Apagón creciente
Este lunes 22 de julio Venezuela fue desenchufada desde la tarde hasta avanzada la noche. Una nueva caída de un sistema eléctrico demasiado victimizado por años, robado, esquilmado, dejado al garete. El gobierno, afectado él mismo por la falta de electricidad, esgrimió las excusas habituales culpando a otros y no a su propio descuido y corrupción. La oposición culpó al Gobierno. Los voceros de ambas partes se explayaron en explicaciones y responsabilidades.
Lo malo es que el apagón venezolano no es sólo eléctrico, que se nota más por las incomodidades, somos ciudadanos de un mundo eléctrico y cuando sorpresivamente desaparece esa energía la vida se nos transforma en caos, desconcierto y furia. El apagón venezolano es cultural y de actitudes.
Los ciudadanos, salvo en casos de guerras o de feroces alzamientos armados, no pueden quitarse de encima sus propias responsabilidades. A sus gobernantes los escogen los pueblos, pero son los gobernantes y sus gobiernos los que forman a los pueblos. Desde al menos mediados del siglo XX el Estado venezolano y sus sucesivas dirigencias han hecho de la educación un tema político, reduciendo así, salvo aisladas excepciones, el sentimiento nacional de participación, emprendimiento y exigencias lógicas.
Demasiado nos han hablado de la riqueza del país –riqueza que no creamos sino que recibimos como regalo de Dios y de la geología- y de la obligación de cada Gobierno de repartirla, una percepción política e ideológicamente interesada y distorsionadora. Por eso se ha creado una nación de herederos en espera y no de emprendedores en acción –siempre con las excepciones del caso que no hacen más que confirmar esta regla maldita.
Además de cambiar un gobierno que nació de esa Venezuela expectante, en lo que deberíamos pensar es una Venezuela con voluntad de reto personal. Para que el país pueda iluminarse de una vez por todas.
