Cultura

Bono de la vida: Luisa Elena Betancourt

“Este trabajo es íntimo y autobiográfico. A estas alturas de mi vida no siento grandes pretensiones artísticas, básicamente quiero dejar testimonio de mi vida. Este es un homenaje a nosotros dos y a José Rene en particular, cuando cada día que pasa nos acercamos al final de nuestro viaje. Son momentos de miradas cariñosas capturadas por mi lente.” (Luisa Elena Betancourt, testimonio, 2014)

Recuperar los instantes en que la eternidad irrumpe en nuestras vidas, a través de huellas de luz, es un legado imperecedero del existir. Esto es cada hoja de estos libros deshojados de vivencias, creados por la artista Luisa Elena Betancourt que recuperan instantes íntimos, cotidianos que son la sal de la vida. Ese sentir se percibe de manera contundente en el retrato en gigantografía eje de la exposición Bono de Vida. Es una composición ascendente que expresa en cada poro de piel y en su franca risa, la afirmación de existir.

La serie Bono de Vida, es propia del espacio privado de una pareja a lo largo de seis años, propuesta investigativa, experimental y conceptual convertida en arte. Lo íntimo para Luisa Elena Betancourt ha sido una constante, de ahí que las últimas dos exposiciones se centren en esta dimensión: Huellas de vida, (2007) o la Corte Malandra (2010) y en la presente obra las palpitaciones y pasiones de su existir se mutan en estética. En un deshojar visual de vivencias, eternizan instantes, miradas que van más allá del voyeurismo para convertirse en gratitud por el vivir. Cada uno de estos libros de arte, son fragmentos de las memorias de una profunda querencia, ventanas a la recuperación de un sentir compartido

Las fotografías que registran los libros del relax llevan a momentos de sosiego entre la materia y el alma, en arenosas playas, acariciadas por el sol, y protegidas por el manto de lo femenino. En ellas la composición se centra en los pies en reposo, parecen levitar sobre una silla de extensión. La dimensión conceptual y poética la transmiten los versos que la artista escribe al margen de las fotografías. La frase que acompaña a una de ellas: “que se flota de dicha”, transmite un sentido vital a la imagen. Se afirma la certeza de ser. En la primera de las hojas están los pies calzados con zapatos de trabajo, parecieran flotar y no ser el apoyo que nos da la posición erguida que nos permite ver el cosmos horizontal y verticalmente. En la siguiente hoja de la serie los pies se encuentran levitantes, ingrávidos son fragmentos del cuerpo que comunican otro estado del ser. Están desnudos, y surgen a través de la intervención digital de calzados con zapatillas de agua que parecieran desmaterializarse en el horizonte. En la siguiente fotografía una botella flota en el mar, metáfora de un deseo lanzado al infinito, acompañada de pies desnudos.

Esta poética une lo visual a la palabra. Expresan sus contenidos el deseo materializado de la querencia que transmite el amor de pareja, y será la sensibilidad femenina la que recupera esta poesía visual como ocurre en la imagen que acompaña la frase “Huellas de cielo”, el rompecabeza poético comienza a armarse. En esta fotografía los pies, cual sol en el horizonte, son la expresión del deseo cumplido de un alma integra. Pies confundidos con la mar, transmiten la paz interior de quién está detrás de la cámara. La creadora del “clic” que hace las composiciones se invisibiliza, mira y escribe, y eterniza huellas de luz. De ahí que la imagen se imponga como grito de vida. Se complementan estas visiones con las hojas intervenidas de piernas y pies desnudos, firmes sobre la arena junto a una estrella de mar, con sus cinco puntas expresión de la unión de lo femenino y lo masculino y por tanto de la inmortalidad. Esta imagen complementa el sentido con las etéreas huellas en negativo, cual si fueran vistas por el espectador en las nubes desde la tierra, cual escalera al cielo, recordándonos la paradigmática pieza de rock de Led Zeppelin.

Se van develando en cada hoja de este libro o códice de arte, un calidoscópio visual y conceptual de vivencias y sentires asociados al amor, al acercarse al final de la marea de la vida. En la serie de 4 fotografías se complementan estados del ser que se perciben en las miradas picarescas, delatan estados de plenitud, y gestos conjugados con el infantil gozo, de ese niño que brota del adulto para permitirle palpar destellos de lo edénico. Son miradas intervenidas donde se muestran con suéteres negros, y cada mirada de uno corresponde al diálogo interior con el otro. Los ojos semi-cerrados de José Rene por la alegría que se manifiesta en la sonrisa, se confrontan a la risa plena de Luisa Elena y su mirada.

En el Libro de Dominó, se percibe en los detalles la camaradería que establece lo lúdico, al romper las barreras de lo individual visible en los gestos de familiaridad que se crea entre los jugadores. Cada uno de los personajes delata fragmentos de su personalidad en la forma como toma y mueve las fichas con las manos, revela su estrategia, expresiones que son acentuadas al ser intervenidas gráficamente, sobreponiendo en capas la escritura juguetona y libre de cada participante, al escribir anotaciones que la artista recompone para transmitir una simultaneidad espacio-temporal, en la acción de mover la fichas y los proceso mentales y palabras que las acompañan. Se expresan fragmentos de nuestro ser colectivo. El espectador podría recrear en su imaginación el ruido del choque de cada pieza sobre la mesa, y las bromas entre los participantes. Se reconstruyen imaginarias conversaciones. Los jugadores están en un clima de despreocupación a pesar de estar en un país convulsionado por la inseguridad. No hay huellas que revelen que se está ante las manos de los escoltas de José Rene. En ocasiones antes de salir juguetean con fichas en el espacio privado, ignorando que al salir al espacio público se tendrán que enfrentar a la cruda violencia. Estas fotografías comunican un sentimiento donde lo íntimo se convierte en social, así cada una de ellas nos hablan de lo que es y de lo que nunca debió haber sido.

