Entretenimiento

Destruir la belleza

(%=Image(6864194,»R»)%) El hombre, a lo largo de su accidentada y sanguinaria historia, guiado por sus convicciones y prejuicios ha convertido, en infinidad de ocasiones, este barrio del mundo en un pozo séptico de intolerancia criminal. Sus absurdas creencias políticas y su demencial fe religiosa parece guiarlo más que su corazón, quizá debido a ello no hemos podido alcanzar un alto escalón de espiritualidad. La vieja enseñanza budista lo ha dicho desde tiempos inmemoriales: «Tus piernas no pueden llevarte a ninguna parte, sólo tú corazón puede llevarte más allá de la línea del horizonte que miras a lo lejos, llevarte mucho más lejos de la línea del horizonte en tu interior».

En nombre de Dios el hombre ha cometido las peores atrocidades ofreciendo muestras de sus más siniestras cualidades. Convertir la historia como un plan de la voluntad divina lo resguarda de cualquier razonamiento medianamente lógico, de cualquier acto de sensibilidad. Enceguecido e hipnotizado por su fe, sus prejuicios y creencias presume que él es apenas un instrumento cuya tarea es limpiar los obstáculos que lo apartan de su místico destino.

(%=Image(6915496,»L»)%) En Afganistán un grupo de fundamentalistas religiosos se ha trazado la tarea «espiritual» de arrasar con el patrimonio cultural (estatuas, objetos de arte, etc.) ya que son un atentado contra la religión que profesan. El ministro de información y cultura, la burocracia kafkiana sopla donde quiera, Qudratullah Jamal ha informado que más de un centenar de «ídolos», de madera y arcilla, ya habían sido debidamente destruidos. Satisfecho por su loable labor cultural expresó, sin ningún asomo de ironía: «Son fáciles de romper y además no toma mucho tiempo».

Crear, construir, diseñar para lo eterno siempre ha sido un proceso mucho más complicado que la destrucción. De lo que este ministro de cultura ni se entera, sin duda sólo intenta cuidar el cargo, es que no destruye solamente ídolos, sino miles de año de historia que el hombre y el tiempo han construido, devasta el pasado irrecuperable del pueblo Afgano y de la humanidad entera. A la burocracia cultural y política no le importa el pasado, sólo le interesa el presente contante y sonante de quince y último. No sin gran verdad escribió Francisco Umbral: «Los monumentos afganistaníes, de vasta y actualísima hermosura, como un Picasso budista, han sido talados con hachas y con balas. Está en nuestra condición el periódico alzamiento revolucionario contra el pasado, sólo que se trata más bien de una contrarrevolución mediante la cual el presente se afirma, el Poder se legitima extrañamente, adquiere un prestigio inverso. Es preciso hacer el safari monstruo contra la cultura, cada cierto tiempo, porque es la mejor manera de revalidar lo que hay. El hombre sólo se afirma negando».

El abanderado de este safari artístico es Mullah Mamad Omar. Él ordenó que todas las estatuas, diseminadas en Afganistán, fueran destruidas. La razón para tamaño despropósito es que dichas estatuas son contrarias a las sacrosantas enseñaza del Islam. Hablar de barbarie e ignorancia ante este hecho es obviar lo que viene detrás de este acto limpieza de objetos de arte como es la muerte sincronizada del enemigo o como lo escribió Gabriel Albiac: «¿Bárbaros? No. No nos engañemos. Ni es bárbaro el tal Omar que amputa mujeres y Budas, ni es bárbara la legítima del provinciano virrey que alucina un universo de mezquitas sobre el patrio Ampurdán, paraíso de sardanas. La destrucción del otro –que el borrado de su memoria icónica garantiza– no es fruto de ignorancia. Sí del artilugio de guerra al cual los hombres dan respetable nombre de cultura. Nacional, por supuesto. La iconoclastia es manifiesto inaugural del genocidio».

(%=Image(1250592,»R»)%) El estupor entre simpatizantes y enemigos del líder no se hizo esperar cuando los Talibán anunciaron, con bombos y platillos, que utilizarían obuses para destruir los dos Budas, de 53 y 38 metros respectivamente (el primero del siglo IV y el segundo del III), separados por unos 400 metros. Los budas fueron tallados directamente en la roca. Su estilo recuerda a las esculturas helénicas. En sus primeros tiempos las manos estaban recubiertas de oro. Su monumentalidad siempre fue un gran atractivo para viajeros de todas partes. Ignacio Gómez Liaño ha escrito: «La historia de las estatuas empieza en un hermoso valle, hace muchos años. A la sombra de las majestuosas montañas del Hindu Kush, en unos riscos de arenisca que se alzan como un telón rojizo junto a la población de Bamiyan, a 2.500 metros de altura y 230 kilómetros al noroeste de Kabul, la fe y la habilidad de unos hombres tallaron dos grandes monumentos.

El arte siempre ha sido una amenaza. El poder espiritual de esas estatuas, quizá para estos momentos ya destruidas, es más firme que cualquier reino, o gobierno, en la tierra. Ellas han desafiado las inclemencias del tiempo, el clima y hasta varias guerras, pero contra el fanatismo religioso todo parece llegar a su fin.

El fanatismo de los Talibán en Afganistán no destruye un patrimonio artístico, sino el espíritu constructor y creador del hombre. Más que destruir obras de arte destruyen la belleza. Arrasar la belleza es una manera deliberada de frenar la expansión espiritual de los individuos. Savater ha escrito que el único tipo de placer que no está ligado a nada concreto es el de la belleza.

(%=Image(3965451,»L»)%) La belleza se encuentra disponible siempre y con sólo aguzar nuestra sensibilidad tenemos acceso a ella. Además no necesitamos ninguna venia ética, moral y religiosa para admirarla. La belleza nos inquieta porque reclama de nosotros atención, equilibrio, calma y sensibilidad. Los Talibán no pueden extraviarse en la belleza porque entonces no tendrían la fuerza suficiente para arrasar con sus opositores, para convertir a las mujeres en cosas sometidas a todos los vejámenes posibles, para iniciar esa etapa genocida contra el enemigo.

Las religiones son edificios de símbolos y metáforas inexpugnables. Ninguna crítica sensata puede flanquear las férreas puertas de sus dogmas. El fanatismo parece ser la empresa con más difusión entre las más variadas religiones. Su función es simplificar los caminos de la fe y restringir las puertas al campo. La tarea del arte siempre ha perseguido un fin contrario: ensanchar las diferencias, abrir las puertas al campo y reconocer la belleza sin fanatismo alguno.

En esa lucha de nunca acabar entre la luz de la belleza y la miserable pasión del fanatismo, la primera intenta edificar la memoria del espíritu, mientras que la segunda sólo construye escombros para un olvido indigno.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba