Economía

Sepa porqué la Economía Capitalista sí sirve

La economía descubierta por el pensador escocés Adam Smith—no inventada, como hizo Karl Marx con la suya—es fácil de entender usando un simple ejemplo: Un campesino—o terrateniente—merideño; siembra de papas, una micro parcela o una gran extensión de tierra.

Pero primero; por supuesto, tiene que comprar la semilla, para lo cual necesita un préstamo de un banco, que le permita no sólo adquirir las semillas que necesita, sino también los fertilizantes, herbicidas, insecticidas, fungicidas, y otros pesticidas para combatir—por ejemplo—a ratas, topos, y otras alimañas que ponen en peligro su futura cosecha; le permita además alquilar o comprar las maquinarias y herramientas agrícolas que necesitará para preparar la tierra, sembrar, cuidar la cosecha en crecimiento y finalmente cosechar su tierra y almacenarla hasta el momento de la venta (por ejemplo, un tractor dotado de herramientas, para arar, distribuir fertilizantes, sembrar, fumigar, cosechar, etc.)—y un préstamo bancario que además le permita—mientras pasan los meses hasta que llega el momento de vender su cosecha—cubrir sus necesidades familiares (alimentación, vestuario, alquiler, medicinas, matrícula y útiles escolares, transporte—y si tiene carro propio, necesita para gasolina, aceite, liga de frenos, cauchos, etc.—agua potable, electricidad, gas doméstico, teléfono, internet, etc.).

Eso lo logra el agricultor, dándole garantías al banco de que le devolverá el dinero que solicita en préstamo (el capital) más los intereses pactados (ganancia razonable del banco); al presentarle a los banqueros un proyecto de siembra y de venta de la posible cosecha; que sea hallado por los analistas de riesgos del banco, especializados en el área agropecuaria, como viable y rentable, y respaldando su palabra y su proyecto agrícola, mediante la constitución de una hipoteca sobre los bienes que posea el agricultor (tierras, viviendas, posible cosecha; etc.) o mediante el compromiso escrito de fiadores—en caso de que el agricultor no posea bienes propios hipotecables—que se comprometan con el banco a pagarle su dinero en caso de que el agricultor—por alguna causa de fuerza mayor o cualquier otra—no pueda pagar el dinero que el banco le prestó. Es decir, es un riesgo mercantil que asumen por igual tanto el agricultor (o los fiadores) como el banco. Se crea así una sociedad productiva, donde el banco aporta su bien más valioso: su dinero; y el agricultor sus bienes más valiosos: su fuerza de trabajo y su conocimiento experto sobre la agricultura de la papa.

Supongamos que con todos esos gastos en los cuales debe incurrir el agricultor—debido a su altísima y eficientísima productividad—éste logra producir en su tierra cada kilo de papas, a un costo de 100 bolívares—al cual le suma 25 bolívares como un razonable margen de ganancia—es decir, que luego de pagarle al banquero el capital y los intereses del préstamo, y haber cancelado todos los otros gastos (tractor, fertilizantes, pesticidas, y gastos familiares; impuestos nacionales, estadales y municipales; etc., el agricultor logra producir riqueza: no sólo la cosecha que vende, sino el capital conformado por los 25 bolívares que se gana por cada kilo de papas que produjo y vendió.

Esto crea dos extensas espirales de riqueza: La primera espiral de riqueza es el dinero que la venta de las papas, le producen, no sólo al agricultor y al banquero que concedió el préstamo, sino también a los camioneros que le compran la cosecha al agricultor (campesino o terrateniente), al vendérsela a un mayor precio a los comerciantes mayoristas; quienes a su vez se la venden a un mayor precio a los hipermercados, supermercados, abastos, bodegas, tarantines y buhoneros, quienes finalmente le venden esas papas a un mayor precio, al consumidor final: el ama de casa. También esas mismas papas le producen dinero, a los vendedores de semillas de papa, tractores, fertilizantes, pesticidas, y a quienes venden los bienes y servicios que el agricultor consume para mantener a su familia mientras vende su cosecha. Y la segunda espiral de riqueza, aparece cuando todos los arriba mencionados gastan ese dinero en cortes de cabello, refrescos, entradas para el béisbol, cohetes para explotarlos el 24 de diciembre en la noche, pintura de labios, y otra miríada de cosas que se venden en los mercados de toda sociedad—y los vendedores de estos últimos productos y servicios; a su vez, gastan ese dinero en otras cosas.

El agricultor; con la ganancia que le produjo su cosecha—hasta podría—enviar a su hija que acaba de terminar el bachillerato, a Shangai, China a estudiar el lenguaje de moda: mandarín— ó a Oxford o Miami, a aprender inglés, o a Río de Janeiro a aprender portugués, y después quizás nanotecnología.

