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Con la voluntad

La pintura mas clara

“No tengo ya vista, ni pulso, no tengo pluma, ni tintero pero me sobra con la voluntad”, decía Goya en vísperas de su muerte. ¿Con la voluntad? Le sobraba con la voluntad: ya sin vista, sin pulso, sin pluma ni tintero.

Para un español, en el sentido popular de la palabra, hacer su santísima voluntad es hacer lo que quiere, lo que más hondamente quiere. ¿Es esto su capricho?

Se ha dicho que el pueblo español no sabe nunca lo que quiere, porque sabe siempre lo que no quiere. Que a fuerza de no saber lo que quiere, aprende a saber lo que no quiere. Y en esto consiste el capricho. En esto, el ser como los niños, caprichoso. El capricho de la voluntad en el hombre, lo más voluntarioso del hombre, es esa infantil arbitrariedad negativa. El hombre, el pueblo, empieza por afirmarse caprichosamente por la negación. Con tal de hacer su voluntad, y por hacerla solamente, puramente el hombre, el pueblo se hace como el niño, caprichoso, voluntarioso. El hombre que hace su capricho hace lo más puramente voluntarioso que puede hacer, lo más hondamente voluntarioso. Acaso lo más profundamente humano. Lo más verdadero de su ser.

Lo difícil, no es que lo haga, sino que lo haya podido hacer. Lo que importa no es que lo hace, no es lo que hace, sino cómo lo hace. Como se hace la voluntad humana, caprichosa. Cómo por pura voluntariedad se hace el puro capricho.

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“El tiempo también pinta”, nos dice Goya. Pues, ¿qué pinta el tiempo? ¿No es, en cierto modo, la pintura negación del tiempo? El tiempo, la historia, no pintan nada. ¿Qué caprichos afirmación es ésta? ¿Caprichosa, disparatada? ¿No es la pintura, caprichosamente, un puro contratiempo disparatado?

Demos por buena la afirmación goyesca y preguntemos, si el tiempo también pinta, ¿cómo pinta? ¿Pinta como Goya? ¿Pinta caprichosamente? ¿Pinta como quiere?

De la voluntad de la nada se origina en el hombre, involuntariamente la creación. Involuntaria y divinamente. Por capricho de la voluntad. Por voluntad santísima.

Las verdades más claras de España son las populares que nos pintó Goya. No hay pintura más clara para los ojos, como para el entendimiento –para el entendimiento humano de lo español- que la oscura y clara, la negra o roja, blanca o coloreada, del enorme Goya. Si no es, andando el tiempo, la del no menos caprichoso y disparatado Picasso.

Del disparatado español Goya al no menos español y disparatado Picasso, hay solamente un paso. El del entendimiento revolucionario de lo español. Pues sin entendimiento de la verdad de nuestro pueblo, no hay posibilidad de entender, ni humana ni divinamente, ninguna de estas dos pinturas.

El entendimiento de España está, como su corazón, entre los dedos que pintaron sus verdades vivas tan claramente. Los de Goya, nos dejaron a veces, como los de Picasso, la huella poderosa de su caprichosa voluntad. De su genial capricho.

La pintura de Goya en este tiempo nuestro parece querérsenos meter por los ojos. Los sueños de la razón goyesca –disparatada, caprichosa- nos entran por los ojos en esas imágenes geniales, generadoras de nuestra verdad y nuestra vida: la popular de España. Y como dijo el poeta: “Y la gracia de la desgracia. / Y la desgracia de la gracia. / Y la poesía / de la pintura clara / y la sombría”.

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