Economía

Un penúltimo round monetario

(%=Image(4041394,»L»)%) Desde hace tiempo el gobierno le quería poner la mano a las reservas delBanco Central. Primero lo obligó a transferirle mil millones de dólares,
que no hacían falta por la bonanza petrolera. Luego inventó el artificio
de reservas excedentarias, para rasparle un tercio de sus reservas,
destinadas al inefable Fonden, en medio de una bonanza petrolera aún
mayor. Ahora propone abandonar los artificios, que suponen todavía un
último hálito de autonomía. Con el cambio de constitución, la autonomía
se acaba y punto, y el jefe del gobierno decide sobre el destino y
administración de las reservas.

Evidentemente, este planteamiento es un exabrupto para cualquier
economía moderna, donde la autonomía del ente emisor frente al gobierno
es una garantía ciudadana contra políticas fiscales deficitarias, que
generan inflación, arruinan a las mayorías, y descalabran el objetivo
mayor de todo banco central que se respete. Pero el gobierno hace tiempo
ha dejado ver con claridad que no quiere una economía con instituciones
modernas. Más prefiere el manejo arcaico del sistema económico, entre
otras razones porque seguramente lo entiende mejor desde su óptica de
manejo político y directo de todas las variables que juegan en la vida
social, y no solamente las económicas.

La consecuencia inevitable de estos excesos monetarios, más los nuevos
que vendrán, será inflación en ascenso y ruinosa. Aún así, dentro de la
visión del gobierno este efecto será un asunto transitorio, en su escala
de valores, y hasta menor en la perspectiva del cambio socialista
autoritario que se planea imponer. El combate a la inflación, desde su
punto de vista, seguirá siendo el uso de los controles de precios y las
importaciones masivas de bienes de consumo por parte del estado, esquema
en el cual el comercio privado cumple un papel de distribuidor a cambio
de un margen impuesto por las burocracias correspondientes, y los
sectores productivos quedan condenados a la quiebra.

Este planteamiento forma parte de la transición, porque tal como se ha
venido diciendo desde hace años, la visión socialista no tiene en sus
planes el mantenimiento de los niveles de consumo alcanzados, porque
lógicamente anticipa que no habrá suficiente dinero para ello en el
futuro. Al contrario, esta visión excluye de la canasta de consumo
permitida desde las barbies hasta los automóviles, desde el trigo
importado hasta la televisión de enlatados extranjeros, y cualquier otro
rubro de consumo que desde las alturas del poder se considere superfluo
para «el colectivo». En un ambiente como ese, la inflación que escondida
como consecuencia de la desaparición del mercado y de los bienes, así
como de los precios libres. En socialismo, como se ha visto en otras
partes, no hay inflación sino escasez crónica de bienes y servicios de
todo tipo, lujosos o esenciales, para las inmensas mayorías que no
queden dentro de la jerarquía autocrática.

En un entorno como este, será absolutamente irrelevante que exista
exceso de oferta monetaria. La gente guarda en gavetas los billetes que
no puede usar porque no encuentra qué comprar, y los precios no suben
porque la policía no lo permite. Hace años, para dar un ejemplo, en la
antigua URSS, a los turistas europeos se les ofrecía, por ciudadanos
rusos atrevidos, comprar por 400 rublos un blue-jean usado, porque para
ellos era imposible encontrar de otra forma algo parecido en su país,
cuando la tasa oficial de cambio era una unidad de rublo por 1,5 dólar
americano. Es decir, $600 por un blue-jean que costaba en la época menos
de $35. La inflación, en esos espacios ajenos a uno, se registra en los
mercados negros, que como son prohibidos no existen oficialmente, así
como tampoco la escasez, de la cual ni se hace mención en las noticias y
menos en las estadísticas.

Por supuesto, esto es solo una parte del panorama, porque en otros
ámbitos las experencias son tan amargas. La vivienda que se consiga es
donde el gobierno diga, lo mismo que el trabajo, o la vacación. Ni qué
hablar de protestar o mucho menos quejarse de un mal servicio. Lo que
aumenta en estos regímenes es el tamaño de los organismos de represión y
espionaje, única forma de mantener a la población «callada», y del
aparato militar, para prevenir la siempre alegada e imaginaria invasión
externa, cuyo utilidad real es reforzar a la represión policial en
calles y hogares.

Así que en esta perspectiva, hay cuestiones más importantes de qué
preocuparse, dentro de las cuales una deplorable política monetaria ni
siquiera puede llegar a adquirir dimensión más que de problema menor.

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