La artista muestra el todo a través de las partes. Esto se manifiesta en las fotografías centradas en las manos, que delatan diversos estados de ánimo de José Rene como cuando se entrelazan cariñosamente con las de Luisa Elena. A través de la simultaneidad y la intervención digital, la hacedora acentúa el simbolismo sentimental de cada imagen. Tal cual se percibe en la fotografía del puño cerrado de JR. Expresa la férrea voluntad y sentido que se refuerza a su vez al yuxtaponerlo a un viejo candado de Buenos Aires. En otra visión la simultaneidad asocia la mano masculina a la escultura de Eduardo Chillida “Peine de Viento”, en el país vasco, donde tentáculos de acero intentan atrapar el viento, lo cual es imposible, así como escapa el tiempo de nuestras vidas si no tomamos conciencia, de que cada instante es irrepetible. La mano abierta de JR es signo de generosidad. Estas imágenes se encuentran intervenidas con escrituras y no es de extrañar pues mano y palabra son una unión vinculada a la humanidad desde el nacimiento de la historia.

En las hojas del Libro del Ganadero se va de lo general a lo particular, las primeras fotografías muestran el retrato del ganadero sentado satisfecho de su hacer en beneficio de la sociedad, vestido de caqui y ensombrerado en su lugar de trabajo, donde planifica y toma decisiones. En un segundo plano se encuentran las cartografías de la hacienda. Las siguientes series indagan en la esencia del personaje, los sitios de su indumentaria donde esconde sus secretos, que delatan su personalidad.

Destacan en el discurso visual de la serie centrada en los bolsillos, en uno de ellos están los bolígrafos de color: el rojo evidencia uno de los rasgos de su personalidad, la costumbre de firmar sus cheques con tinta roja, y no ser aceptados en los bancos si no llevan ese sello personal de su afirmación por la vida. Miradas que surgen de esa indagación de lo ignorado, de lo íntimo, detalles propios de lo femenino, rasgos que fundamentan el refinamiento y madurez de lo que llamamos civilización.

En Venezuela hay una fuerte tendencia a ignorar los derechos de la mujer, y sus aportes a la civilización. A esto se debe que fueran provocativas las columnas de Luisa Elena Betancourt en El Carabobeño, sobre el rol de la mujer en el arte. Escritas en los ochenta y en los noventa, generaron una ardua polémica por la respuesta al pintor Manuel Quintana Castillos por su despectivo juicio hacia la artista mexicana Frida Kahlo.

Refiriéndose a la artista MQC dice: “Ha obtenido cierto reconocimiento y unos precios inmensos…Kahlo es una de las primeras mujeres que representa en sus pinturas cursis y bañadas en la atmósfera de un surrealismo naif y regionalista” (Manuel Quintana Castillo). La argumentación de LEB artista e intelectual es minuciosa, y finaliza diciendo: “Hoy en día, la representación con imágenes en trabajos artísticos se entienden como un reflejo de la cultura misma y no como una imitación de la realidad. La Contemporaneidad de Kahlo está en reinsertarse constantemente mediante sus diferentes vestimentas y adornos. A una imagen interior sufrida, nos presenta la dualidad de una narrativa ambigua. Como quien dice una Cinddy Sherman latina”. (Luisa Elena Betancourt, Narrativa ambigua en el pincel de Frida Kahlo, El Nacional, 1992).

Aún en Venezuela las galerías de mayor trayectoria trabajan con artistas hombres, esto no es un secreto. Y esto en parte es el resultado de una tendencia que hasta los ochenta dominó los centros de producción del arte, y a su vez es resultado de la política cultural del estado venezolano hasta el presente. Esto se hace palpable al constatar que de los 44 Premios Nacionales de Artes Plásticas entre 1947 y el 2012, solo 7 son otorgados a mujeres. Y tampoco debe sorprendernos que en nuestra alma mater, la Universidad Central de Venezuela, pasaran casi trescientos años para que una mujer llegara a ser rectora en el 2008, la doctora Arocha.

Finalmente estas huellas de intimidad, nacen del amor de las miradas amorosas que rodean a la pareja. De ahí que en estos rostros no se encuentre una imagen de melancolía y angustia sino que dominan las sonrisas y los estados de plenitud del ser; así la artista da al espectador el deber ser que desea comunicar a través de su propuesta estética.

Son escenas cotidianas que difícilmente se utilizarían como foco de atención para una propuesta visual, así nos adentramos en otra dimensión de esta obra, plena de contemporaneidad y feminidad. Es una mirada, la de la artista que busca destacar no la rutina del trabajo sino del gozo, de la tranquilidad de lo que la sociedad patriarcal llamaría ocio. Dimensión del tiempo de la cual brota la cultura, y la civilización al ser capaz la humanidad de tomar distancia del arduo trabajo físico para pensar, sopesar, soñar y crear nuevas sendas en la vida que han creado transformaciones radicales en la historia de la humanidad. Esos instantes de esplendor que transforman a la humanidad, no nacen de la acción guerrera, del anhelo del poder sino de la dimensión privada, intima que llevaron a la revolución humana real y no retórica.

BONO DE VIDA 14

 

BONO DE VIDA 19

 

 

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