El Editorial

La destrucción de los museos

En su afán de pasar todo por el triturador de la revolución, enceguecida por una interpretación dogmática de la ideología y un discurso demagógico y manipulador del pueblo, a la dirigencia cultural del Gobierno le dio ahora por exterminar los museos bajo el ardid o la sospecha de que eran espacios “elitescos”.

El argumento es del todo inverosímil. ¿Qué de elitesco tenía el Museo Jacobo Borges, un espacio abierto y plural en medio de la parroquia Sucre donde era posible el proceso de aprendizaje cultural y la tolerancia con distintas formas del arte, en conjunción con la comunidad circundante?

Los museos no son sino eso: dimensiones donde convergen las más diversas expresiones de una sociedad y dónde se hace posible la empatía con el valor de la creación humana.

Al contrario de lo que arguye el ministro Farruco Sesto, hoy los museos se han hecho más elitescos. Como lo precisó recientemente a El Universal Pablo Antillano, exdirector del Museo de Bellas Artes: “Los museos hoy tienen muchísimo menos público, el colectivo participa menos en su programación, ni los que trabajan ahí. Ni siquiera convocan a los artistas ni a los Consejos Comunales. La programación de los museos está concentrada en el Ministro de la Cultura y sus inmediatos colaboradores”.

Lo que ha pasado con el Jacobo Borges, hoy reducido a un refugio de damnificados, es no sólo triste sino criminal.  Marlene Mora, representante de la organización Procatia, lo lamentaba recientemente en declaración a El Nacional: «El museo no sólo dio a conocer a artistas, también se convirtió en un lugar con el que la comunidad podía contar. Fue allí donde se logró la salida del Retén de Catia; e igualmente sirvió para hacer un Aló, Presidente. Fue un sitio de reflexión donde la gente común decía cómo quería que fuera la parroquia, pero tanto al museo como al parque los mató la política«.

Si a la aniquilación de los museos se une lo que ha ocurrido con el resto de las instituciones culturales como el Teatro Teresa Carreño, el Museo de Arte Contemporáneo, el Ateneo de Caracas, no cabe la menor duda de que el panorama es desolador: la cultural convertida en un lastimoso collage de ruinas sobre las que el régimen intenta moldear una estética marxistoide que solo recubre su incapacidad y su populismo ramplón.

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