Economía

TLC: todas las confusiones

Demasiadas confusiones reinan a propósito de los Tratados de Libre Comercio (TLC) cuya firma el Gobierno de EEUU promueve con otros Gobiernos del mundo.

Manifestaciones y marchas de protesta contra el TLC organizan las izquierdas, en toda Latinoamérica, y la gente se moviliza y va a la calle con pancartas y cartelones contra el TLC. Sin tener mucha idea de qué tratan, esa gente cree que los TLC favorecen el libre comercio, y por eso se opone. Otras personas -muy pocas- tampoco tienen idea clara del asunto, pero defienden los TLC por la misma razón que las izquierdas los atacan: presumen que son de libre comercio.

Ambas partes están equivocadas: los TLC no promueven el libre comercio. Aunque el comercio libre es algo muy pero muy bueno, y nadie debería oponerse.

Si un Gobierno quiere libre comercio, no tiene que firmar ningún tratado: le bastaría con decretar la abolición inmediata de todas las tarifas o aranceles contra las importaciones, y asimismo de los derechos antidumping, cuotas y otras barreras “proteccionistas”, privilegios que protegen de forma injusta a los productores ineficientes de la competencia extranjera, perjudicando gravemente de ese modo a los consumidores. No haría falta firmar nada más.

Y para que la medida de ese hipotético Gobierno pro-libre comercio fuese justa del todo -para los productores también y no sólo para los consumidores-, debería complementarse necesariamente con la abolición de las regulaciones, que impiden crear riqueza en abundancia; y también con la reducción drástica de los impuestos excesivos, con los cuales el Estado se traga buena parte de la escasa riqueza que a los particulares se nos permite crear. De ese modo, los productores podríamos tener costos muy por debajo de los actuales, y así competir con los artículos y rubros de importación, sin la notoria desventaja que ahora padecemos, resultado de las entorpecedoras regulaciones y de los super-impuestos.

El Dr. Rigoberto Stewart es un economista de Costa Rica. Muy liberal, muy culto y muy lúcido, piensa muy lógico y escribe con gran claridad. Acaba de publicar su nuevo libro “La Magia y el Misterio del Comercio”, editado por el INLAP, organización que preside, el Instituto para la Libertad y el Análisis de Políticas ((%=Link(«http://www.inlap.org»,»www.inlap.org»)%)). Ese libro desmonta una a una las falacias proteccionistas y anticomerciales, desnuda los engaños de los TLC, y despeja las confusiones que plagan la discusión, producto de la ignorancia y los prejuicios.

¿Decretan el libre comercio los TLC? No, en absoluto. Prometen liberalizar el comercio de ciertos y determinados artículos económicos -no todos, ni siquiera la mayoría- muy gradualmente, para dentro de 5, 10, 15 y a veces 20 y 25 años … Y las largas listas de rubros sujetos a excepciones y “productos sensibles” en la práctica significa borrar con el codo lo que se ha escrito con la mano.

Explica Rigoberto Stewart que el comercio libre y voluntario es mágico de muchas maneras. Primero, multiplica la productividad de los recursos. Cuando un agricultor latinoamericano produce arroz, obtiene más o menos unos 4 tm/ha. Pero cuando cultiva aguacates, obtiene hasta 48 o 50 tm./ha. o más, y los vende mediante la exportación a EEUU, y compra en ese país el arroz barato, multiplica por más de 12 veces la productividad de sus recursos. Segundo, el comercio hace participar en el sistema económico incluso a individuos muy poco productivos, como es el caso de los discapacitados, con desventaja en la producción de casi todos los otros bienes y servicios, que pueden no obstante generar riqueza mediante la especialización en tareas menores y el intercambio comercial. Tercero, el comercio permite producciones imposibles de otra manera, p. ej. un latinoamericano puede tener salmón noruego, si cultiva buenos bananos, los vende en Noruega, y compra el salmón. El latinoamericano obtiene salmón, algo imposible sin el comercio. Y el pescador noruego puede satisfacer pedidos adicionales, elevando su giro productivo a la gran escala, y mejorando su nivel de vida notablemente. Los noruegos comen bananas.

Sin el comercio -especialización e intercambio-, el individuo estaría condenado a disfrutar sólo de sus propios inventos y los bienes que él mismo pudiera generar. Sin conocimientos de electricidad y electrónica, no podría disfrutar de nevera en la cocina, radio, TV. Aun si tuviera esos conocimientos, en autosuficiencia sería imposible la producción o el uso de esos artefactos. No podría gozar de grandes libros, ni del conocimiento y las genialidades de Pelé, Shakespeare, Bach; sin el comercio (compraventa o intercambio) le sería imposible a la gente disfrutar la belleza de esculturales modelos, actores, deportistas o cineastas, de la voz privilegiada de excelsos cantantes, de la pintura o el arte de verdaderos genios. Hoy, todo esto es posible gracias a la magia del comercio.

Además, el comercio no solo hace posible la creación de riqueza, sino su distribución en forma casi mágica. Ningún otro sistema ni ente -menos un Gobierno- puede lograr una distribución de riqueza tan justa y equitativa como el libre intercambio de bienes y servicios entre los seres humanos. Bill Gates sólo se apropia del 1 % o menos de la riqueza que sus inventos le permiten a los demás generar. Y el 99 % queda distribuido en el mundo.

Esta forma de compartir la riqueza alcanza su máxima expresión cuando todos los individuos pueden actuar en libertad. En la medida que intervienen los Gobiernos para restringir el comercio, las ganancias disminuyen y la repartición se hace más desigual; especialmente cuando la intervención se hace con el expreso propósito de “mejorar la distribución de riqueza”, lo cual es una evidente falacia.

De todas las ventajas del comercio nos privan los Gobiernos, interfiriendo en su libre curso normal. Pero cuando lo hacen a través de instrumentos intervensionistas bajo la engañosa etiqueta de “Tratados de Libre Comercio”, añaden el insulto al perjuicio.

Hay muchas confusiones que despejar, ¿no le parece?

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