Esta asociación productiva entre el agricultor y el banquero—y la cadena de comercialización que va desde el agricultor hasta el ama de casa, provocan que el precio del kilo de papas se incremente considerablemente—desde los 125 Bs./Kg. que el agricultor le cobró al camionero, hasta unos posibles 1000 Bs./Kg. (un incremento de 700 %) que el bodeguero el cobra al ama de casa.

Sin embargo, en una economía capitalista, ese no es ningún problema, porque…

Primero la misma asociación productiva que constituyen un agricultor y un banquero, puede constituirse para todos y cada uno de los miles de millones de posibles productos y servicios que pueden ser producidos—desde calcomanías del hombre araña—o del Che Guevara—biodegradables e hipoalergénicas; que se incluyen como “premio” en las barras de chocolate o cajas de cereal, para que los niños le exijan a sus mamás que les compren esa específica marca de chocolate o cereal; pasando por la inauguración de un atelier esotérico de un gurú experto en limpieza de aura, hasta quizás una micro-planta hidroeléctrica que funcione en el balcón de cada apartamento con agua de lluvia para producir electricidad, ó unas píldoras que puedan convertir el agua de los ríos Guaire y Cabriales en perfectamente potables.

Porque todo el que quiera—incluyendo a las amas de casa—pueden producir suficiente riqueza como para pagar Bs. 1000 por cada kilogramo de papas, si se empeñan seriamente en ello—y como verán abajo—la “mano invisible” de la economía capitalista o del libre mercado, presiona constantemente para que baje el precio del kilo de papas—y de todo otro producto o servicio que se venda.

Segundo, cómo para que esto suceda sólo se requieren tres cosas: ingenio, conocimiento y ganas de trabajar, la inmensísima mayoría de todos los habitantes de cualquier país, está capacitada para producir cualquier producto sobre el cual ella, tenga conocimiento experto, por lo que en toda economía capitalista, no existe un solo agricultor o un solo fabricante de calcomanías biodegradables e hipoalergénicas del hombre araña, sino—potencialmente—centenares, miles o millones, quienes al competir ferozmente entre ellos por captar el dinero de sus potenciales clientes, producen lo que el ama de casa añora: alta calidad a bajos precios.

Un simple ejemplo lo ilustra: Dos niñitas de 10 años de edad—vecinas una de la otra en la misma cuadra de un barrio—deciden colocar en la acera frente a sus casas, sendos tarantines para vender guarapo de papelón helado—y coincidencialmente, ambas (después de calcular sus costos y determinar su ganancia razonable), fijan el precio del vaso de guarapo, en 150 bolívares. En pocos días, una de las niñitas se da cuenta que aunque el producto que ambas venden es idéntico, su competidora—quien posee una hermosa cabellera azabache y una adorable sonrisa de las cuales ella carece—se está llevando todos “sus” clientes, y por ello escribe con un marcador en una gran cartulina: “Vaso de Guarapo a Bs. 120”—20% más barato que el guarapo de su competidora—y al poco tiempo muestra en su rostro, una sonrisa de oreja a oreja, al ver—que con esta táctica comercial—no sólo recuperó sus clientes perdidos, sino que le está robando los clientes a su competidora; la cual, viendo a su negocio amenazado por la bancarrota, también reduce su precio hasta 120 bolívares, logrando recuperar el “dominio del mercado” de guarapo de papelón helado de la cuadra. Esta guerra de precios continúa hasta que ninguna de las dos puede bajar su precio más allá de 100 bolívares el vaso, porque les sería imposible cubrir sus costos de producción y obtener ganancias, por lo que la que inició la guerra de precios—viéndose regresar a la situación de estar acorralada por (1) un producto que no se diferencia del de la competencia y (2) la ventaja infranqueable de la hermosa cabellera azabache y la adorable sonrisa de su competidora, decide usar el colorante para tortas de su mamá, y colocar otro letrero: “Vaso de Guarapo de Papelón ROSADO a Bs. 100”… “No sólo sabe mejor que el marrón sino que es más bonito”…. Así los clientes—sin siquiera enterarse de la feroz guerra comercial en progreso—obtienen lo que quieren: alta calidad a bajos precios.

Existe además algo muy importante en esta dinámica de la economía de libre mercado: los gobiernos no tienen necesidad de crear instituciones a cargo de planificar qué es lo que debe producirse, dónde y en cuáles cantidades; tampoco de fijar los precios por decreto, y mucho menos de contratar a miles y miles de personas para que estén recorriendo constantemente todos los comercios para vigilar los precios; porque todo eso ocurre automáticamente, debido a que dondequiera que exista la necesidad de un producto, existirán muchas personas dispuestas a producirlos y comercializarlos para obtener una ganancia.

