Economía

Petróleo para largo rato

Sin la energía moderna, la civilización occidental literalmente se paralizaría. Nuestros refrigeradores no funcionarían, no existirían los automóviles, habría que leer a la luz de las velas y habría que quemar madera para cocinar y calentarse, entre muchas otras restricciones. Retrocederíamos a una vida determinada por tecnologías de mediados del siglo XIX.

Un idealista extremista podría insistir en que la vida era mejor en aquellos tiempos. Un idealista menos extremista podría argumentar que los hidrocarburos no son necesarios y que con una apropiada actitud social y política, el mundo puede cambiarse a utilizar fuentes alternas de energía.

Establece el argumento que si pudiéramos despojarnos de la «adicción» al petróleo, el gas y el carbón, podríamos de un solo golpe limpiar nuestro ambiente, comprometiéndonos de todo corazón con el uso de fuentes renovables de energía limpia, viento, mareas, hídrica, solar y geotérmica, para atender todas las necesidades presentes y futuras. Pero la probabilidad de que eso ocurra es nula.

Que el uso de energía promueve riqueza y bienestar, es un asunto axiomático. La reiterada demonización de Estados Unidos por ser el mayor consumidor de energía en el mundo (25% del total), no es más que una manipulación.

Para construir el argumento, se distorsiona y se invierte la relación causa-efecto, con la falacia de que el consumo de energía de Estados Unidos es el resultado de su riqueza, cuando en realidad es la causa de su riqueza. Interiorizar esta realidad es de vital importancia, especialmente a la luz de las constantes afirmaciones acerca de que es imperativo reducir el consumo de energía, cuando el derecho y la aspiración normal de cualquier país luchando por modernizarse, es la promoción de riqueza, bienestar y prosperidad para su población. Para lograrlo, esas naciones sin lugar a dudas deberán aumentar su consumo energético. Después de todo, ¿acaso no es la mejora sostenida del estándar de vida y mayor prosperidad, la meta de toda familia de bien y en definitiva de toda nación? Es necesario aclarar que nadie puede ni debe estar en contra de proteger el ambiente, pero el ambiente ha sido utilizado para politizar el progreso económico.

El ambientalismo se ha convertido en la religión de los no religiosos. En palabras del desaparecido novelista y hombre de ciencia, Michael Chricton: «Una de las religiones más poderosas en el mundo occidental es el ambientalismo. El ambientalismo se ha convertido en la religión predilecta de los ateos urbanos».

No es de extrañar que la mayoría de los dirigentes estadounidenses provenga de élites de clase social alta o alta-media, artistas y celebridades que nada tienen que ver con el hombre común de la calle, aunque presumen de hablar en su nombre.

La mayoría de los ambientalistas proviene de las filas de movimientos socialistas o antiestablecimiento de los años sesenta y setenta.

Pero veamos la real situación de hoy. El mundo consume cerca de 218 millones de barriles de petróleo equivalente por día. De ese total, 40% corresponde a petróleo, 24% a carbón, y 23% a gas natural. Del 13% restante, la energía nuclear proporciona 6% y la hidroelectricidad 3%.

Eso quiere decir, que todas las demás fuentes juntas representan apenas 4%.

La conclusión salta a la vista: los combustibles fósiles continuarán dominando la escena por muchos años.

Esta conclusión cobra más fuerza por la rigidez del sector de transporte, en el cual el petróleo es prácticamente insustituible.

En conclusión, resulta irresponsable plantear la extinción del petróleo como fuente de energía, y la disyuntiva de hacer un cambio excluyente para dedicarse a energía «verde», primero porque no es posible, pero más importante, porque constituye una invitación implícita a rechazar los fósiles, lo cual implica descuidar la importancia de quemarlos limpiamente y de operarlos con la máxima seguridad para evitar deterioro del ambiente.

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