Salud y Bienestar

Capítulo X – Incomunicación

– Tengo 32 años de edad y estoy felizmente casada. Soy madre de dos hijos, una niña de 15 y un varón de 14. En mi hogar no me falta nada. Pero soy una enferma alcohólica. Necesito, todos los días, para mantenerme equilibrada, tomarme media botella de ron.

Tengo que trabajar duramente en mi hogar. No tengo quien me ayude porque mi marido no gana lo bastante. Además vendo algunos artículos de la empresa en que él trabaja. Aún así no es suficiente.

Es posible que yo misma sea parte de mi problema. Soy una persona inquieta y desconforme. Necesito que en mi casa todo esté limpio y brillante, y que mis hijos se presenten impecables a todos lados. Mi marido dice que es demasiado, que tengo que aprender a descansar un poco.

Nos queremos mucho, pero no me entiende. Para él la vida es el trabajo, mirar televisión y jugar con los niños. Nunca me quiere acompañar a la Iglesia, ni le gusta permanecer junto a mi, charlando de las cosas del día.

Para el amor, eso sí, siempre está dispuesto. A mi el sexo no me interesa. Cuando converso con otras mujeres y veo lo que disfrutan, me da un poco de envidia pero igual me quedo conforme. No soy de aquellas que corren desesperadas detrás del placer sexual. Mi familia es muy católica, y mi madre me enseñó que el sexo es necesario para satisfacer al hombre, para tener hijos y par formar una familia. Según ella me enseñó y a ella le enseñaron, el placer sexual es para “esas”.

A mi me gustaría saber de que se trata, y alguna vez pensé en consultar un especialista, de los que ponen avisos en los periódicos. Pero no me atreví a pedírselo a mi marido. Es de la misma mentalidad de mi padre. No en vano los dos nacieron en Europa.

Pero siempre fui muy nerviosa y obsesiva por todas las cosas de la casa. Mi mamá estaba muy conforme conmigo y decía que yo era una mujer muy limpia y de mi hogar.

Nos casamos con el acuerdo de todo el mundo. Pero, a diferencia de otros de nuestros parientes, él no es ambicioso. Tenemos casa, una casita en la playa y un carro.

¿ Qué más quieres, me dice ?

En realidad yo quisiera un poco más de serenidad y de felicidad. Jamás diría que soy desgraciada, que me falta algo, y ni siquiera pienso en dejar a mi marido por nada del mundo. Adoro a mis hijos y soy muy feliz con ellos. Pero me mata esa ansiedad, que data desde mi adolescencia, y que solamente calmo con alcohol. Hasta que me he dado cuenta de que el alcohol lo necesito además para calmar esa necesidad.

Concurrí una vez con una amiga a Alcohólicos Anónimos pero no me gustó el ambiente. Los encontré hablando siempre de sí mismos. Tuve la sensación de que gozaban siendo el centro del mundo. Yo hubiera querido poder expresarme como ellos, pero por mi timidez nunca me atreví.

No sé si Ud. se acuerda de mi, doctor, pero vine a verlo hace ya varios años. Después de nuestra conversación me sentí bien durante un mes o cosa así. Luego volví a estar tensa, angustiada, pero no me atreví a volver. Mi marido no lo hubiera consentido. No acepta a los psiquiatras. Dice que hay que estar loco para ir a verlos.

El es feliz en su mundo. Es inteligente y es bueno. Adora a sus hijos y en nuestra casa no falta nada. Pero no es capaz de entender mis emociones.

Es cariñoso a veces. Sobre todo cuando quiere hacer el amor. Pero esos momentos son para mí un tormento. No puedo decir que sienta dolores, pero me desespera el placer que él experimenta, del cual no puedo participar.

– ¿ Nunca intentó comunicarse con él más abiertamente ?

– No hubiera sido posible. Tiene hacia mi sensibilidad un aire de desprecio que me hiere por más que lo ame. El mundo está hecho para él y yo debo someterme a sus necesidades. Siento que me ignora.

– ¿ Nunca ha buscado ningún tipo de ayuda ?

– El no tiene familia en Venezuela. Y en cuanto a mi familia lo adora. Mi madre vivió la misma vida con mi padre y de tanto estar sometida piensa que no hay otra vida que no sea esa. Tiene mucha soberbia cuando ve a esas mujeres pobres con hijos, y a las divorciadas. De todos nosotros, la única que tiene una sensibilidad un poco diferente soy yo, y por eso sufro.

