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¿Cómo educar y por qué?

“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”.

Benjamín Franklin

 

En la actualidad, existe la opinión -muy generalizada- de que vivimos una época caracterizada por un gran número de problemas de conducta social, tanto en el seno de la familia, como en el ambiente escolar.

Niños y adolescentes presentan una cantidad elevada de problemas de conducta y tanto los padres como los maestros llegan a la conclusión (acertada la mayoría de las veces) de que no “saben cómo tratarlos”.

Debemos educar a los niños de manera de proporcionarles herramientas para que consigan un comportamiento adaptativo a su ambiente. Debemos planificar la educación y preguntarnos: ¿Qué queremos conseguir? ¿Cuál es nuestra meta? ¿Cómo lo logramos?

 

Conozcamos diferentes maneras de educar con los siguientes ejemplos:

 

“Tengo que ayudarla porque todavía es pequeña para peinarse sola”.

 

En este caso los padres no permiten a los hijos “ensayar” diversos tipos de comportamiento y piensan que… “El deber de los padres es EVITAR todo malestar o sufrimiento a sus hijos”.

Es una educación sobreprotectora fundamentada en la híper-responsabilidad y la culpa, que trae como consecuencia una gran inseguridad personal, despreocupación por su futuro, baja autoestima y retraso en los aprendizajes de autonomía.

 

“Cuando los demás se rían de ella, ya aprenderá a peinarse bien”.

 

Este caso presenta a unos padres que ignoran, no prestan atención, ni ofrecen guía y apoyo a los hijos, cuando éstos ensayan diversos tipos de comportamiento, piensan que cada uno tiene que aprender por sí mismo: la vida es la mejor escuela.

 

Es una educación inhibicionista fundamentada en la hipo-responsabilidad y la desculpabilizacion que trae como consecuencia una sensación de inseguridad y desamparo, ansiedad ante situaciones nuevas, poca iniciativa y la adquisición de hábitos inadecuados.

 

“¿Es que nunca vas a aprender a peinarte sola?”

 

Aquí encontramos que los padres única o principalmente, se fijan en los comportamientos inadecuados de sus hijos, castigándolos, mientras ignoran los adecuados y piensan que los niños tienen el deber de comportarse de modo apropiado.

 

Es una educación punitiva fundamentada en exigencias, intolerancia e incomprensión cuyas consecuencias serán la conducta basada en el temor al castigo, baja autoestima, resentimiento hacia los padres y una reacción de culpa y menosprecio a sí mismo ante los errores; las habilidades de autonomía personal no se consolidan como hábitos.

 

“¡Estupendo! Así, coge el peine como te enseñé. Ya estás terminando de peinarte”.

 

En este caso los padres permiten y facilitan a los hijos ensayar diversos tipos de comportamiento, excepto aquellos que pudieran producir un daño excesivo o un perjuicio irreparable y piensan que los niños necesitan guía y supervisión, pero tienen que aprender por las consecuencias de sus actos. Elogian su conducta, ignoran pequeños errores y corrigen las conductas de daño o perjuicio grave.

 

Esta educación es asertiva, fundamentada en el razonamiento, la tolerancia, la comprensión y en una responsabilidad equilibrada que traerá como consecuencias una gran seguridad personal, menor dependencia del medio, confianza en sus posibilidades, autoestima alta, gran iniciativa personal y un progreso en los aprendizajes de autonomía personal.

 

¿Es esto fácil? ¿Quién les ha dicho que la vida es fácil? Educar es una de las tareas más complejas que nos ha tocado realizar y nadie nace “aprendido”. Ensayemos con nuestros hijos, propongámonos hacerlo y hacerlo bien, aprendamos a oír a nuestros hijos, eduquemos con valores y principios que tanta falta nos hacen hoy en día.

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