Adicionalmente, como la economía de libre mercado no elimina la «ganancia razonable» que obtiene cada productor en cada escalón de la cadena de comercialización de todos y cada uno de los millones de diferentes productos y servicios que se compran y se venden en los mercados, los gobiernos municipales, estadales y el gobierno nacional, ven llenar sus arcas a medida que cobran el impuesto al valor agregado (IVA), así como el impuesto sobre la renta, y otros tipos de impuestos, tasas y tarifas—chorro de dinero que sumado al gigantesco ahorro de dinero que logran los gobiernos al no tener que contratar un gigantesco ejército de fiscales del INDECU, laborales, y de otros tipos, les permite hacer grandes inversiones en el mantenimiento de viaductos; en la recuperación de estados arrasados por deslaves, en el mantenimiento de trochas, caminos, carreteras viejas y autopistas; en la construcción de proyectos habitacionales (de viviendas para alquilar o comprar) específicamente destinados a cubrir las necesidades de familias de escasos recursos, en la construcción, mantenimiento, y equipamiento de hospitales y módulos de salud en los barrios y urbanizaciones, en la construcción, equipamiento y mantenimiento del albergues para niños de la calle, indigentes, adictos al alcohol y a las drogas ilícitas, y hasta para financiar las ideas que tengan los militares—para que en vez de depender de tecnologías extranjeras—puedan fabricar ellos mismos sus propios sistemas de armas—creando con esa constante inversión, millones y millones de nuevos empleos, para personas que también pagarán impuestos, creando otra adicional espiral de producción de riqueza—y no de pobreza, como las que crea la «economía» marxista.

La corrupción—que siempre existirá—como nos enseñó Jean Jacques Rousseau al decir: “El hombre es malo y la sociedad lo corrige”; y mucho antes que él; Diógenes, quien 300 años antes de Cristo, recorría las calles de Atenas a pleno mediodía alumbrando a las personas con una linterna encendida, respondía cuando le inquirían del porqué de su extraño comportamiento: “Estoy buscando un hombre honrado”, se ve minimizada, al minimizarse la burocracia, y la necesidad de permisos, patentes, certificaciones; etc., con los cuales los corruptos podrían extorsionar a las asociaciones productivas, ya que siempre está presente la “mano invisible del mercado”, especialmente en la forma de una feroz competencia y en la forma del egoísmo y el afán de lucro de los productores y comerciantes, que hacen que cada defecto de producción, competencia desleal, abuso o estafa a los consumidores, sea mucho más fácil y rápidamente detectado, y denunciado masivamente por los medios de comunicación; mediante el ejercicio de los derechos a la libertad de información y de libre expresión del pensamiento, ante cuales hechos, las autoridades gubernamentales y judiciales, se ven obligadas a actuar, luego de haberle ahorrado a quienes pagan impuestos, las ingentes cantidades de dinero que hubiesen sido necesarias para mantener a los ejércitos de fiscales de la burocracia gubernamental; y para—en vez de acogotar a las asociaciones productivas con mandatos gubernamentales—encargarse de vigilar que cada individuo sano y capacitado, pueda producir riqueza abundantemente al vivir en plena libertad ECONÓMICA.

¿Luce maravilloso verdad?. Sin embargo, si los ciudadanos no saben elegir—o no pueden, porque gánsters políticos implementan fraudes electorales—automatizados o manuales, los corruptos—que siempre existirán—se apoderarán del poder político, y siempre mentirán diciendo que el capitalismo y el libre mercado son «demonios que deben combatirse» para que el “papá Estado”, “cuide amorosamente al pueblo”, cuando en realidad, ellos sólo quieren apropiarse indebidamente de la riqueza de la nación, para financiar sus ambiciones y proyectos personales—como; por ejemplo, financiar las camapañas políticas de sus camaradas marxistas en otros países.

Y contrariamente a las mentiras marxistas sobre la “producción endógena”, ningún banco bien administrado arriesgaría su recurso más valioso: su dinero, si el agricultor—o cualquier otro individuo emprendedor—le presenta al banco como “garantía”, un “certificado de ocupante de la tierra” que no le confiere propiedad sobre ella, impidiendo que se conforme la asociación productiva mencionada arriba, y en consecuencia no sea posible producir riqueza en la forma antes descrita, generalizando y agravando la situación de pobreza a medida que aumenta el número de habitantes de una nación.

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