Tengo que aclarar una cosa. Una hermana mía se casó, y como no lo quería al marido se escapó con otro hombre. Su único hijo de ese primer matrimonio lo está criando mi mamá. Y el padre vive con ellos en la casa pero nos está prohibido hablar de ella. Sin embargo, se casó con ese segundo hombre y son muy felices, tienen muchísimo dinero y viven viajando continuamente. Su lugar ha sido sustituído en casa por su pobre marido abandonado, que no se ha vuelto a casar, a causa de la vergüenza de su fracaso.

– ¿ Su marido es católico ?

– Formalmente, sí. Concurre a todas las fiestas que se realizan en la Iglesia, pero no va regularmente a misa.

Yo tampoco voy, pero con frecuencia tengo necesidad de entrar en la Iglesia, cuando no hay nadie, y entonces rezo. Mejor dicho, hablo con Dios. Y le pido felicidad para mis hijos y para mis padres y que a mi me quite esta desesperante necesidad de beber alcohol que me embarga. A veces, después de ir a la Iglesia, puedo abstenerme durante un tiempo, pero después vuelvo a mi necesidad.

– Yo tengo la sensación de que mejorando la comunicación con su esposo Ud. podría mejorar. ¿ Cree que él estaría dispuesto a entrevistarse conmigo y después conversar los tres juntos ?

– No, doctor. Lo he pensado pero creo que es inútil. La cabeza de él no da para estas cosas

– ¿ Se le ocurre algún recurso para facilitar la comunicación entre su esposo y Ud ? Yo creo que es capital en su problema. Además creo que habría que insistir en Alcohólicos Anónimos. Hay grupos en los cuales se reúne gente con la cual le agradaría dialogar

– Podría ser, doctor. Lo que pasa es que tengo mucho trabajo.

– Señora, tiene que buscar la forma de salir de este círculo vicioso. Déjeme plantearle sus áreas problema.

Una es su problema sexual. Hoy la ciencia tiene recursos para resolverlo. Para ello la colaboración con su marido es imprescindible.

El otro es el de su ingestión de alcohol. Es un sedante que le está resultando demasiado caro. Habría que sustituirlo por otro que le salga, en función de su salud, menos costoso.

El otro es la relación personal con su marido. No tengo la menor duda que se amen. Pero no son amigos ni se entienden. Habría que mejorar esa relación.

– Es imposible, doctor. Ni me atrevo a intentarlo.

– Perdone, señora, pero el peor fracaso es el de no intentar. Claro, podríamos discutir cuando sería la mejor estrategia para llegar a ello. No tengo la menor duda de que sea difícil.

– ¿ No será que Ud. es demasiado tímida ?

– Sí, lo fui toda la vida. No creo que pueda cambiar.

– Me temo que lo peor que a Ud. le pasa es la incapacidad de enfrentar las situaciones difíciles.

– Bueno, he venido a verlo ya a Ud. dos veces en mi vida.

– Si, hace ya cuatro años. Le doy a decir un dicho que cultivo con mis pacientes; “puedo hacer por ti muchas cosas, menos obligarte a que vengas a mi consulta”.

– Le prometo, doctor, que volveré.

– ¿ Cuando ?

– Pronto. Pero antes que me vaya, doctor, ¿ soy una enferma ?

– Del punto de vista alcohólico me temo que sí. Creo que puede denominarse a la frigidez un trastorno, teniendo en cuenta la ideología dentro de la cual Ud. se ha criado. Y su temperamento tampoco es una enfermedad, pero podría ser mejorado.

– Entonces tengo tres enfermedades. La sexual, la relación con mi marido y el alcohol.

– Ud. tiene una especial capacidad para ver la copa medio vacía. Yo lo formularía de otra forma.

– ¿ Cual ?

– Que su problema se divide en tres facetas. No creo que Ud. pueda considerarse como una enferma, porque tiene un hogar bien constituído, trabaja, ama y es amada.

– Doctor, Ud. tiene una especial capacidad para ver la copa medio llena.

– Para todos sus problemas la ciencia tiene recursos útiles. Nada impide que se transforme en una mujer más feliz. Falta que Ud. permita que se apliquen.

– ¿ Puedo saber por qué está tan seguro ?

– Entre otras cosas, porque tiene Ud. sentido del humor.

– Gracias, doctor. Volveré en cuanto pueda.

Hasta el día de hoy, y han transcurrido ya varios años, ella no ha vuelto. Y el médico recuerda su frase “puedo hacer muchas cosas por mis pacientes, salvo obligarlos que vengan a consultarme”.

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