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El Hombre universitario

 A la luz del pensamiento de Ernesto Mayz Vallenilla, “en lugar de individuos que entren en posesión de un saber que los capacite para enfrentarse con auténticos problemas, y lejos de fomentar e impulsar en ellos un verdadero pathos por los enigmas que la verdad plantea, la universidad intenta exclusivamente formar “profesionales” —valga decir, tecnitas—  homo technicus o tecnita que reviste y protagoniza “una profunda y radical alineación” en cuanto hombre “portador, agente y usuario de la ratio technica, convertido en un simple medio para el propio hombre, transformado en un simple instrumento al servicio de la voluntad de dominio de otros hombres.”

  Entre tanto, la universidad, respetando “los cometidos técnicos que le impone la época, debe luchar para que ello no signifique la pasiva entrega y sumisión del hombre a la alineación que lo amenaza.”  La universidad debe anteponer los deberes y fines éticos de una conciencia que está más allá de los efectos meramente técnicos. La universidad debe preocuparse por dotar al hombre de una formación integral que le permita reconocer y entender su entorno, a  partir de la cual praxis y teoría concurran para su progresiva transformación y enriquecimiento.

  Se trata de que el hombre, el universitario, sin renunciar a su acción y pasión de tecnita, pueda reconciliar el afán práctico que lo caracteriza e impulsa dentro de un auténtico ámbito humanístico. Tarea de la universidad es la de encarar tal misión de autognosis y autorrealización como su más elevada tarea humanista.
  Indudablemente el logos vertebral que alimenta la nueva modalidad de la razón es la de la ratio technica, dentro de una nueva weltanshauung: la tecno-logia  y la tecno-cracia que impregnan la realidad y el devenir del mundo contemporáneo.  Ratio technica que influye directamente en el proceso educativo en cuanto formación del hombre —y hombre nuevo— de hoy. Es entonces cuando, a partir de la voluntad de poder de la técnica, el hombre como una creatura más de la  ratio technica, corre el peligro de ser manipulado de acuerdo con los planes y designios de ella misma, pasando a ser “objetivado como un simple medio cual si fuera un instrumento, con el propósito de lograr potestad y control sobre su vida.”
  Ante estas posibilidades, a sabiendas de que, quiérase o no, se ha de vivir en medio de un mundo tecnificado, “debemos innovar la técnica, sobre todo en aquella esfera —la educativa— donde esa técnica asume un papel de extraordinaria importancia en la tarea de forjar y modelar al hombre. Innovar significa, en tal sentido, cuestionar la técnica y la educación tecnificada en sus propios fundamentos con la expresa finalidad de modificar sus efectos y aprovechar el sentido de la labor formativa hacia nuevos derroteros y horizontes.” La transustanciación del estado de ser, creación marxista, la creación del colectivo a partir de la creación social, implícitas en el humanismo integral, Mayz Vallenilla las comparte, cuando invocando una conciliación de la técnica y su voluntad de poder con la manifestación de una racionalidad superior que actúe a manera de síntesis, encuentra que tal principio no es otro que el eros o voluntad de amor, como fuente humanizadora del afán posesorio del hombre.

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