Economía

Socialismo y Tragedia

El régimen busca imponerle un modo de vida al país, con más desparpajo y
en más numerosos terrenos que lo demostrado hasta antes del sufragio del
3-D pasado. A ese otro modo de vida lo llaman «socialismo», usurpando
una denominación que distingue a partidos políticos serios de este y
otros continentes, pero sigue sin definirlo, escondiendo todavía la
verdadera intención de imponer un sistema ni democrático ni plural.

Con el cuento de que la democracia y el capitalismo son la culpa de los
males del país, busca convencer a la gente en favor del socialismo y el
gobierno personal. La verdad es que el desarrollo que traía Venezuela en
décadas pasadas, se interrumpió por falta de más democracia y de más
capitalismo. Lo cual en el fondo constituye una tautología, porque el
desarrollo es precisamente eso: más democracia y más capitalismo, al
menos mientras se alcanzan etapas históricas superiores muy distantes en
el tiempo de nuestra Venezuela actual.

De hecho, partidos y políticos tradicionales, con pocas excepciones,
perdieron la confianza de la ciudadanía por falta de más democracia,
mientras que empresarios y empresas no se multiplicaron por falta de más
capitalismo.

Para colmo de males, la renta petrolera fue insuficiente y el sistema no
pudo resolver las consecuentes dificultades financieras; la verdad es
que incluso tratando de hacer lo mejor posible, la vieja dirigencia se
limitó en la mayoría de los casos a poner parches en una estructura muy
dañada, y a defender posiciones privilegiadas en la estratificación
social. Lo que vino después es historia conocida.

El planteamiento del régimen no es de desarrollo, sino de acaparamiento
por parte del Ejecutivo tanto de los poderes políticos como de los
recursos económicos de la Nación. El gran acaparador es el Estado, en
dimensiones inimaginables hasta hace poco. Y esta monopolización del
poder y la riqueza es el verdadero planteamiento estratégico del
régimen. A esto le ha querido poner la etiqueta socialista, insultando
la inteligencia de los socialistas modernos y ofreciendo estímulos a los
socialistas primitivos que todavía existen en el mundo, así como a
gobernantes que por intereses concretos conviene que Venezuela encuentre
dificultades crecientes con los EE.UU. y muchos otros miembros de la
comunidad internacional en el juego geopolítico.

Aparte de ser una propuesta pre-moderna, contraria al sentido de la
evolución universal, de la justicia social internacional y de los
compromisos propios de un país con cierto estatuto en la comunidad
internacional, como sistema de producción, distribución y crecimiento
está condenado por anticipado al fracaso.

Los problemas que vienen aflorando en la coyuntura monetaria, como la
inflación y el alza del dólar paralelo, son los primeros signos de las
contradicciones acumuladas en lo profundo de la estructura económica,
tanto por cambios progresivos en las reglas institucionales abiertamente
adversos a la iniciativa privada y a la economía de mercado, como por
una mezcla explosiva de políticas macroeconómicas que privilegian el
desorden administrativo, el dispendio y la dependencia petrolera. De
esta manera, se desechan importantes factores de producción, incluyendo
el talento, la capacidad innovadora y el capital individual, se
anarquiza el mercado laboral, y el aparato estatal asume compromisos que
no está en capacidad de cumplir.

El país, en medio de sus conflictos internos y externos, ha vivido
varios años seguidos en una luna de miel financiera que voló sobre la
alfombra mágica de crecientes precios del petróleo en el mercado
internacional. Pero la luna de miel está dando muestras de terminarse,
porque de aquí en adelante el crecimiento bajará, los precios internos
subirán más rápido, los excedentes se agotarán, la industria petrolera
enfrentará dificultades crecientes para sostener o elevar producción, y
las demandas sociales infladas por la retórica populista no encontrarán
respuestas que sean cónsonas con una perspectiva eventual de
recuperación de la inversión y de la sensatez fiscal.

Es obvio que el gobierno quiere proteger su popularidad y mantener
viabilidad económica. Pero estos objetivos se presentan como
crecientemente antagónicos en el marco de su planteamiento de economía
política. En el plano conceptual incurre en inconsistencias gravísimas
como la de rebajar las recaudaciones de IVA con fines
antiinflacionarios, o agrandar los cupos de divisas para personas
naturales por tarjetas de crédito y viajes con el fin de bajar las
presiones en el mercado paralelo de divisas en el contexto de una oferta
monetaria que supera en más de $ 20.000 millones a la demanda de dinero.

En la dimensión más política de las cuentas fiscales, los déficit de la
industria petrolera no pueden ser ya más maquillados sin provocar
repercusiones negativas en los mercados financieros y hasta en los
traders del hidrocarburo, las disponibilidades de divisas se agotan
pagando expropiaciones caprichosas de importantes intereses privados y
practicando «cooperación» financiera internacional más allá de los
límites de la elemental conveniencia del país. La informalidad
burocrática que se creó alrededor de la noción nebulosa de las misiones
ya va dejando las primeras ruinas en lo que alguna vez fueron
instalaciones que levantaron el fervor popular. Y el dinero del gobierno
comienza notoriamente a no alcanzar para todo.

Y es que la bonanza fiscal generada por los ingresos petroleros y no
petroleros, por el frenético endeudamiento de los años recientes y el
asalto al capital del ahora ex-Banco Central, no significó nunca
abundancia permanente. Por el contrario, manejada con criterios
esencialmente antieconómicos, en lo que respecta al cuidado de la fuente
y el control de la eficiencia de los usos, la escasez real de bienes y
servicios comienza a convivir con la abundancia aparente de recursos
fiscales y monetarios, lo cual obligatoriamente lleva al alza
generalizada de precios y al progresivo colapso de las perspectivas de
crecimiento en la producción y el empleo.

Nuevamente hace falta una rectificación profunda de las políticas
institucionales y cuantitativas en materia económica. Pero un régimen
sin intención democrática, dominado además por una noción rudimentaria
de aspiraciones socialistas, está en pobres condiciones para corregirse
a sí mismo y replantear una propuesta nacional de desarrollo.

Drama para la población o, paradodiando a Gallegos, para una raza buena
que ama, sufre y espera.

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