El Editorial

¿Qué nos pasa?

Es difícil describirle a un extranjero lo que sucede hoy en Venezuela. Damos la impresión de ser un país que no sabe dónde va, ni se pone de acuerdo sobre una fórmula viable para resolver sus múltiples crisis.

Lo peor es que desde cualquier ángulo político la solución se proyecta siempre fuera de nuestro país. Algunos piensan que el resultado será mejor si las elecciones de noviembre en EEUU las gana Biden o las gana Trump. Otros apuntan a un cambio en la política europea hacia Venezuela y apuestan que Borrell logrará matizar la posición. Mientras que varios están confiados en que ni Alemania ni Francia van a permitir que se reconozcan las «fraudulentas» elecciones del 6D. Otros siguen creyendo que a pesar de todas las negaciones terminará surgiendo, como “Deus ex machina”, alguna intervención foránea humanitaria.

Pero en lo que no aparece acuerdo alguno es en qué podemos hacer nosotros para enfrentar y resolver de una buena vez una situación que nos ha reducido a ser uno de los país más pobres del continente, disputando ese vergonzoso lugar con Nicaragua y Haití.

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Un comentario

  1. La confusión social y política es prueba de la incapacidad de los políticos sin escuela, y esto puede referirse a los legítimos de la Asamblea Nacional de rango constitucional y los sobrevenidos usurpadores.
    Se ha afirmado recientemente que hoy la capacidad de pensar entre los politólogos que dominan la disciplina científica atraviesa una severa crisis a pesar de una creciente presencia e institucionalidad científica y académica. La crisis está en la creación de conocimiento irrelevante, con fecha de caducidad, obsoleta, redundante, y su mayor parte en reflejar que tenemos modos e instituciones ya caducados. Así se ha definido esta crisis como «chatarrización de la ciencia política» o “muerte aparente en el pensar”.

    No tenemos por desgracia un pensamiento-político y económico capaz de prescribir conforme a lo que la sociología describe. Parece que la realidad nos supera, y es así en buena parte y no debe minusvalorarse. Llama la atención cómo el pensamiento administrativo del S XIX se adelantó a su realidad, y posteriormente en una parte la sociedad se conformó de acuerdo con sus postulados. O fueron profetas o buenos nutrientes para los políticos reformistas. Tal vez hoy exista un divorcio excesivo entre la ciencia y la política, so pena de que la ciencia actual sea inútil o irrelevante cualitativamente, no obstante su incremento cuantitativo. Cuanto más reticente sea un político a las innovaciones en favor al interés general, más necesario es un asesor capacitado en las habilidades propias del politólogo

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