Economía

PDVSA en la mira

La acción judicial preventiva ejercida por ExxonMobil en el curso de la
tramitación arbitral de sus diferencias de negocios con PDVSA, coloca
crudamente en el tapete las vulnerabilidades crecientes que se observan
en múltiples dimensiones de la vida nacional, y no sólo en el ámbito
petrolero.

Sin embargo, lo petrolero es crucial por sus múltiples repercusiones en
lo económico y financiero, así como en las relaciones internacionales y
el escenario geopolítico de Venezuela. Y no es descartable que lo
conocido en estos últimos días puede muy bien ser la punta de un iceberg
que se viene encima de esta dinámica perversa que llaman revolución.

No estamos necesariamente ante una catástrofe porque Exxon haya obtenido
órdenes de embargo preventivo contra activos pdvsos por $12.000
millones, incluyendo según las noticias saldos a favor en cuentas
bancarias al momento de practicarse la medida (no de ingresos
posteriores). Ello no afecta directamente ni la operación de los activos
y plantas, ni el cobro de la factura comercial. Pero es realmente
alarmante que el ministro-presidente de PDVSA se refiera a depósitos
congelados por $ 300 MM como si esta cifra fuera una minucia, y que
desestime como poco importantes y transitorias las implicaciones del
embargo preventivo.

Porque si $300 MM son una minucia para el ministro-presidente, no lo son
para ningún negocio grande o pequeño, ni para quienes aspiran y esperan
que la integridad de los recursos del Estado sean aplicados para atender
necesidades internas, desde puentes y carreteras, hasta casas, medicinas
y alimentos. Y porque el hecho de que PDVSA haya sido embargada, así sea
preventivamente, manda una señal ya no de diferencias de negocios, que
son normales en cualquier actividad empresarial, sino de extrema
desconfianza respecto a obtener el pago correspondiente en caso de
alcanzarse una solución favorable en el proceso arbitral en curso, bien
porque ello obedezca a informaciones desconocidas para el público que
puede manejar la transnacional sobre la futura capacidad de pago de la
petrolera venezolana o responda solamente al precedente sentado por el
cambio unilateral de los acuerdos contractuales preexistentes en Cerro
Negro. Lo primero colocaría las cosas en alerta super-roja, pero
incluso lo segundo es muy perjudicial, porque el mensaje implícito que
manda Exxon equivale a reclamar «foul», lo que daña la respetabilidad
comercial que una empresa como PDVSA está en la obligación de cuidar,
tanto por ética de negocios como por imperativo nacional.

Y no es que Exxon tenga demostrada razón. Eso está por verse en el
procedimiento arbitral, aunque el hecho de haberse acordado la medida
indica que a criterio de los jueces los alegatos de la transnacional
pueden ser contundentes. Se trata de que con ello se establece un
precedente que no le hace ningún beneficio a PDVSA. Por el contrario, la
coloca en una lista en la que ninguna empresa seria del mundo quiere
estar, y menos cuando el mercado petrolero no se caracteriza por la
tranquilidad, sino que la competencia entre actores es casi que «a
cuchillo», es decir, agresiva, despiadada y con astucia, aunque
respetando el marco de lo legal, fuera del cual las perspectivas de las
corporaciones y de los gerentes responsables son sombrías.

PDVSA es una empresa que por su ramo de negocios está metida en un mundo
globalizado y extremadamente competido. Descuidar las vulnerabilidades
propias, que toda empresa de ese calibre tiene, es darle espacio a
iniciativas de otras empresas que no desprecian oportunidad de debilitar
a sus competidoras ni de ganar puntos de mercado cuando las
circunstancias lo permiten. Lo que queda en evidencia incontestable en
este momento es que la dirigencia de la empresa venezolana ha descuidado
estas facetas críticas del negocio, bien por negligencia, que es
imperdonable, bien por designio que todavía es más grave.

