorancia absoluta.

El presidente del banco oficial también propuso un organismo que, bajo dependencia del ministerio de Economía, ayude a planear cuáles son los productos con mayor demanda en el mercado internacional, dando como ejemplo que “en Río Negro siguen haciendo manzanas que ya no compra nadie, que están pasadas de moda». En verdad, las manzanas son un producto exportado en grandes cantidades, pero sea o no sea así, lo que está en discusión es otra cosa. Si alguien está utilizando un recurso en forma ineficiente (malas manzanas, por ejemplo) su propiedad tiende a caer en valor hasta que alguien con una perspectiva más perspicaz (que busca producir otras manzanas o las mismas más eficientemente) esté dispuesto a comprarle la empresa. El recurso así se vuelve a asignar a su uso más eficiente.

Esta tarea de detectar el mal uso de un recurso y asignarlo a uno mejor es la típica tarea del empresario, que cualquiera de los ministros podría desarrollar perfectamente. Es más, el presidente del banco podría otorgar préstamos a quienes estuvieran dispuestos a hacerlo.

En el mercado, la «inteligencia del desarrollo» se encuentra dispersa entre cientos de miles de individuos. Todo ese conocimiento, en muchos casos intuitivo, no puede ser concentrado en una «oficina central» porque buena parte de él ni siquiera podría ser transmisible.

Tomemos ahora el caso de Brasil. Se anuncia allí que el gobierno ha decidido trabajar contra la desnacionalización de la siderurgia y la petroquímica y que, para ello, un banco estatal va a invertir en los dos sectores para mantener el control de esas industrias en manos de empresarios brasileños. Estos, de más está decir, están muy agradecidos.

Esta «inteligencia del desarrollo» es la que llevó a los países latinoamericanos a promover esas industrias, fomentando la ineficiencia detrás de altas barreras arancelarias y pesados subsidios y condenando a los consumidores a malos productos y elevados precios. Las industrias «infantes» de entonces tienen ya más de 40 o 50 años y ni siquiera han aprendido a caminar por sí solas. La prueba está en que todavía necesitan al «papá Estado» para que las proteja de los extranjeros.

En mi país queremos seguir protegiendo lo anticuado y en el de al lado se quiere proteger a lo que pronto será obsoleto. ©

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