Y en este difícil juego mundial, Exxon no es sino uno de muchos actores
empresariales de gran poder, incluso sin considerar a gobiernos que
puedan ver afectados son intereses energéticos en las difíciles
circunstancias que representa la escasez relativa del recurso petrolero.

En el plano de esa competencia comercial, la retórica es de poca
utilidad, y lo que cuenta es el cumplimiento de los acuerdos y las
iniciativas que busquen tener contrajuego efectivo que disuadan dentro
de los razonable las agresiones competitivas de los demás y contribuyan
a rutas de desarrollo interno dentro del plano mundial.

Es evidente que Exxon ha juzgado que el contrajuego capaz de ser
desplegado por PDVSA en ese tablero mundial es insuficiente para
considerarlo disuasivo de las acciones que ha emprendido. Lo cual envía
un mensaje potencialmente muy pernicioso sobre otras vulnerabilidades de
la empresa nacional que pueden quedar al descubierto para la totalidad
de los competidores globales, e incluso para otros gobiernos. Ninguna de
estas implicaciones favorece al país, a pesar que el ministro-presidente
exprese desestimarlas por infinitesimales.

Lo cual focaliza todo el asunto en una responsabilidad de Estado, que
involucra a 100% la seguridad económica del país, así como las
derivaciones que de fallas graves en este aspecto implican a todos los
ámbitos medulares de la vida nacional.

Porque detrás del embargo exxoniano están presentes muchos otros
factores determinantes de los acontecimientos, que exceden las supuestas
y no imposibles conspiraciones externas contra una revolución que daña a
propios y a extraños, a aliados y adversarios, al bolsillo propio y al
ajeno. Están presentes los factores endógenos, los puestos en movimiento
por un liderazgo que irresponsablemente ha venido metiendo poco a poco
al país en un callejón, en una vereda que no lleva a ninguna parte que
no sea aumentar las vulnerabilidades nacionales frente a lo que es un
reñido escenario de competencia con otras naciones cercanas y lejanas, y
no solamente con empresas como Exxon.

Defender a PDVSA no es una cuestión de patrioterismo palurdo, ni de
expresiones emotivas exaltadoras del gentilicio. Es una tarea del día a
día, desde los campos de exploración y producción en tierra venezolana,
hasta las inversiones y actividades comerciales desplegadas en buena
parte del hemisferio occidental. Y esta tarea fundamental es
responsabilidad directa de los dirigentes de su estructura interna, bajo
el control de los órganos del Estado que cuidan su interés como
representantes de los dueños constitucionales del recurso en el subsuelo
que es el pueblo. El decaimiento de las operaciones de la industria,
incluyendo capacidad de producción, refinación e inversión, que viene
siendo alertado desde hace varios años, es por supuesto una parte de las
vulnerabilidades crecientes que le interesan primordialmente al país.

Pero el mal manejo de sus relaciones contractuales y comerciales con
otras empresas de esta y otras latitudes, no por ser de otra naturaleza
deja de ser una vulnerabilidad añadida o menos importante, que comienza
a ser asediada por esos mismos actores, frente a la cual esos jefes
deben asumir responsabilidad y pagar las consecuencias, en vez de estar
demandando apoyos que nunca solicitaron o siquiera consideraron al tomar
decisiones de enorme trascendencia para todos.

Si es verdad que PDVSA está en la mira de competidores que buscan
aprovechar sus debilidades operativas, institucionales, comerciales o
legales, para obtener ventajas transitorias o no en el juego global, las
noticias pueden terminar siendo más graves que las conocidas hasta el
momento. Hay que defender a PDVSA, eso es indiscutible. El problema para
el país es que los responsables de hacerlo, lo que tienen el poder,
están más entretenidos en otros menesteres y han sido determinantes en
la formación de los problemas que se enfrentan aquí adentro en muchos
órdenes, aunque el petrolero sea de los más visibles y cruciales. Y
cuando los intereses del país no están en buenas manos, el asunto
adquiere características terribles de dramatismo para todos los que
estamos involucrados en el destino de esta tierra.

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